Ir al contenido principal

"La velada de Benicarló"


Manuel Azaña, al que se le puede tildar como se quiera, pero nunca de ‘no saber’, escribió en su libro “La velada de Benicarló” [un título que recomiendo vivamente a pesar de que su formato es el de una obra de teatro y no resulta muy fácil su lectura] las palabras más lúcidas que he leído sobre el pensamiento político español... “Esta guerra no sirve para nada. No resuelve nada. Concluida, subsistirán los móviles que la han desencadenado, y las cuestiones de orden nacional que se han querido solventar a cañonazos, reaparecerán entre los escombros y los montones de muertos”... “Se muere tontamente, sin saber por qué... La Historia es una acción estúpida. Ajena, cuando no contra la inteligencia humana. El hombre lo comprueba, lo padece y no puede más. Tal es la grandeza de su destino, según dicen. Eso nos diferencia de una caña. Como no hay remedio, me forjo una moral adecuada a la quiebra de mi humanidad y recito mi papel hasta la última sílaba.”...
Confieso que leí este libro en días duros y sensibles en los que tuvo mucho que ver el antes familiar y el ahora social y económico golpeándome duro, pero no creo que esa circunstancia tuviese algo que ver para que mi consideración de la obra y de su autor sea la que es: uno de los mejores libros que he tenido en mis manos y que me ha mostrado a un intelectual cabal y con un conocimiento extraordinario sobre la calidad real del hombre y sus miserias.
Traigo hoy aquí este texto [y fundamentalmente el primer párrafo que he citado, entresacado de la obra] porque es cierto que las cuestiones de orden nacional que se quisieron solventar a cañonazos, reaparecieron entre los escombros y los montones de muertos. España sigue siendo un país profundamente divido a pesar de los grandes avances traídos en los últimos decenios por el periodo democrático. Aún subyacen en los ciudadanos españoles posturas que se llevan a términos de odio visceral en vez de al necesario debate intelectual y político en el que modelar alguna postura de unidad y una definición consensuada y tranquila de lo que queremos ser y hacia dónde queremos ir... y todo ha venido a complicarse con el mandato global de los mercados y la internacionalización de cualquier cosa que posea un valor intrínseco y sea susceptible de sufrir un valor añadido [hablo del Capitalismo, claro]... políticos que antes de poner en su criterio la idea de país con una destacada mirada de humanismo, atienden a intereses externos y particulares [cuando digo ‘particulares’, hablo de intereses individuales, intereses de clase, intereses de mercado e intereses de poder], no sonrojándose en el juego de conseguir que la comunidad de su gestión pierda derechos si eso sirve a sus intereses externos y particulares. Y es una cuestión de orden, porque la solución está en una cuestión de orden, en ordenar la lista con las prioridades comunes y ponerla en valor... es tan fácil, en un solucionario de tono bíblico/evangélico, como poner sobre el papel distintas opciones [¿prefieres el enriquecimiento común o el enriquecimiento personal?, ¿la paz y la libertad con menos o el conflicto con más?, ¿el poder de todos o el poder de algunos?, ¿la igualdad sin prevalencia o la diferencia con beneficio para el más listo y el mejor formado?...], valorarlas y colocárselas a nuestra clase política [y también a cada uno de nosotros] a ver si las aguantan... a la primera de cambio se les caerán a todos los palos del sombrajo...
El asunto es peliagudo en un mundo artificialmente complejo [digo ‘artificialmente’ porque la complejidad es exactamente la trampa que nos pone el sistema para parecer intocable], porque las soluciones ya parece que no están en manos de la gente común [los más, los que debiéramos decidir a una nuestro futuro en grupo], sino que acampan en los predios de unos pocos capaces de mover sus hilos hechos de papel moneda... y he dicho ‘artificialmente complejo’ donde tendría que decir ‘naturalmente simple’, pues todo es tan fácil como tomar cada uno [y todos a la vez] la decisión individual de romper el sistema para cambiarlo... algo tan fácil como reclamar el día uno del mes entrante cualquier cantidad nuestra que esté ingresada en algún banco y retirarla al completo como castigo a la gestión nefasta que hacen del resultado económico de nuestro trabajo personal... algo tan fácil como negarse a la fiscalidad hasta que cambien el rumbo, dialoguen y se entiendan [dejar de pagar la Seguridad Social y los impuestos clásicos colapsaría el sistema a la primera de cambio]... ¿qué podría suceder?... pues con la primera acción caerían las bolsas en picado y quienes ahora mueven a su gusto los mercados perderían todo el valor de sus potencias y no serían ya capaces de modular el sentido de la economía y las políticas nacionales, lo que volvería a dar protagonismo a quienes realmente lo deben tener, los ciudadanos... y con la segunda acción se obligaría a las instituciones a doblarse a las necesidades reales de sus gestionados y, sobre todo, a valorar su responsabilidad como dirigentes y a volver al camino del diálogo social como base fundamental de los estados.
Sé que mis premisas son simplistas y se pueden tachar de infantiles, pero me da en la nariz que la solución viene por ahí y que tarde o temprano tendremos que tomar la dura decisión de tomar las riendas y acabar con todo este dislate de números irreales que hacen que el dinero de todos este en manos de unos pocos.
Leer a Manuel Azaña es verdaderamente mágico y alumbra una lucidez extraordinaria sobre algunos conceptos puros que han venido siendo modificados sibilinamente por quienes ostentan el poder para mantenerlo por los siglos. El adormecimiento de las masas y la sumisión de sus representantes nacionales [económicos, políticos, culturales...] es su victoria constante.
Vaya.


