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La luna llena de esta noche.


Al lupanar bejarano le va muy bien la luna llena de esta noche. Una luna perfecta colgada al fondo de mi plaza lúgubre y faraónica… poniendo luz al lumpen de ratillas y gitanos con sus perros y sus botellonas de cerveza… y a los cenones de diario veraniego, que buscan en el Pavón su banquete mejor antes de pasear el silencio local de la entrenoche.
Hoy me encontré a un pesetilla meando en la plaza como si nada, regándola a ver si crecía alguno de los árboles cortados [eso decía]… ‘me daban sombra y fresquito, hermano… Ahora tengo que esconderme en los soportales pa huir del calor… con mi birrita y mis cigarritos, ya sabes… Por cierto, ¿me das un pitillo?… ¡Gracias, salao! Tú siempre me has caído bien, pero caerme bien a mí no es gran cosa, ¿verdá?… Un día te voy a comprar un paquete pa que te lo fumes tú solito… Mear es bueno, coleguita, sobre todo cuando te lo pide el cuerpo, que la chorrita sirva pa algo, ¿no?, que como estamos, ya es mucho mear, hermano, ya es mucho mear…’ Y le dejé disfrutando del humo y del seguro olor a orines de sus manos… ‘No curres mucho… que no es bueno’, me gritó cuando ya le sacaba distancia.
Y remiré la luna como si fuera un ojo par, allí puestito para verme subir como cansado la cuesta de Las Armas… Los hombre lobo tienen a sus lobas sentadas en tajuelas pillando el fresco de la noche, y a sus niños de suelta por la plaza jugando al escondite de rallar coches o a pintar con tiza pitos de mentira en las paredes o a saberse sus cuerpos en lo oscuro en un comosinada.
No aúllan, aunque saben hacerlo, porque cansa.
De LECTORAS

Comentarios

  1. "Ojos de Luna", me gusta que te pares a mirarla a tus años.

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  2. Ryokan, un maestro zen, vivía de la forma más sen­cilla posible en una pequeña choza al pie de una monta­ña. Cierto día, por la tarde, estando él ausente, un ladrón se introdujo en el interior de la cabaña, solo para des­cubrir que no había allí nada que pudiese ser robado.

    Ryokan, que regresaba entonces, se encontró, con el ladrón en su casa.

    - «Debes haber hecho un largo viaje para venir a visitarme», le dijo, «y no sería justo que volvieras con las manos vacías. Por favor, acepta mis ropas como un regalo».

    El ladrón estaba perplejo, pero al fin cogió las ropas y se marchó.

    Ryokan se sentó en el suelo, desnudo, contem­plando la luna a través de la ventana.

    - «Pobre her­mano», se decía. «Ojalá pudiese haberle dado esta maravillosa luna»

    Hay veces que alguien entra en silencio en tu vida y te roba los ojos para mirar la luna

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