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Cada hombre es un mundo por hacer que se va deshaciendo.


¿Cómo he llegado a ser profundamente ateo y gozosamente existencial?
Sinceramente, negar la existencia de un dios es fácil y, además, los hombres de dios te ponen el camino diáfano. Otra cosa es demostrar y demostrarse que no hay un ente anterior y creador y, a la vez, posterior y destructor. ¿Cómo demostrar lo que no existe si no hay parámetros a los que atarse? En este caso sólo se puede argumentar en la demostración la idea que el hombre se ha hecho del concepto «dios», y desde ese punto también es relativamente fácil llegar a la conclusión deseada, la que se quiera, por supuesto, que es cuestión de retórica y no de «verdad».
Ser ateo, en todo caso, es mucho más difícil que ser creyente, mucho más peligroso y mucho más incómodo.
Mi ateísmo niega la existencia de un dios y se preocupa de forma individual por los negativos efectos de esa creencia en las personas de mi alrededor que, por ella, pueden inducir variables en mi existencia que no quiero. Es decir, dios no existe, pero su idea y su creencia en él son capaces de afectarme y de modificar mi entorno.
Así pues, estoy en la lucha de no creer y en la de protegerme del creyente que toma su creencia como verdad tangible y la extrapola al medio con fuerza real llegando incluso a ser agresivo hacia el no creyente.
Además de ateo, me encasillo sin reservas en una suerte de gozo existencial [parecen términos contradictorios, pero aseguro que no lo son, pues puede gozarse del pesimismo existencial precisamente porque desde la seguridad de ser «un hombre lanzado al porvenir» todo se hace más intenso, cobrando cada acto un valor que no pueden degustar los que esperan «otra más alta vida», pues se goza lo que se agota sabiendo que no volverá y se goza lo que se comienza sabiendo de antemano que tendrá un final preciso]. En mi existencialismo lucho por la individualidad como raíz y norte, una individualidad que después del hallazgo se extienda a lo social para «compartir» sin el apellido de «propiedad»: Yo creo –de crear– en lo individual y echo al mundo lo creado con libertad de uso [no me parece que esta idea se pueda dar de cara con los conceptos socialistas o comunistas... sí que los tergiversa en su esencia, pero comparte sus fines y hace que se llegue a ellos con más brillantez y mejores posibilidades de éxito]. Por tanto, tengo claro que soy un hombre único, con existencia individual y con un definido principio y un seguro final; que estoy en un proyecto de vida que me trabajo a diario y que igual que tomo lo que considero positivo de otras individualidades, entrego sin preguntas lo que haya nacido y crecido en mí y pueda ser utilizado por otros, ya que considero que cualquier descubrimiento humano pasa a ser universal –por pequeño o vano que sea– y entra a formar parte de la genética de las generaciones posteriores sin esa mediación de corte capitalista que se llama «propiedad intelectual» y que no es más que intentar sacar un provecho material de lo que pertenece al humano como especie en evolución [en este punto es un ejemplo claro el asqueroso negocio que hacen las multinacionales farmacéuticas dejando morir a millones de hombres mientras tienen las fórmulas para la curación de sus males metidas en cajas fuertes esperando a que multipliquen sus ganancias]. Ésa es la justa inmoralidad del imperante sistema capitalista.
En mi individualidad, igual que tomo del otro, doy y comparto. Y el gozo llega de ambas direcciones del camino... igual que llegan la soledad, el temor, la sensación de acabamiento o la tristeza.
... También procuro ser hedonista cuando se tercia.

(17:21 horas) Ando engolfado, Alberto, en explicar lo combativo de mi poesía para dejarlo escrito y que no se hagan interpretaciones ajenas a mi intención, como más de una vez ya han hecho algunos críticos, hasta el punto de no reconocerme ni en los trazos de mi obra como base de sus argumentos peregrinos, ni en lo que terminan afirmando sin conocimiento alguno de causa.
Afirmo mi interés decidido por lo confesional enmarcado en una expresión simple y clara; lo confesional como hilo conductor de una experiencia personal de vida que deje un latido de mi mundo prosaico unido al devenir de una sociedad que me ha colocado justo donde estoy: Desde mi tacto directo intento mostrar el decorado de un sistema que corresponde a mi tiempo, un decorado en el que cada día y cada noche represento mi papel y que considero que debe ser esbozado poéticamente y éticamente como percepción directa e individual de un tipo que pisa la calle en estos días. Por ello apenas toco temas que me sobrepasan o se salen de mi círculo vital [excepto los relativos a los sentimientos más profundos], pero intento hacer un juego de alta dificultad, que no es otro que dejar indicios de lo universal desde lo absolutamente personal. Por eso desnudo mi vida, me desnudo, porque me considero un tipo mediocre que responde perfectamente a los percentiles aceptados en este tiempo, y al mostrarme desnudo pretendo desnudar también al hombre de mi tiempo. Así, para hablar del hombre de mi tiempo y de sus miserias, hablo de mí mismo y lo hago en primera persona, pero siempre con la intención de que ese «yo» sea siempre un enorme «nosotros».
Con lo antedicho afirmo mi decisión constante de aportar en mi obra una importante intención política que no sé qué dimensión tiene, pero que me parece preclara cuando los poemas se leen con distancia y se sabe ver en el individuo que los protagoniza todo un grupo social que hoy late y respira.
También es poesía de combate, también, porque desde el existencialismo que la hace nacer siempre se dan claves para la rebelión contra todo y contra todos, incluso contra uno mismo. Y no es una poesía de combate hecha al modo de los poetas de guerra, con la voz altisonante y una clara arenga cada tres versos, es una poesía de combate diario y callado, pero con la clara misión de hacer sangre y herida en órganos tan sensibles como la moral, la humillación, la solidaridad, la justicia y la aceptación de una vida anodina.
Para mi poesía siempre busco música, una música que sale del heptasílabo y del octosílabo [en los que me entreno casi a diario junto a la itálica forma del soneto, en el que me siento como pez en el agua a pesar de que apenas decida publicar algunos pocos de cuando en vez], e incluso fuerzo a veces esa música y la patentizo con rupturas estéticas de rima interna que resultan tan imperfectas como el tiempo en que vivimos, de tal forma que algunas veces busco el poema malo como expresión de un tiempo malo, de tal manera que hasta la forma sea combativa y rebelde: El poema es espejo del tiempo en que se escribe... hasta espejo formal.
Sé, amigo Alberto, que al hacer esto corro riesgos, pero lo hago con conocimiento de causa y pensando siempre en que la forma también es indicativa y vindicativa del contenido del poema.
Alguien podrá decir: «Este petulante escribe con la intención de permanecer»... y no se equivocará, porque en mi narcisismo estoy decidido a que alguien alguna vez se sirva de mis palabras para explicarse este tiempo de otra forma, y esa es una razón esencial en mi escritura, ésa y la de curarme en salud echando toda la mierda de la cabeza en pequeños o grandes vómitos.

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