Ir al contenido principal

Equivocarse a veces no es solo equivocarse.

A veces salgo del trabajo deshecho, confuso, perplejo… y no sé si detenerse cada día a mantener el buen rollo entre la gente puede sumarse como materia productiva o simplemente es hacer el imbécil [unas jornadas veo tan claro como el agua que esa labor es absolutamente necesaria… y otras se me queda carita de carnero degollao].
Una empresa pequeña, sin ínfulas capitalistas, llevada por personas que entienden el trabajo en común como un acto más de convivencia y no como una opción de competencia y balance de resultados entra dentro de mis presupuestos lógicos y éticos de “jefe” [permítaseme iterar en el entrecomillado del término “jefe”].
La empresa a la que quiero llegar, a la que he querido siempre llegar, condiciona sus beneficios a los de sus empleados, y cuando hablo de beneficios no sólo me refiero a los económicos, sino a los relacionales, a los de estado de ánimo, a los producidos por una situación de trabajo agradable [parecen términos contrapuestos, ¿verdad?].
Para conseguir estos objetivos es fundamental implicar a los empleados en el proyecto desde parámetros de confianza y valoración, desde la sinceridad recíproca…
Hasta aquí vamos bien, pero lo dicho no deja de ser un cúmulo informe de palabras.
El peligro fundamental de un empresario que quiera llevar a cabo un proyecto acuñado con estos parámetros es que la realidad acabará dándole duros reveses, pues, por lo general, el “contrario” toma en la mayoría de los casos una postura defensiva que lo llena todo de distancia y llama al fracaso.
Yo seguiré intentándolo cada día.
De Tontopoemas ©...

Comentarios

Entradas populares de este blog

Al Canfrán a varear fideos...

Debe ser de cuando te mandaban “al Canfrán a varear fideos” o incluso de aquella mar salada de los ‘mecachis’... el caso es que siempre llevo puesto algo de casa [que es como decir algo de antes] en la jodida cabeza... y nado entre una pasión libidinosa por decir lo que me dé la gana y un quererme quedar en lo que era, que es lo que siempre ha sido... pero todo termina como un apresto en las caras, mientras el hombre de verdad dormita entre una sensación de miedo y otra de codicia... ¡brup!... lo siento, es el estómago que anda chungo... y tengo ideología, claro, muy marcada, y la jodida a veces no me deja ver bien, incluso consigue que me ofusque y me sienta perseguido... a veces hago listas de lo que no me gusta y de los que no me gustan... para qué, me digo luego, y las rompo... si al final todo quedará en lo plano y en lo negro, o en lo que sea, que al fin y al cabo será exactamente lo mismo... es por eso que hay días en los que me arrepiento de algunas cosas que he hecho, casi t

Los túneles perdidos del Palacio Ducal bejarano.

Torreón del Palacio Ducal con el hundimiento abajo. De chiquitillo, cuando salía de mis clases en el colegio Salesiano, perdía un buen ratito, antes de ir a mi casa, en los alrededores del Palacio Ducal bejarano. Entre los críos corrían mil historias de pasadizos subterráneos que daban salida de urgencia desde el palacio a distintos puntos de la ciudad y nos agrupábamos ante algunas oquedades de los muros que daban base a los torreones para fabular e incluso para ver cómo algún atrevido se metía uno o dos metros en aquella oscuridad tenebrosa y estrecha. Ayer, en mi curioso pasar y por esa metichería que siempre tenemos los que llevamos el prurito de la escritura, escuché durante el café de la mañana que se había producido un hundimiento al lado de uno de los torreones del Palacio Ducal y corrí a pillar mi cámara y me acerqué hasta el lugar. Allí, bajo el torreón en el que se ha instalado una cámara oscura hace un par de meses, había unas protecciones frugales que rodeaban un aguj