Ir al contenido principal

Loco como un ternerillo loco...




Loco como un ternerillo loco y, por qué no decirlo, absolutamente feliz por haber podido tener la palabra en el día de la libertad, honrando así las memorias de mi abuelo Felipe y mi abuela Antonia y consiguiendo la emoción hermosa de mi madre divina y el orgullo de mi padre... porque este tipo de cosas son las que me hacen feliz al suponer motivo de gozo para mis padres y homenaje maravilloso a la memoria de mis muertecitos. Así que doy las gracias por esta magnífica subida de adrenalina a quienes han tenido en su mano la decisión [todo con independencia de que yo sea ‘compañero’ o ‘ciudadano’, que me considero ambas cosas en función del sujeto que se me ponga enfrente].
Confieso que por mi cabeza corrieron amagos de hacer un esbozo de la aventura de los héroes de la libertad, pero me autoconvencí enseguida de que las tribunas son para aprovecharlas e intentar decir en ellas lo que uno debe decir y no lo que los demás esperan que diga... así que puse manos a la obra y tracé en unos pocos rasgos mi idea de lo social, aunándola al inexistente galope de la libertad, y mostré mi ‘indignación’ en cuatro trazos inspirados en la idea de García Calvo de que el ‘futuro’ es la verdadera mentira que nos trae y nos lleva.
Y dormí magníficamente [todo a pesar de que el anónimo de siempre se desató inmediatamente en improperios de esa pura rabia que supone el que uno esté y él no esté nunca].
Hoy, al ir a por el primer café del día, me crucé con un munícipe que me felicitó por la ‘arenga’ y me indicó que le pareció bien el haber cambiado el tono general de esas intervenciones, pasando del estricto homenaje a los caídos por la libertad y centrándome en una crítica dura al sistema. Yo le agradecí sus palabras y le dije que el mundo está mal y que existen demasiadas diferencias, y él asintió con la cabeza mientras me explicaba que hay que mirarlo todo saber ver lo bueno y lo malo, que él había estado de vacaciones en un país del tercer mundo y que veía a los niños felices correr por las arenas de las playas. Yo entonces pensé en la trampa que supone esa mirada ausente al mundo de quien viaja por ocio, esa mirada selectiva que quita culpabilidad y hasta da una tranquilidad de conciencia de placebo. Me despedí de él y pensé que no había entendido nada, aunque no le culpo, pues su mirada responde al masivo percentil de las miradas de occidente.
Decía que hoy estoy loco como un ternerillo loco, así que lo celebré cantando en alto una canción de borrachos mientras trabajaba... pero luego me sentí culpable por mi felicidad.
El mundo tiene fiebre... alta.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Al Canfrán a varear fideos...

Debe ser de cuando te mandaban “al Canfrán a varear fideos” o incluso de aquella mar salada de los ‘mecachis’... el caso es que siempre llevo puesto algo de casa [que es como decir algo de antes] en la jodida cabeza... y nado entre una pasión libidinosa por decir lo que me dé la gana y un quererme quedar en lo que era, que es lo que siempre ha sido... pero todo termina como un apresto en las caras, mientras el hombre de verdad dormita entre una sensación de miedo y otra de codicia... ¡brup!... lo siento, es el estómago que anda chungo... y tengo ideología, claro, muy marcada, y la jodida a veces no me deja ver bien, incluso consigue que me ofusque y me sienta perseguido... a veces hago listas de lo que no me gusta y de los que no me gustan... para qué, me digo luego, y las rompo... si al final todo quedará en lo plano y en lo negro, o en lo que sea, que al fin y al cabo será exactamente lo mismo... es por eso que hay días en los que me arrepiento de algunas cosas que he hecho, casi t

Los túneles perdidos del Palacio Ducal bejarano.

Torreón del Palacio Ducal con el hundimiento abajo. De chiquitillo, cuando salía de mis clases en el colegio Salesiano, perdía un buen ratito, antes de ir a mi casa, en los alrededores del Palacio Ducal bejarano. Entre los críos corrían mil historias de pasadizos subterráneos que daban salida de urgencia desde el palacio a distintos puntos de la ciudad y nos agrupábamos ante algunas oquedades de los muros que daban base a los torreones para fabular e incluso para ver cómo algún atrevido se metía uno o dos metros en aquella oscuridad tenebrosa y estrecha. Ayer, en mi curioso pasar y por esa metichería que siempre tenemos los que llevamos el prurito de la escritura, escuché durante el café de la mañana que se había producido un hundimiento al lado de uno de los torreones del Palacio Ducal y corrí a pillar mi cámara y me acerqué hasta el lugar. Allí, bajo el torreón en el que se ha instalado una cámara oscura hace un par de meses, había unas protecciones frugales que rodeaban un aguj