Ir al contenido principal

No sé parecer lo que no puedes ver en mí


Me llega delicioso paquete del colega José María Cumbreño Espada junto a una carta llena de afecto. [Anoto el recibí de «El coleccionista», de mi recordado Rafael Pérez Estrada y en edición de José Ángel Cilleruelo; «El ancho olvido» de Malén Álvarez, «Muertes impares» de Florián Recio, «Antología sumergida» de Javier Rodríguez Marcos, «La princesa y la muerte» de Gonzalo Hidalgo Bayal y «Entrevistas literarias» de Liborio Barrera]. Mil gracias, José María.
(12:05 horas) Cualquier amago de profesionalizar el arte, el sentimiento o la literatura me parece abyecto, sobre todo si dicho ánimo es apriorístico: «voy a escribir, pintar, sentir para vender...». Otra cosa es el después creativo, que ya pertenece a otras manos y a otros ojos. Aún en ese punto, en el de las postcreación, siempre me joden ciertas maneras mercantilistas y clientelistas que son capaces de destruir la luz creativa con su niebla de intereses.

Viene esto a que recuerdo hoy vivamente a Rafael Pérez Estrada –otra vez, que su recuerdo late en círculos en mi cabeza; y ésta gracias a José María–. Él, que fue la generosidad hecha carne, que siempre supo acercarse a cualquier alma sensible con una sonrisa, dando sin pedir; que escribió como los ángeles vencidos sin medir la condecoración o el fracaso, que supo ser brillantemente discreto y, sobre todo, amigo eterno de sus amigos... Ahora, en este tiempo marcado por su falta, es seleccionado, antologado, escogido y puesto a secar por tipos que saben hacer dinero de lo que él conseguía llevar al terreno de los sueños, de las alucinaciones y de la sorpresa. El mago en el mercado exhibiendo sus vísceras a los ojos compuestos de todos los insectos necrófagos.
Vuelvo a recordar que llamé hace un par de años a su albacea y le dejé mensajes sin obtener respuesta alguna. No me importa su silencio, pues cada día disfruto de todos los dibujos que me hizo el amigo y cualquier día, sin contar con nadie, los daré a la luz en una edición limitada para mis amigos y los suyos.
Y los albaceas que albaceen, antologuen, reúnan, seleccionen a su antojo, a su puto y goloso antojo.
(12:23 horas) Sé que en mi caso es imposible, pero me gustaría desentenderme de lo material para que mi individualidad aprenda a crecer mejor. El problema fundamental de obtener tal desentendimiento radica fundamentalmente en que a tal circunstancia irá siempre unida una grave dosis de egocentrismo y de iracundia propiciada por cada una de las intromisiones del otro en mi decurso vital de soledad... Otra opción viable puede ser la del desinterés, trabajar el desinterés como opción de escape a la dictadura de los demás.
En fin, elucubraciones de un discapacitado para asuntos de individualidad y desprendimiento.
(18:39 horas) Me he dado cuenta de pronto que estoy en el bando de la eufonía, me gusta el ritmo machacón, la música en la palabra, los vocablos blandos y redondos, la rima que sorprende (nunca la buscada). Me fascina la palabra «muslos» y me enloquece la palabra «vértice». También me encanta crear palabras sin sentido, pero con sonido y sensación de blandura: «algábala», «dolamela», «voralanda», «dusmilebla»... y enredo con ellas creando una tranquila melopea que llega a hacerse física.
A veces también juego a un ritmo hecho de números, los pronuncio en alto dándoles distintas entonaciones y cadencias... es divertido y ayuda al ritmo de mi mala poesía.

Comentarios

  1. He llegado hasta aquí intentando localizar a J.M. Cumbreño, pensé que ya habría caído también en la fiebre bloguera pero creo que no. Pero esta es la grandeza de Internet. Me presento; fui alumna suya en un instituto de Zafra, y como bien sabrá, porque veo que le conoce bien, es un hombre que no te deja indiferente, la profundidad de su mirada; te hacía sentir la literatura más de lo que ya la sentías, y sentirla mucho más después de leer sus palabras.
    Sólo pude aprender de él durante un curso, y sólo pude asistir a una de sus presentaciones. Sus libros estarán eternamente esperando su dedicatoria en mis estanterías por la falta de valor para acercarme a pedírsela en aquella ocasión. Pero ahora años después, que es cuando realmente se valoran las cosas, me doy cuenta de lo que realmente me enseñó; que nunca hay que dejar de aprender, y de mirar la vida con curiosidad infinita. No sé si podré llegar a ponerme en contacto con él, pero me gustaría, si pudiera ser, que le hiciese llegar mi admiración y mis felicitaciones por los premios que no deja de ganar, y no me extraña.
    No sé exactamente por qué la necesidad de comunicarle esto, quizás porque he podido comprobar que es muy gratificante que la gente a la que mimas y pretendes enseñar un poco de lo que sabes del mundo en el que vives te demuestre gratitud por dedicarles tu tiempo. Y eso es lo que siento, una enorme gratitud y un deseo de contar con su amistad pasando la barrera de la relación profesor/alumno que tuvimos. Sin más un saludo enorme y gracias adelantadas por brindarme esta oportunidad de una Extremeña en tierras Salmantinas.
    Verónica

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Por favor, no hables de mí... si acaso, hazlo de ti mismo...

Entradas populares de este blog

Al Canfrán a varear fideos...

Debe ser de cuando te mandaban “al Canfrán a varear fideos” o incluso de aquella mar salada de los ‘mecachis’... el caso es que siempre llevo puesto algo de casa [que es como decir algo de antes] en la jodida cabeza... y nado entre una pasión libidinosa por decir lo que me dé la gana y un quererme quedar en lo que era, que es lo que siempre ha sido... pero todo termina como un apresto en las caras, mientras el hombre de verdad dormita entre una sensación de miedo y otra de codicia... ¡brup!... lo siento, es el estómago que anda chungo... y tengo ideología, claro, muy marcada, y la jodida a veces no me deja ver bien, incluso consigue que me ofusque y me sienta perseguido... a veces hago listas de lo que no me gusta y de los que no me gustan... para qué, me digo luego, y las rompo... si al final todo quedará en lo plano y en lo negro, o en lo que sea, que al fin y al cabo será exactamente lo mismo... es por eso que hay días en los que me arrepiento de algunas cosas que he hecho, casi t

Los túneles perdidos del Palacio Ducal bejarano.

Torreón del Palacio Ducal con el hundimiento abajo. De chiquitillo, cuando salía de mis clases en el colegio Salesiano, perdía un buen ratito, antes de ir a mi casa, en los alrededores del Palacio Ducal bejarano. Entre los críos corrían mil historias de pasadizos subterráneos que daban salida de urgencia desde el palacio a distintos puntos de la ciudad y nos agrupábamos ante algunas oquedades de los muros que daban base a los torreones para fabular e incluso para ver cómo algún atrevido se metía uno o dos metros en aquella oscuridad tenebrosa y estrecha. Ayer, en mi curioso pasar y por esa metichería que siempre tenemos los que llevamos el prurito de la escritura, escuché durante el café de la mañana que se había producido un hundimiento al lado de uno de los torreones del Palacio Ducal y corrí a pillar mi cámara y me acerqué hasta el lugar. Allí, bajo el torreón en el que se ha instalado una cámara oscura hace un par de meses, había unas protecciones frugales que rodeaban un aguj