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El abrazo del tigre...



Sentir que cada día es como el abrazo del tigre mientras oigo el rumor de las hojas rozándose en la fiebre de la arboleda y el viento se hace con todas mis banderas personales y las desgarra. Y del primer zarpazo sentir el resplandor como algo físico que me resume en selva, una selva de la que salen las doncellas temblando entre las sombras, como buscando cobijo en mi perfil de sangre y carne y esqueleto. Y notar el latido que hace añicos los espejos y ser flor insegura y hembra de mamífero y espíritu de espiga incierta. Soy cazador desde que mi genética empezó a cocerse con el barro y los ancianos muertos frente al fuego y, aunque está algo almidonada mi estatura de cruel depredador, busco cada mañana las armas más propicias para salir al mundo: mi piel de sordomudo, el zurrón de las manos para acariciar los cuerpos quietos de las presas, el dedo escondido buscando la tensión de los cuchillos, el cuerpo harto de aceite para engañar al olfato, los dientes enmascarados de maíz amarillo, los oídos alertas a la queja callada de los débiles… Vengo desde una noche larga y pantanosa y voy hacia otra oscuridad igual donde los cipreses decrezcan hacia el centro de lo más profundo, donde los peores espantos sean las glorias de hoy y las tumbas solo puedan cavarse en las nubes más dramáticas… Me gusta que todo comparta el secreto y que giren los heliotropos sea una liturgia y que el café caliente se levante como un cáliz en los templos malditos de la noche y que huela a comida como incienso y que suene el rebuzno como un eco en las tardes y el mugido acompañe al ocaso más herbívoro… me gusta que todo sea parte del secreto: la línea amarilla que va paralela a las aceras, el camino de la colina y sus signos indescifrables, el agua rebosando del césped cada madrugada, el rito de partir el pan con las dos manos, los pasteles de nata en la vitrina, el azufre para espantar a los gatos nocturnos, los espectros de todas las farolas con su luz macilenta y amarilla, el fregadero con restos recientes de comida, las roscas de aire con su azucarón blanquísimo, la tienda de sombreros dispuestos como cráneos, el anciano premuerto, la piel seca de un perro en el asfalto, el olor a vainilla sahumando la sala, la mosca posada en el mantel, las dobleces imposibles de tus axilas blancas, las venas bien marcadas en unas manos fuertes, el arcángel mirándome igual que una muchacha… que todo sea el secreto y juguemos a pídola con las manos posadas en sus nalgas de seda… o a la gallina ciega buscando con las manos apresar pechos nuevos que aún no sepan mecerse sobre el miembro del sátiro. Sentir que cada día es como el abrazo del tigre y no saber quién es depredador o víctima y apretar y golpear fuerte y morder con la boca rabiosa su cuello musculoso hasta rasgar la piel y enfocar el sabor de lo que está vencido.

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