NUBES BAJAS
Los entierros siempre fueron espejo de lo falso,
de cada falsedad individual y de cada falsedad colectiva.
Acompañar a la familia del finado en su casa para velarlo,
poner el rostro al tono del evento, echar alguna lágrima sin más
(como echar un cuarto a espadas o una siesta),
besar a la viuda o abrazar al viudo,
el pasamanos jodidamente absurdo y doloroso
en el que los hijos de puta se hacen ver o pasan lista.
Ricardo Rodríguez Conde, el tito que me llevaba a pescar bogas
o a merendar chocolate con churros, perdió de pronto la visión lateral
y empezó a padecer grandes dolores de cabeza.
Duró un par de semanas y fue duro observar cómo se iba.
El tito era del Barça, jugaba la partida en el casino
y era amigo carnal de un tal Gonzalo que manejaba un Seat 1500.
Estuve con el tito diez minutos tumbado en una manta
sobre el suelo de baldosas de rombos que bailaban.
Vivía en El Paseo de los Mártires.
Verle en paz fue un alivio inexpresable
después de aquellos días horrorosos.
Me dejó un Renault 9 color plata
con un portarretratos de imán y calamina
que llevaba grabada aquella frase: ‘Te esperamos, papá’
que fue récord de venta en esos años.
Hoy me encuentro de golpe con tus últimos escritos. Y, como siempre, es un placer y un sufrimiento leerlos. Son tan veraces, tan agudos, tan llenos. Me alegra recuperarte. Gracias, amigo.
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