En este sur del norte conviven como pueden el necio y el tirano, la premuerta y el que murio hace tiempo, el zorolo y el castojosé, el pureta y el zarzuelero lírico de aceituna y somontano frío…, pero ya todos como revenidos, como pasados de edad y hasta de tiempo. El cielo es como aquellos fondos de teatrillo que pasaban a pura manivela y se repetían constantemente, y el decurso político lo trajinan un par de catalinas con ínfulas extrañas y ridículas. La vida en este sur es humillarse a diario o dejar que te humillen, pasar vergüenza ajena cada poco y esconderse a respirar unos minutos donde no huela a incienso.
Yo, he de reconocerlo, persisto en mantenerme entre estas ruinas porque hay un nosequé que me anquilosa y, a qué negarlo, un montón de cadenas. Con unos años menos hubiera huido sin más y hasta sin menos, pero en el sesenteo ya está todo trabado y bien trabado.
Del roce con los ‘hunos’ y los otros va quedando una pátina de verdín en la piel y en las ideas, una pátina agria y pegajosa que te arruga y te pone viejo. Todo entre ‘La nave de los locos’ de El Bosco y ‘La nave de los necios’ de Sebastian Brandt, como una sátira flamenca antigua y triste de esta Edad Media española del siglo XXI.
Todos navegando en el mismo barco en busca de Narragonia (la tierra de los tontos) para encontrar la nada.
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