Estúpidos o láminas que pintar con los ojos sangrando figuras anotadas en sus párpados, medusas desatadas en el justo centro del hipotálamo o un algo de chincheta en los tendones, carátulas de discos descartados y ediciones piratas con sus letras al pairo, manos de cartabón para anotarte en los mapas posibles y unos cromos de fútbol del setenta... y este apéndice escaso que focaliza todo con sus justos picores o algún escozor ácimo y mordiente.
Las musas andan ciegas estos días, porque no saben dónde, cómo o cuándo... perciben la doblez en cada paso crítico, saben que hay buen negocio de palabras (porque el incendio asoma con lo escaso) e incluso que algún gesto retorcido puede abrigar el arte que atesoran... van a tientas y tocan con su suerte a algunos impedidos a su almíbar, logrando monstruos, cólicos, dislates, cacatúas, promiscuas virgencitas, calambures de absurda polisemia, colibríes sin gracia o sexos portentosos y caedizos. Y así se libelulan las horas en minutos, se apoquinan contritos versos de claraboya, se hurtan cornamusas que contengan el aire y lo desricen, se secuestran instantes como si fueran hijos, se lorzan rimas cónicas con gestos asonantes, se mira mucho más y con encono, se trenzan muslos blancos, pechos blancos, vientres blancos...
Y el caos de los estúpidos juega a cernirse en estos cielos de ahora, congelados de azul, sin nubes nuevas... y ahoga una sensación de final que no llega, pero asfixia.
No hago más que pintar monas rugosas en mis cartones limpios... y desesperar, también desesperar.
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