Ayer, en el marasmo mercadillero (el marasmo siempre ha sido un déficit de calor), tuve que tomar la decisión salomónica de gastarme mis dos únicos euros en un café calentito para echarle algo de ánimo al cuerpo tiritero/titiritero que aguantaba las horas en la espera de vender algún libro por un ‘nada’ a los pocos viandantes que transitaban la zona. Me alegré enseguida de contar con amigos, pues cuando hice el gesto de pago, el camarero atento me dijo que el café ya estaba pagado por un colega (¡¡¡¡biennnnnnn!!!)... pero todo se torció en un desencuentro raro... uno de los presentes se dirigió a otro amenazante y, en un tris, se les fueron las manos y salieron del bar a montar un escándalo en la calle... y me quedé absorto (más de lo que ya lo vengo estando desde hace unos meses), sin saber qué hacer ni qué pensar... solo se me venía a la cabeza que el personal está tenso, medio armado ya contra cualquier gesto torcido, cabreadísimo y violento.
Volví a mi puesto entre libros, al jodido frío de la plaza, y me senté en las escaleras de la iglesia con los hombros caídos, en un singanas cabrón que aún me dura esta mañana... vamos mal... vamos muy mal... así que vuelvo a decidir encerrarme hasta que escampe o hasta que me echen de esta cueva a empujones, encerrarme a buscar el paraíso ausente en mi cabeza, a rozarme solo conmigo, a masticar las horas como pueda y a regurgitar algún buen momento de otros días.
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Me miro y no soy yo, y me quiero subir en volandas para hacerme con esta primavera... pero soy un jodido fardo que pesa como mil demonios... tengo las manos frías y eso no suele ser común en mí... tengo las ganas como desgastadas, y eso tampoco suele ser común... y hasta mi padre se da cuenta, él, que siempre me mira con ojos positivos de padre... hace un par de días me quería animar a enfadarme con algún periodista local porque en la noticia que emitió sobre un acto que presenté, poco menos que negaba mi existencia diciendo que lo presentó otra persona... yo le dije a mi padre lo que digo con frecuencia últimamente... ‘no pasa nada, papá... si no quieren que exista, es que no existo’... y mi padre insistió hasta el punto de decirme que cuando viera al periodista en cuestión le iba a decir cuatro cosas bien dichas. Yo le calmé, porque sé que lo que más le duele en el mundo es que hagan de menos a su hijo, y le rogué que dejara que mis asuntos los tramite yo... le expliqué que tengo amigos buenos y grandes que me quieren y a los que quiero, amigos a los que él conoce, porque los ve cómo vienen a visitarme y a regalarme sus abrazos... intenté que comprendiera que los silencios asestados son la miseria de quien los perpetra y que no hay que hacer nada contra eso, nada.... y se calmó, aunque me quedé con la sensación de que le había decepcionado por no ponerme a jurar en arameo, como hacía en otro tiempo.
Uno es, por una parte, lo que quieren los demás que sea... y, por otra parte, lo que verdaderamente es por comparación con los demás. En el primer ‘ser’ está exactamente la mierda (y esa mierda ya no me interesa)... y en el segundo ‘ser’ está el espacio de crecimiento personal, que es al que ahora le dedico mi tiempo ensayando constantemente intentos que poco a poco van alumbrando mi fracaso como ente social. El periodista y su periódico no son nada, papá... y quien utiliza su tiempo en darle un uso trabado a los diverso silencios tampoco es nada... tú sí que eres lo importante, que eres un padre de verdad con todas sus consecuencias... y bien que siento producirte estas pequeñas iras porque haya decidido que no quiero defender mi ‘ser’ ante los otros. Yo soy el perro que se puso solo la cadena y así estoy bien ahora, sin sentir el agridulce temblor de la ira ni la nerviosa necesidad de contestar a quien no se merece respuesta... pero me miro y no soy yo, me han levantado como a una pieza de caza menor y estoy esperando a que el tino del cazador me aseste la herida en el lugar más viable para no sufrir demasiado... y luego colgar de su percha como un trofeo pequeño que ni siquiera sirve para un mal estofado. Mientras, vuelo a mi gusto por campos de cebada verde, viendo cómo la fauna autóctona se despedaza abajo con sus pequeñas miserias diarias... esa mirada cenital me va salvando... esa mirada cenital, repito, me va salvando.
Tu cadena acaba en un collar de diamantes.
ResponderEliminarNo me toques los cojones.
Aquí el único derrotista
soy yo.