Llueve y no soy mejor, el mundo cercano se va barriendo solo y no soy mejor, el individualismo se exacerba a mi alrededor y no soy mejor, la revolución del odio está ahí y no soy mejor… No soy mejor porque no hago nada para que el mundo cercano, el individualismo y la revolución del odio deriven a mejor o a nada, que con la lluvia nunca se sabe… Pero tampoco soy peor si me miro en los otros.
Sesenta y cuatro para que me importe menos todo, para que me preocupe solo por lo que considero verdaderamente valorable, para alumbrar un final que está ahí, al fondo, sonriéndome… Un final de las potencias, de las absurdas responsabilidades de lela imposición social, de la verdad a medias –que la verdad entera es la muerte–, de las apariencias, de ese ‘no ser’ que implica el ’ser’ aceptado… En fin, el final de una vida perdida en la búsqueda de ‘la comodidad’, cuando empiezo a entender que una buena vida debe ser incómoda.
Ser un viejo canillas blancas incómodo es lo que me mola… Decirle al soberbio que es soberbio; al competitivo, que es pura destrucción del otro y de sí mismo; al mediocre, que es absurda pérdida de tiempo; al acaparador, que se va a morir peor y al que solo aparenta, que es hedorosa podredumbre.
Y eso, que a partir de ahora me quedo con las miradas francas, con los abrazos fuertes, con los besos sentidos y con unas ganas enormes de ‘hacer’, no de ser ni de estar… Hacer la vida mejor para quien se me acerque, o intentarlo al menos.
Y que un 6 y un 4 es ya la cara de mi retrato.
Hoy me regalo yo a mí mismo… Y me encanta el regalo.
Me gusta el regalo. Mi cara también es un 6 y un 4 y creo que ya he aprendido lo suficiente para morir por un abrazo de quienes me quieren y lo que digan los demás ahora ya sí está de más.
ResponderEliminarFelicidades.
Besos.