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Séptima salida al otoño... la mirada lejana.


El día amaneció nebuloso y con leves cortinas de agua fina que hacían de difumino y lo llenaban todo de una irrealidad divina. A veces, entre las nubes bajas, asomaban unos haces de sol como navajas suaves que llenaban de pura dificultad cada una de las tomas... el paisaje cambiaba por segundos y se pasaba del contraste duro a las penumbras matizadas, de los colores críticos al más puro pastel... y yo sentado junto a la muralla bejarana como un crío chico con un hermoso caramelo en los ojos.
Nunca he disfrutado tanto del otoño como en este año mágico en el que cada día se convierte en una sorpresa visual, llena de sentimientos encontrados y recuerdos nebulosos.
Me encanta el paisaje que le pone decorado a mi vida, y eso es una suerte siempre... a pesar de mi vida.
















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