Casi cinco meses de vida tranquila juntos, Mario. Yo
viéndote crecer y adquirir pericias y tú mirándome, a veces perplejo y a veces
encantado de verme (porque los abuelos hacemos cosas que no hacen los padres,
como sacarte del carrito y achucharte cuando lloras y hay que dejarte tranquilo
para que encuentres el sueño).
Casi cinco meses y ya me has llenado de endorfinas (porque el abuelo
canilllas blancas es pura química orgánica), me has perfumado de ese olor tuyo
a bebé, que es el único que en mi mundo supera al olor del tabaco, y te has
hecho centro de todo, pues te veo y me olvido del banco que me tiene medio
asesinadito, de los clientes que están esperando en la puerta y hasta de este
dolor cabrón que llevo en la rodilla desde hace unas semanas. Y lo mejor, lo
mejor de todo, es que, cuando llegas, te miro y sonrío, y tú me devuelves
enseguida una sonrisa a medias con hoyuelo al ladito derecho de tu boca. Entonces te cojo y te achucho,
te acerco a mi mejilla y siento ese lazo que nos hace y nos deshace, lo siento
como lo más intenso de mi vida, igualito que lo sentí con tu madre y con tus
tios Felipe y Guillermo cuando eran como tú, pero contigo es de otra manera,
porque yo ya no soy el de entonces y te siento principio hermosísimo de un
final predecible, y eso lo magnifica todo como no puedes imaginar hasta que un
día te suceda lo que a mí me está sucediendo al tenerte.
A veces, cuando nos quedamos solos tú y yo, te hablo de
cosas que no entiendes. Me miras y frunces el ceño igualito que yo lo hago y
sigues con atención los movimientos de mi boca al hablarte. Hace unos días,
sentados juntos en el sofá de la casa, te dije: ‘te parececes tanto a mí, mi
Mario…, pero nunca seas como yo’, y sonreíste de pronto, sin que mediaran
gestos por mi parte para provocarte la sonrisa. Lo mismo entendiste a la
perfección lo que te quería decir, porque en la limpieza de alma de un bebé hay
algo de lienzo en blanco dispuesto a recibir y a entender. Y en eso estoy, mi
chico, en ir aprendiendo a ser un abuelo que no moleste, un abuelo con el que
te apetezca estar o salir de paseo para ver bichos y recoger flores, un abuelo
con el que pintar juntos monigotes y comerse unas chuches o algún que otro
helado sin que se enteren tus padres, un abuelo cómplice que te enseñe tres o
cuatro cosas que aprendió con el tiempo y los golpes, un abuelo capaz de dejar
en ti un recuerdo vivo lleno de alegría y risas, y también de palabras que te
sirvan. A ver si lo consigo.
Te parececes tanto a mí, mi chico…, pero nunca seas como yo.
Qué PRECIOSO es, LF!
ResponderEliminarme ha fascinado leerte
ResponderEliminarTienes gran intensidad de palabras
saludos desde Miami
Muy tierno, poeta.
ResponderEliminarEsperemos que Mario sí sea como tú.
Un abrazo.