Llevo tres semanas dibujando como un níscalo, que no se me ocurre otro término mejor para esta fiebre traída de pronto por Huguito y para la que no conozco vacuna... tres semanas sin escribir una sola letra, sin pensar en otra cosa que no fuera el trazo grueso en la mano y en la cabeza, sin salir... tres semanas dobladino en mi silla de pintar como un herniado... tres semanotas buscándole el chiste a la crisis para intentar decirle al mundo todo lo que pienso sin palabras... tres semanas de altibajos mamones, de subidas gaseósicas y caídas en picado en este continuo que es campana de Gauss y escalera... y me siento muy bien a pesar de las bombas y del asestado silencio ajeno... muy bien, muy bien...
De estas tres semanas han crecido ya cuarenta y siete dibujos cabrones (unos más que otros) de los ochenta que debo entregarle a mi amigo... y de pronto me encuentro como sin aire... y me digo: ‘a cambiar de palo y de pelo’, y retiro mi pluma y los lápices de la mesa para darle un poquito a esta palabra abandonada que tanto me ayuda... pues eso, a la palabra...
Rizomas de lo blando entre las manos, calaveras, relamidos constantes de algún abrazo dado, cartuchos mojados en la recámara de aquí y un vacío pendiente sobre el cuerpo... me atenaza salir y espero a que alguien venga a salvarme, aunque sea un minuto, de este yo tan catártico que agobia... y pienso en el sabor a pomelo, en ese amargor goloso puesto en las comisuras como en un santuario y en la acción de apretar con fuerza y sin daño para quedar marcado como una sábana insanta. La primavera me pone siempre lúbrico, goloso y hasta caleidoscopio, pero solo eso, que no debe ser demasiado bastante para este andar lacónico sobre la vida corta... y los días se alargan y adelgazan con estas lluvias lánguidas para dejarme seco de casi todo... y pensativo... ¿acaso este pasar sin ser el muerto es cobardía?... ¿por qué cuando amanece no amanezco?... ¿está todo hecho y decidido?... ¿a qué ser si no puedo ya ser?... ¿me faltan cosas, gestos, gastos?... ¿qué me debo?... y tiro de memoria para verme hace nada con los brazos abiertos en la Cascada Hembra, sentado frente al Pacífico junto a unos túmulos, caminando las trochas de los incas o muriendo de ganas en la noche capaz de Cajamarca mientras los tambores hacían sonar su mantra en mis oídos... y colijo que sí sé ser el muerto, que amanezco sin más cuando me place, que aún decido si quiero, que soy si se me pone en los cojones y que me sobran cosas, convoco gestos y me gasto a mi bola cuando quiero.
¡Ah!, la luz Lima y el silencio en la imprenta por las noches, el sonido del agua en las afueras sin paraguas posible, la sinrazón de un ‘venga’, el color de una piel como manada, el cuerpo que está ahí sin ser prohibido, la luna entre los cerros, las reses detenidas en los pastos, un volumen perfecto que abrazar, ayahuasca en la sangre congelada, una lengua de piel, Rosebud en la siesta, el deseo en un trazo, los grajos en la torre de la iglesia, un gesto sin andén, la clámide vistiéndome soldado y solo ‘merecer’, el díscolo clamor que llevo adentro, la niebla... esta niebla... esta lluvia.
Y vuelvo al dibujo huguero.
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