Mandé a mi Guille a principio de semana a curtirse en un campamento escolar en Soria y me ha llegado hecho unos zorros... y mi sazón de padre se me ha quedado medio sosa de percibir cómo lo que yo cuido con mimo se deshace en cuatro días de nada.
Partió mi chico de amanecida en un autobusorro con todos sus coleguillas y unos profes... iba feliz del trance y solo el jodido atisbo de un brote alérgico parecía que podía borrarle un poquitillo la sonrisa... en fin, que le despedí moviendo mi mano de derecha a izquierda y con ese nudote que se queda en la garganta de los padres cuando su chiquitillo alza sus primeros vuelos... estaba contento de que mi chico tuviera la oportunidad de abrir su mirada al mundo sin que detrás estuviera la mía... y me fui al curro como todos los días... a la media hora, recibí la primera llamada de mi chico [el mozo, como casi todos ahora, llevaba su teléfono celular a modo de cordón umbilical ocasional y virtual]... “paporro, que te llamo para decirte que no se puede llamar, que nos lo ha dicho Antonio, y que vamos muy bien...”... y le di un beso a distancia que apenas escuchó entre la algarabía del transporte... se le notaba feliz.
A las dos horas, nueva llamada... “que ya se puede llamar, paporro, que lo ha dicho Antonio, pero solo mientras estemos parados tomando el bocadillo”... y yo jugué con los términos de la llamada... “entonces, ¿te llamo ahora?”... “bueno, papá, ya que te he llamado yo, pues seguimos hablando... que estoy comiéndome el primer bocadillo sentado con mis amigos en el campo... oye, que te dejo, que hay que cortar”, y cortó.
En las normas de viaje que nos había dado el cole, decía claramente que solo se podría hablar con los niños en horario de 9:45 a 10:00 horas p.m., así que a las 9:45 ya estaba yo dale que te pego a las llamadas, pero comunicaba y comunicaba [mi Gui estaba recibiendo llamadas de toda la familia y hasta del sursum corda], hasta que al fin pude contactar... “Papi, hemos subido a unos picos... tres kilómetros, Papi, y me ha dado la alergia, que no hace más que echar mocos mi nariz y venga a toser, pero es muy divertido... hemos cenado ya y estaba rico, macarrones y ensalada... y voy a dormir en una habitación con todos los de mi clase, va a ser diver...”... así se me pasaron los días, que juro que se me han hecho largotes y me he puesto gatinino en diversas ocasiones, en un esperar la llegada de esa mágica cifra temporal para hablar con mi chico.
El segundo día le encontré eufórico, aunque en la voz se notaba cierto agotamiento por la alergia, había jugado a beisbol e iba a participar en una obra de teatro por la noche... me contó que no había dormido bien por la juergueta de los colegas [“que eso es chuli, papi”] y porque apenas podía respirar y tenía que levantarse a beber agua para deshacer las flemas... jo.
El tercer día ya le noté tristón. Me contó que habían caminado cinco kilómetros buscando huellas de animales hasta llegar a una laguna chuli y que se había sentido mal y había vomitado. Yo le intentaba quitar hierro al asunto y le animaba, pues ya solo quedaba el día de vuelta y debía aguantar.
Ayer era el día de vuelta a casa... no pude comunicarme con él y me presenté a esperar el autobús con demasiada antelación [menos mal que llevaba mi cuadernito moleskine y un Stabilo, con los que maté el tiempo de espera dibujando]... el bus llegó y vi a mi chico bajar entre una nube de muchachos... su cara patentizaba un agotamiento enorme, tenía los labios agrietados e hinchados, la cara enrojecida por la labor del viento y los ojos llorosos... caminaba mi rey como un zombie. Le abracé y le besé mucho... y me dijo... “Vengo muy mareado, papá, y estoy cansadito, vámonos a casa”... y nos fuimos a casa... se tumbó en el sofá mientras le preparaba un baño templadito con espuma y, cuando estuvo preparado, se metió en el agua... le lavé la cabeza y le froté el cuerpo con jabón, igualito que hacían mi madre y mi abuela conmigo cuando tenía su edad, y le dejé reposar un buen rato dentro del agua... su expresión no cambiaba, era la misma que al salir del autobús, así que le saqué del baño, le vestí, le tumbé en el sofá y le puse la tele con unos dibujinos... me pidió una mantita, porque sentía frío [la verdad es que el día no estaba para mantitas] y se quedó media hora descansando.
A la hora de la cena le pregunté que si le apetecía algo, y me dijo que sí... así que le preparé un poquito de cena con un zumo de naranja... fue empezar a comer y ponerse pálido... y, de pronto, un gran vómito... yo me ciscaba en todo, pero es así la vida. Le limpié y dijo que quería seguir cenando, que tenía hambre... lo hizo despacito... se tumbó otra media hora en el sofá y le convencí para que se fuera a dormir a su cama...
Con mi Gui dormido, salí a fumarme un cigarrito al balcón, pues no había podido acercarme hasta mi estudio para escribir y fumar, y echaba de menos ese cigarrito... mientras lo echaba, me llamó Antonio, su profe, para preguntarme por él... me dijo que el niño lo había pasado mal y que estaba preocupado... yo le expliqué que todo había sido fruto de su alergia y que ya estaba dormidito, que no era importante, y le agradecí su preocupación.
Mientras, mi hijilla había puesto la lavadora con toda la ropa de Gui, así que esperé al lavado con otro par de cigarritos en el balcón... tendí y me metí en la cama pensando en mi chico y en este trámite emocional tan dificilillo de ser padre.
Buenos días, Luis Felipe Comendador:
ResponderEliminarNo te curtas. No serías tú.
Espero que Guille ya esté bien.
Saludos. Gelu
Ay pobre Guille, por suerte cuando pase el tiempo lo recordará como una buena experiencia.
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