Mario siempre me llama ‘yayo’ y, cuando lo hace, lo dice como mínimo tres veces seguidas (‘yayo, yayo, yayo’) y yo me deshago y hasta me estremezco.
Ser consciente de que, en una mente que se está haciendo, floreces como imagen y hecho, como definición y capacidad, como sujeto activo e identificable, como signo y familia… Ser consciente de que te has conformado como pieza indiscutible en esa cabecita tierna y que, además, te reconoce y te nombra ya no solo por tu presencia, sino por tus cosas (esas cosas cercanas a ti que le han llegado por los sentidos) y es capaz de recordarte en la distancia solo por un color o por un objeto… Es la ostia sin hache.
Y en respuesta a esa mente haciéndose, la mía (mi mente) se llena de emociones indescriptibles, de sensaciones de satisfacción, de temor, de amor intensísimo, de gozo completo.
Mario ha llegado para quedarse y ocuparlo todo con ansiedad, para enseñarme a diferenciar lo que tiene importancia de la que no la tiene, para descubrime capacidades que tenía escondidas y para demostrarme la grave intensidad de todo lo sutil.
La cercana experiencia hospitalaria de mi chico ha despertado en mí todo un sistema de alarmas que permanecía dormido, pues me ha activado como hombre en la inexorabilidad, en la posibilidad de pérdida, en el temor a lo que no puedo controlar. Mi niño me ha sensibilizado y me ha dejado mucho más humano de lo que era.
Y es que Mario ya es una parte inseparable de mí, un órgano vital externo al que debo cuidar más que a mí mismo y una extensión gozosa e incomparable de lo que soy y, por ende, de lo que voy a ser.
Sé que sin él todo sería más fácil, pero que quedaría exento de mí, como sin completar.
Amar es un concepto que se ha renovado intensamente en mi cabeza, que se ha multiplicado hasta el infinito desde que tengo a mi Mario… Y siento miedo, un miedo parecido al que sentí aquella tardenoche en la que mi Guillermo se pilló su dedito en una puerta y yo no sabía qué hacer.
Gracias, Mario, por completarme como lo haces cada día y dejarme vulnerable de nuevo para sentirme vivo.
Y para ser proyección de ti... No lo olvides.
ResponderEliminar