Nada en él fue vulgar... ni siquiera la muerte, ni siquiera la traición de quien fuera su amigo clavándole puñales en la espalda (fue cuando más vulnerable lo sentí de todo el tiempo que trabamos juntos), ni siquiera en la pura pasión que le hacia ser hombre... nada, nada en él fue vulgar...
Ya hace unos años me enteré de que exponía en Béjar un tipo de San Sebastián que pintaba caballos... ‘otro’, me dije, y ni siquiera me acerqué a aquella exposición que me quedaba a dos pasos (esta ciudad estrecha siempre ha sido generosa en pintamonas patéticos propios y ajenos, y uno tiende a protegerse aislándose y no relacionándose demasiado)... el caso es que pasó el tiempo y, no sé cómo, un día de enmarcar se trazó el vínculo y pude mirar a Setxo con franqueza a los ojos... y quedé enamorado de su pose tranquila y elegante, de su asombro constante por lo que le rozaba y de una de las más bellas sensibilidades que he conocido... y el tiempo hizo lo demás... colaboraciones pequeñas y grandes (él propició que la Abadía de San Martín decorase sus habitaciones con mi obra), charlas banales y charlas serias, risas a montones, abrazos sentidos, cafés a porrillo con intercambio de preocupaciones y de proyectos...
Más de una vez dibujó para mí, dejándome un delicioso legado en el que no faltan un caballo de línea, una postal onírica de San Sebastián, un par de retratos realizados con betadine y uno de los cuadros más hermosos que haya visto: un grupo de figuras sugeridas sobre un cartón enorme con el que se presentó un día en mi imprenta para regalármelo mientras me explicaba que ese cuadro era una cosmogonía que le había hecho derramar lágrimas porque era uno de sus cuadros ‘de verdad’... y aquí lo tengo... y llevo mirándolo durante horas desde el momento en que Antonio Caldera me llamó para comunicarme su final de viaje... tocándolo con la ilusión de que toco a mi Setxo y le siento latir.
Su marcha me ha hecho daño hasta perder por tres días la escritura, hasta dejarme mudo y tembloroso, hasta cambiar alguno de esos parámetros que ya tenía como base de uso, vida y comportamiento.
Hace unos meses le prometí que seguiría siendo yo siempre, ese ‘yo’ que él había conocido... y pienso cumplir esa promesa con todo lo que traiga consigo... le encantaba la distancia que siempre pongo con las cosas y las personas... y le fascinaba que fuese capaz de romperla en el justo instante en que aceptaba a alguien como un amigo de verdad... me decía: ‘yo quiero ser como tú en ese aspecto, pero no sé cómo conseguirlo’...
Hoy me siento muy solo, compañero, más solo que nunca, porque ya no puedo llamarte al móvil para decirte: ‘¿Está mi Choche, lo más bonito del mundo...?’.
Ahora paso mi mano suavemente por tu cuadro y cierro los ojos para buscarle sentido a este absurdo.
Te he querido mucho, amigo... y pienso seguir queriéndote.
Y qué digo yo ahora.
ResponderEliminarPues nada. Qué voy a decir.
¿Por qué ensalzar a unos insultando a otros? Eso no está bonito Luís Felipre...no, eso no está bonito.
ResponderEliminarYo tb le quiero, sin menosprecio de otros.
Un beso para tí, que a veces te pierdes...como el pez.