Ir al contenido principal

60 COMO 20 (II)



Ayer vi a mi madre postrada por una caída, con su sonrisa eterna en la boca y una carita preciosa de mapache (tiene un derrame enorme alrededor de los ojos) y le dije: 
Mamá, debes pensar en usar bastón, que ya es la segunda caída en dos meses.
Me miró sin perder la sonrisa mientras sujetaba un capacito de hielo contra su frente y me contestó:
Lo que tengo que hacer es tirar a la basura estos zapatos, que son los culpables de que me caiga.
Luego pensé en mis años y en los suyos, pensé en cómo me sacó adelante con dos cojones cuando no había casi ni para comer en casa, cómo luchó junto a mi padre para hacernos la vida fácil a mí y a mi hermana bonita, cómo supo siempre inculcarnos dos cosas fundamentales, que hay que sonreír ante la vida y echar una mano siempre al otro y que no hay problema que no tenga una solución si la acometes con tranquilidad. La miré a los ojos –lindos, pero relindos, eh– y, sin pronunciar palabra, nos entendimos perfectamente, porque yo soy como ella, aunque algo peor en casi todo. Mi madre quiere vivir su vida como le apetece y el bastón no le apetece, y a mí, sinceramente, tampoco me apetece por lo significativo y porque a mí tampoco me apetecería tener que buscar apoyo en un jodido bastón para reconocer mi derrota. Pues a tirar los puñeteros zapatos a la basura y a vivir.
Voy a por los sesenta (en cinco días caerán) y mi madre sigue siendo mi mami, y mi padre sigue siendo mi papi, exactamente los protagonistas fundamentales de mi vida, mis salvadores siempre, mi ejemplo a seguir, mi norte; y me veo como un chavalín de veinte cuando mi mami toma las riendas de su vida y no deja que yo tome ‘sus’ decisiones. 

Pues eso, que a seguir dando guerra sin bastón, con 60 como 20 a comerme el mundo o a que el mundo me coma y se indigeste.

Comentarios

  1. Las madres no dejan de serlo nunca, los hijos a veces vamos y venimos, pero a la edad crecida volvemos a ser los de antaño, los que escuchaban, cuando lo hacían, los que miraban con ternura y también con infinito agradecimiento. Siempre queda una vida por vivir. En cualquier momento está toda ella entera por delante. 60 como 20, qué me vas a contar

    ResponderEliminar
  2. una maravilla como escribes
    de casualidad estoy aqui
    lo mejor para vos hoy

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Por favor, no hables de mí... si acaso, hazlo de ti mismo...

Entradas populares de este blog

Al Canfrán a varear fideos...

Debe ser de cuando te mandaban “al Canfrán a varear fideos” o incluso de aquella mar salada de los ‘mecachis’... el caso es que siempre llevo puesto algo de casa [que es como decir algo de antes] en la jodida cabeza... y nado entre una pasión libidinosa por decir lo que me dé la gana y un quererme quedar en lo que era, que es lo que siempre ha sido... pero todo termina como un apresto en las caras, mientras el hombre de verdad dormita entre una sensación de miedo y otra de codicia... ¡brup!... lo siento, es el estómago que anda chungo... y tengo ideología, claro, muy marcada, y la jodida a veces no me deja ver bien, incluso consigue que me ofusque y me sienta perseguido... a veces hago listas de lo que no me gusta y de los que no me gustan... para qué, me digo luego, y las rompo... si al final todo quedará en lo plano y en lo negro, o en lo que sea, que al fin y al cabo será exactamente lo mismo... es por eso que hay días en los que me arrepiento de algunas cosas que he hecho, casi t

Los túneles perdidos del Palacio Ducal bejarano.

Torreón del Palacio Ducal con el hundimiento abajo. De chiquitillo, cuando salía de mis clases en el colegio Salesiano, perdía un buen ratito, antes de ir a mi casa, en los alrededores del Palacio Ducal bejarano. Entre los críos corrían mil historias de pasadizos subterráneos que daban salida de urgencia desde el palacio a distintos puntos de la ciudad y nos agrupábamos ante algunas oquedades de los muros que daban base a los torreones para fabular e incluso para ver cómo algún atrevido se metía uno o dos metros en aquella oscuridad tenebrosa y estrecha. Ayer, en mi curioso pasar y por esa metichería que siempre tenemos los que llevamos el prurito de la escritura, escuché durante el café de la mañana que se había producido un hundimiento al lado de uno de los torreones del Palacio Ducal y corrí a pillar mi cámara y me acerqué hasta el lugar. Allí, bajo el torreón en el que se ha instalado una cámara oscura hace un par de meses, había unas protecciones frugales que rodeaban un aguj