La velada en Benicarló
Manuel Azaña
Diálogo de la guerra de España


Selecciones Castalia 0
Edición de Manuel Aragón
302 págs. 14,5 x 21,5 cm. 
ISBN 978-84-9740-158-6

Comentarios

  1. Echaba de menos a Luis Felipe escritor, tenemos un mes para disfrutar a Luis Felipe artista en "Notesalves". Todo un lujo.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Por favor, no hables de mí... si acaso, hazlo de ti mismo...

Entradas populares de este blog

Al Canfrán a varear fideos...

Debe ser de cuando te mandaban “al Canfrán a varear fideos” o incluso de aquella mar salada de los ‘mecachis’... el caso es que siempre llevo puesto algo de casa [que es como decir algo de antes] en la jodida cabeza... y nado entre una pasión libidinosa por decir lo que me dé la gana y un quererme quedar en lo que era, que es lo que siempre ha sido... pero todo termina como un apresto en las caras, mientras el hombre de verdad dormita entre una sensación de miedo y otra de codicia... ¡brup!... lo siento, es el estómago que anda chungo... y tengo ideología, claro, muy marcada, y la jodida a veces no me deja ver bien, incluso consigue que me ofusque y me sienta perseguido... a veces hago listas de lo que no me gusta y de los que no me gustan... para qué, me digo luego, y las rompo... si al final todo quedará en lo plano y en lo negro, o en lo que sea, que al fin y al cabo será exactamente lo mismo... es por eso que hay días en los que me arrepiento de algunas cosas que he hecho, casi t

Los túneles perdidos del Palacio Ducal bejarano.

Torreón del Palacio Ducal con el hundimiento abajo. De chiquitillo, cuando salía de mis clases en el colegio Salesiano, perdía un buen ratito, antes de ir a mi casa, en los alrededores del Palacio Ducal bejarano. Entre los críos corrían mil historias de pasadizos subterráneos que daban salida de urgencia desde el palacio a distintos puntos de la ciudad y nos agrupábamos ante algunas oquedades de los muros que daban base a los torreones para fabular e incluso para ver cómo algún atrevido se metía uno o dos metros en aquella oscuridad tenebrosa y estrecha. Ayer, en mi curioso pasar y por esa metichería que siempre tenemos los que llevamos el prurito de la escritura, escuché durante el café de la mañana que se había producido un hundimiento al lado de uno de los torreones del Palacio Ducal y corrí a pillar mi cámara y me acerqué hasta el lugar. Allí, bajo el torreón en el que se ha instalado una cámara oscura hace un par de meses, había unas protecciones frugales que rodeaban un aguj