Han pasado ya dos semanas y sigo sin llorar, con la sonrisa de mi madre colgada de los ojos y con toda una serie de gabelas devenidas de la desaparición. Debo contar algo al respecto, porque me consta que le sucede a mucha gente que ha pasado por un proceso similar. En noviembre, después de mucho papeleo, logré enviar la solicitud de ayuda a la dependencia para mi madre. Me contestaron a los tres meses de que había sido aceptada y que en breve recibiría la visita de un trabajador social para valorar a mi madre. El tiempo pasó y la dependencia de mi madre era cada vez mayor, por lo que realicé algunas llamadas, tanto a la oficina de Diputación (que siempre me indicaban que era cosa del servicio municipal por la zona en la que habitan mis padres) y a los servicios sociales municipales, de los que solo recibí promesas y jamás pisaron la casa de mis padres. Al final, justo tres días antes del fallecimiento, se presentó un trabajador social de Diputación (un buen tipo, amable y comprensivo al ver la situación, de lo que le estoy muy agradecido). Valoró a mi madre y emitió un informe, con la consecuencia de que a los cuatro días del fallecimiento recibimos un acuse de recibo en el que se nos comunicaba que la puntuación de mi madre era de 96 y que le correspondían algo más de 700 euros al mes (todo con carácter retroactivo). Una vez reposada la mente hasta donde se pudo, solicité cita con el trabajador social para que me explicase la situación y si era conveniente seguir con el proceso, dada la retroactividad de la concesión. El trabajador social volvió a tratarme muy bien (reitero mi agradecimiento) y realizó una llamada telefónica a la jefa del servicio, a la que puso en micro abierto para que la escuchase. La jefa del servicio me indicó que lo concedido era para llevar a mi madre a una residencia y que, como ya había fallecido, no tenía recorrido el asunto, que quedaba la posibilidad de realizar nuevos papeleos, con la fecha de inicio, solicitando la ayuda para cuidado familiar. Yo pregunté que si merecía la pena y me contestó que terminaría cobrando unos 200 € al mes. Hice cuentas y dije en alto… Desde noviembre hasta junio… Unos 1.400 €. Enseguida la señora me contestó, que no, que era cada trimestre y que tendría que presentar certificado de herederos, factura y no sé cuántas cosas más. Corté la conversación sin más con un “que le den por el culo”. Después de todos los papeles que tuve que entregar en noviembre –recuerdo que me cabreé como una mona–, después de todos los enormes gastos generados, de las dos personas contratadas para cuidar a mi madre, del tiempo personal y familiar empleado, quedo agradecido a la administración de CyL por su ‘sensibilidad’, su ‘inestimable apoyo’ y su ‘ayuda’. Que se metan su dinero donde les quepa, pero que dejen de sacar pecho por sus ‘ayuditas a la dependencia’, que ya les vale, coño.
Viendo los sucesos trágicos que atraviesan el mundo del hombre en estos días, me apetece dejar una breve reflexión sobre ello para que no me quede la vergüenza propia de haberme callado… Las religiones son profundamente dañinas en lo individual y en lo colectivo, en lo cercano y en lo lejano. Siempre basadas en el miedo, en el temor, en la búsqueda constante de un estado de tristeza marcado a fuego en todas sus pautas morales, dirigistas, sometedoras de pensamiento, acodadas con fuerza al dinero y a los grupos de poder que emponzoñan las sociedades desde hace siglos… Por ello, no es peor un cristiano que un judío o un islamista, que son todos malos de raíz, perversos y fieros estabuladores de grupos humanos… Ordenan el odio y la agresión, las más bajas pasiones y la aniquilación de quienes no comulgan con sus mandatos morales. En periodos de paz penetran sibilinamente en las conciencias y procuran que en los poderes políticos y económicos estén sus fieles ordenándolo todo a su ex...
Una vergüenza.
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