Estos ojos de lana vieja, que necesitan lentes, están como alambrados ante el mundo y todo lo ven fósil y bostezo, y ya no diferencian entre lecho y helecho (al fin y al cabo ambos hacen cama) ni entre un paraíso y un paraeso… pero el detrás es carne y huesos y miasmas, un yo de esa amalgama medio descolocado con los años, un antes paradigma que huye con fervor del paradogma, un mecanismo simple que ha perdido los ángulos de enfoque, pero que adentro sabe y procesa las imágenes a la usanza fotógrafa de entonces… luz roja… papel Negra… negativo enfocado a puro ojo… segundos de luz neta contados a la usanza milcientoúno, milcientodós, milcientotrés… luz roja nuevamente… revelador… agua… fijador… agua… y secado en ventana para ese satinado que ahora es inencontrable… y así se va sabiendo que todo es espejismo cuando no es pura siesta, que la Ofelia de William Waterhouse fue solo el recorrido de un ardor personal con margaritas, que Anna de Noailles no fumaba Gauloises o que Georges Badin se libraba de los libros de otros dibujando en sus letras… y me gustan estos ojos de lana, y esta boca de napa violada por el plástico odontólogo matándome el sentido que me llevó a la gula centenares de veces, y esta rodilla afásica que duele sihacefrío, sihacecalor, silesaledesusputoscojones… y el trofeo cordado que modula mi espalda y me deja hecho un higo por un azar teúno/tedós y algún pico de loro… me gustan, no te asombres, porque esas justas taras son más yo que yo mismo, son mi fruto y no el de otros, son mi gasto y nunca la genética que juega a lotería… si haciendo lo que quiero me corto en una mano, es más yo el corte que mi mano… no sé si me comprendes… que soy más lo que hago, que soy más lo que dejo en mi cuerpo por lo que hago… y a esto le he dado vueltas como un zángano durante muchos años, como una mosca eterna y cojonera… y de este cavilar he comprendido que todo lo que tengo es valorable en términos de ‘yo’, y así, cada dolor, pequeño o grande, producido por mi trabada acción, es un trofeo nuevo que debo disfrutar… cada tara del cuerpo traída por un gesto que hice porque quise, es un placer extraño –lo sé– capaz de hacerme otro que el que debiera ser por alta bioquímica y eugenesia cruel… así, lo digo y lo repito, me encanta esta jodida lana que no me deja leer (la tengo por leer), me fascina la prótesis que hace que comer no sea ya comer (la tengo por hacer el bestia en una cancha… qué forma de crear otro yo en el yo mismo), adoro está rodilla que duele por doler (la tengo por usarla al límite una vez)… y entonces, la alambrada ante el mundo termina siendo buena, porque es ya ‘mi’ alambrada, ‘mi’ dolor, ‘mi’ tarita pequeña, ‘mi’ yo hecho sobre el ‘yo’ que es el azar de otros, ‘mi’ hecho en mí por mí.
Por eso me interesa que os quede muy claro que si me quejo a veces, no lo hago por ‘mi yo’, sino por ese otro que escapa a mi control.
Un cántico a la plenitud de ser "yo soy". ¡Grandioso!.
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