Mi precioso juguetito roto me aprieta un poquito la mano si le digo ‘te quiero’, hace ruiditos con la boca si le hablo de las antiguas historias de familia y gira un poquitito la cabeza si le pongo algunas de las canciones que cantaba en su juventud. Todo con tal levedad, que he tenido que aguzar mi percepción para ir comprendiendo sus respuestas. Yo soy faltón con mi precioso juguetito roto. Le digo picardías al oído y, cada vez que debo molestarle por esa obligación constante de limpieza y sanidad, le soplo en el oído que son mis pequeñas venganzas por aquellas veces que me levantaba de la cama amenazándome con el spray de insecticida, por todas aquellas veces en que me enseñaba con antelación los juguetes de los Reyes Magos y los volvía a esconder –dejándome lleno de ganas– y por tantas otras cosas pequeñitas que gestó para irme educando. Entonces mi precioso juguetito roto intenta articular alguna palabra, pero ya no puede, y yo juego a imaginar lo que quiere decirme. Hace unos diez días que me habló por última vez, y eso jamás se me va a borrar de la memoria. Estaba cambiándole el pañal y le dije al oído… ‘Pero qué culo más bonito tiene mi madre, coño’, y entró en bucle… ‘Sinvergüeza, sinvergüeza, sinvergüeza…’. La besé como cuarenta veces seguidas en la mejilla y volví a decirle al oído… ‘Que te quiero mucho, mucho’… Y de pronto cambió el ‘sinvergüenza’ por otro bucle divino que duró hasta el desayuno… ‘te quiero, te quiero, te quiero…’… Y hasta hoy.
También dejó de sonreír justo ese día.
Ahora mi precioso juguetito roto apenas interacciona, pero muestra una cara de paz preciosa y ha tomado de pronto la imagen de la abuela Antonia, su madre, para hacerla absolutamente suya. Yo le digo cositas al oído para que esté al día. Le miento sobre su madre y sobre su hermano Pedro, y le cuento que han venido de visita y le han dejado chocolate, le cuento historias de sus nietos y le explico con detalle cada aventura de su bisnieto Mario. Le explico que yo estoy muy bien, que me va todo de maravilla, que el trabajo funciona como nunca y que ya no le debo nada al banco ni a los de Hacienda. Le explico que ya estamos acabando con la pobreza y que la gente, de pronto, como si nada, se ha vuelto buena y que se ayudan unos a otros… Y termino diciéndole… ‘Mamá, lo has conseguido, mi niña. Has conseguido todo lo que deseaste siempre. A tus hijos nos has dejado bien en todos los sentidos y el mundo se ha arreglado de pronto tal y como tú querías. Tienes que sentirte muy feliz por ello, mamá, que eres mi campeona.’
Luego la beso, que se me va la olla y la beso muchísimo, y vuelvo a esta realidad absurda sin que ella se entere.
Ahora mi precioso juguetito roto duerme plácidamente.
El día amaneció nublado.
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