No estoy tan mal si me miro hacia abajo, y estoy mejor si miro al otro y pienso. Tan solo algunas taras por el uso ponen el justo aroma a este cuerpo inconsciente que me hace un tipo extraño enfrentado al espejo: Algunas canas nuevas en el pelo enredado, la rodilla latiendo como un corazón par al que llevo en el pecho, los riñones casi al jerez, la espalda en sus meandros, la tripa con su fragor constante –que es musical a veces–, las manos como cuando era niño –son mi mejor valor, lo sé y lo siento–, la vista con dioptrías que crecen por segundo, el centro a lo que caiga –que aún es centro– y el oído justito de impresor –oigo tan solo lo que quiero–. No estoy tan mal, ya digo, para aguantar un par de lustros más en este cuerpo, y hasta tres si se tercia. Todo lo que me pasa, lo he vivido; todo lo que me duele, lo he buscado; todo lo que me hace feliz es un regalo que llega por azar, que no por méritos… 60 como 20, ya os digo, y he perdido… He perdido a amigos especiales que dejaron su piel en el asfalto o fueron pasto de ese ardor celular incontenible que te empieza y te acaba, pero aún están viviendo en mi memoria. He perdido hace mucho la vergüenza, mi lucha con las cosas y el dinero, mi ideología de antes –la de ahora la tengo fresca y fuerte–, he perdido la fe –me di de baja un día–, unas gafas de sol y el miedo a hacer exactamente lo que quiero.
En todos estos años planté un árbol, tuve tres hijos fuertes y divinos y otros putativos, deliciosos; escribí diecisiete poemarios, tres novelas, un librito de cuentos imposibles y un par loco y dispar de aforísticas molonas; sé ya que ser abuelo es la hostia misma y ayudé en lo que pude a quien vi abajo. De todo este trasunto obtuve mucho –no mencionó los premios, porque fueron regalos anecdóticos regados de intereses y miserias– y todo lo que obtuve lo macero minutito a minuto entre el corazón y la cabeza: Abrazos impensables, besos cándidos, miradas de pasión incontenible, apretones de manos verdaderos, sonrisas de regalo –francas siempre– y algún llorar a medias muy laúdanico. Mi orgullo en este tranco es estar siendo yo cada minuto, hacer lo que me pide siempre el cuerpo, estar como deseo y ser un hombre con frente y con perfil y bastantes millones de defectos. 60 como 20, ya os digo, y me queda energía para rato, pues pienso equivocarme tantas veces como me deje el cuerpo.
60 –uno a uno– para enfocar con fuerza lo importante.
20 para engolfarme en cualquier puerto que estime necesario y conveniente
60 para ser capaz de interpretar el mundo en unos versos
20 para esperar que todo cambie
60 para saber sin más que somos tiempo
20 para comerme el mundo si hace falta
60 para morir ya un día sin temor a no haber vivido
20 para seguir viviendo
60 como 20, ya os digo.
Si un día me veis llorar, creeréis que río.
Pienso de irme de aquí siendo, sin más, un hermoso vencido.
¡Muchas felicidades, poeta! Como siempre me gusta lo que escribes, me conmueve hasta el tuétano. Un abrazo de corazón.
ResponderEliminar