¿Qué tengo que no me tengo? –me pregunto– y luego me descyrano para hacerme un Melchior Sternfels von Fuchsheim de pacotilla –lo dicen mi pantorrilla, mi muslo con su muslera, mi ingle derecha y torera y mi nalga de asturcón–… ¿dije cartón?… no, qué coño, dijiste ‘asturcón’, madroño. El caso es que me despierto –medio muerto–, me desperezo y empiezo a intentar salir sin daño del lecho que hace el engaño de una mortaja de paño, pero que tan solo es lecho, con su catre y su colchón, con sus sábanas lamidas, con dos mantas ‘Mora’ heridas y un voluptuoso edredón… digo que me desperezo y dejo caer al suelo de baldosas frigorosas mi cuerpo desencorchado mientras me agarro los flancos para sujetar los trancos de este dolor que me habita… ya en el suelo, se me agita la mente del despertar –es decir, que el baldoseo enfría mi cuerpo reo y me entran esos ‘memeos’ que dan al desabanar–. Levanto mi brazo fuerte buscando un apoyo sólido, hago palanca y, estólido, busco en quince movimientos encontrar el argumento del bípedo más sagaz –vamos, que en ocho minutos paso del puro decúbito al ‘de pie’ de caminar–. Ya embipedado, sin dejarme de apoyar en la pared protectora, bostezo, estiro el pescuezo, y me subo el pantalón de mi esquijama molón hasta cubrir el tripón y marcar mi paquetito como un torero chingón… de un saltito entro en el baño mientras enciendo la luz y me acuerdo del pendejo que tuvo la idea infame de colocar un espejo justito para hacer daño… me miro –que eso despierta– y paso de describir lo que mis ojos encuentran en mi reflejo mandril… me bajo los pantalones con la urgencia de orinar, pero al intentar sentar mis posaderas rosadas en la taza de uvecé, me quedo a medio agachar y no sé dónde apoyar el cuatro en que me quedé –y me meo, que me meo, y no alcanzo al uvecé–… no sé cómo –que el dolor me desmemoria– acabé como una noria rematando mi micción en el lugar adecuado… y otra vez a enderezar mi cuerpo grande y pesado, sacarle los pantalones, quitarle la camiseta y llevarlo en dura lucha –y en pelota– hasta el lugar de la ducha –como catorce minutos le calculo a este proceso tan chulo–… ya en la ducha, abro la llave del agua –la caliente– que sale a chorro potente, pero helada… ¡su puta madre!… me espasmo, y en el espasmo me asesta un latigazo la espalda, yo me arrugo y el chorro helado se clava en todo mi Victor Hugo, así que me desarrugo y el latigazo repite –así hasta que llega el quite del agua templada al fin–… me relajo y me caliento, me enjabono a ritmo lento hasta donde llega el brazo ––dos cuartas bajo mi bazo– y me abstengo de la espalda –que allí no llegan mis manos ni de coña– que acumulará la roña hasta que pase el proceso latiguero… corto el agua y, con esmero, intento secarme enérgico con la toalla grandona… pero al primer frotamiento con su felpa, se me latiga otra vez la espalda y llega a la pierna un dolor tan exclusivo, que siento que ya estoy vivo para lavarme la boca e iniciar la cosa loca de vestirme todo entero… y me visto como puedo –tarea para titanes– metiendo mis calcetines en los pies como si diera un revés Rafa Nadal a dos manos… me pongo los pantalones –que hay que tener dos cojones para aventura tan grave–… y, por no ser muy tedioso, en cosa de media hora estoy florido y hermoso desayunando un sorbito de leche entera del Aldi… y pasa el día… que lo que quiero contar requiere que pasé el día como un loquito de atar… y después de la comida, como siempre, me da por ir al café y tomo con mano neta mi crujiente furgoneta –no cuento lo que me cuesta entrar y salir de ella–, la arranco y voy despacito hasta ese orondo garito que se llama ‘La Alquitara’… y justo al llegar allí… hay un hueco fabuloso justo al lado de la puerta para aparcar… y no dudo… paso el hueco en paralelo bien pegado al automóvil de adelante y meto la marcha atrás… voy dando suelta al embrague y acelero... y cuando voy a girar se me latiga de nuevo la espalda… y en un azar giro más de lo debido y me empotro en la pared con el resultado higo de que la puerta molona de mi Partner de Peugeot ha pasado de ser puerta a ser palabra de argot.
Y ya acabo, que es lo suyo, recomendando a cualquiera que esté en jornadas pinzeras de ciático, que vaya a tomar café arrastrando poco a poco, y con los pies, su cuerpo por las aceras.
Joé, Felipe; menos mal que el humor no lo pierdes.
ResponderEliminarTío, pon remedio al pinzamiento: relajante muscular y un poquito de reposo.
Ve, manquesea, al médico, que, aun sin ser los que más saben, algo saben del asunto.
Cuídate.
Un abrazo.
Buenas noches, poeta, Luis Felipe Comendador:
ResponderEliminarEl día que no confraternicemos con nuestras limitaciones, y dejemos de tomárnoslas en serio, nos habrán ganado la partida.
Dentro de unos días estarás bien.
¡Qué genialmente cuentas todo!
Un abrazo
4 veces, c u a t r ooo, he escrito el puñetero mensaje...a tomar x c.lo la frescura, las cosas q t había dicho -que me apetecía mucho decir- y q estoy como una vieja "revenía" despotricando del internete...
ResponderEliminarEn fin, q deseê con todas mis fuerzas q t hubieses sentado frente a los micros de ese teatro radiofónico para escucharte desde aquí, uff con esa profunda y preciosa voz! Pero ellos se lo han perdido (q vergüenza, cn lo cerquita q te tenían) y yo m quedé planchaíta....
Y encima malucho, sosón!!
Cómo t quiero, LF, aunque no lo parezca!
Bss