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Hasta la vista, Antonio... Ya charlamos...

Cayó otro amigo. Esta vez uno grande de corazón, de tenacidad y de fuerza.
Antonio Izard Gosálvez [don Antonio, que para mí se ganó de corrido ese ‘don’ que en Béjar va unido a ciertos apellidos como una suerte de cordón umbilical burgués] fue un tipo peculiar en todo lo que hizo y en cualquier campo en el que jugó sus bazas como hombre. Se atrevió a contestar siempre a su clase y lo hizo con verdadera audacia, escribió lo que quisó y dijo todo lo que consideró que debía ser dicho [esa es mi meta desde hace años hasta la justa muerte] sin medir consecuencias ni pararse a valorar baremos de idoneidad o gusto. Fue sincero sobre todas las cosas [ya es difícil encontrar tipos de tal calado en la palabra y el hecho]… Pero sobre todas las cosas, por encima de cualquier diferencia [de edad, de religión, de ideología…], fue mi amigo, un amigo mayor y muy vivido que me llamaba a veces para darme consejos y hasta para pedírmelos, que llegó a ofrecerme en muchas ocasiones su mecenazgo porque creía en mí como escritor y como persona [sé que su valoración era exagerada, pero también sé que creía en ella –en mí– con fe ciega, que me puso a su altura tantas veces… que yo sentí el halago de sus gestos como algo importantísimo que me animó a seguir en las peores fases de mi vida creativa].
Antonio fue un burgués con cierta cosa del 28 y un notorio hálito de modernidad jocosa, un hombre de contrastes que armaba complicadas estrategias de empresa midiendo paralelos en la Historia, que tan bien conocía.
Cada tiempo de charla que me regaló en su vida fue como una cascada de palabras seguidas que yo escuchaba atento, pues sabía que todas me las guardaba a mí, para mí, como un tesoro que compartir después de sus silencios.
Alguna vez me dijo que me sentía como un hijo suyo… y yo creo que lo era en el sentido exacto de un hijo que deseaba aprender la experiencia del padre.
Nuestras vidas unidas fueron puro contraste y casi nadie que me conoce y le conoció entendió nunca el ‘filin’ que nos unía ni la magnífica conexión que teníamos [más de uno se asombró esta tarde de verme en su emocionada despedida –alguno llegó incluso a preguntarme por mi presencia allí– y de ver cómo en algún instante se encharcaron mis ojos. Yo no voy a sepelios desde hace muchos años].
Antonio fue para mí un maestro en muchas cosas, y un padre protector, y un amigo especial al que no he de olvidar mientras respire.
Quedó pendiente una cita para contarme todo lo que le sucedía. Me llamó hace un par de meses y cada encuentro previsto se fue frustrando por sus viajes o por mi trabajo. Ahora tengo ese espacio vacío en la cabeza.. quizás fuese un augurio.
Queda apretando aquí, en el justito centro, el abrazo perdido que nos quedó pendiente.
Antonio Izard y yo… ¡Vaya dos locos!
Dejo también mi abrazo para su encantadora esposa, para Antonio [su hijo], para Yolanda [brillante compañera de letras y sentimientos bellos], para Marcela, Marisa, Eulalia, Beatriz, Belén, Santiago... y el resto de su gente.
Un besote de hermano escondido, secreto...

Comentarios

  1. Que palabras tan bonitas y acertadas, no es de extrañar viniendo de tan buen escritor. Antonio fue uno de los mejores hombres que he conocido, está y estará siempre en mis pensamientos. Fue una persona que no le importó dar sin recibir nada a cambio. Quería a los suyos como el que más, y a mí siempre me dio un afecto especial y un cariño que nunca olvidaré. No pudo haber habido nunca un abuelo mejor. Un gran abrazo y un beso Tito

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  2. Lo más importante, Tito, es que todas estas palabras son verdad. Yo quería un montón a Antonio y aún llevo su vacío adentro. Un abrazo enorme, amigo.

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