Ir al contenido principal

Severo Sarduy.


Siempre sentí una debilidad especial por los sonetistas contemporáneos [aunque hay pocos que merezca la pena reseñar], pues acostumbro a entrenarme intentando sonetos en la búsqueda de la música y el ritmo en el poema. Hoy recalo sin querer [azares de enredar en mi biblioteca] en un sonetario muy de mi gusto y en un autor que me fascina: el poemario es “Un testigo fugaz y disfrazado”, y el autor responde al nombre de Severo Sarduy. Tiene un soneto que le viene muy bien a estas páginas, pues su título es ‘Página de un diario’, tanto como a una idea de la muerte que comparto:

Pasado, todo el día, en el complejo
trámite funerario. No es la muerte
lo que derrumba con su hachazo –fuerte
así es el hombre–, sino el turbio espejo

que nos tiende. Si su mercurio muestra
tetanizada de dolor y miedo
una cara deforme o el remedo
de una cara –un borrón–: eso es la nuestra

devuelta a su verdad por la guadaña
que no ahuyenta la fuerza ni la maña.
Es su brasa te alumbres o te quemes,

que no sepa, ni en sombra, lo que temes,
ese dios que veneras y encareces.
Porque eso mismo te dará. Y con creces.

Como curiosidad, suyo también es un soneto que lleva por título “Que se quede el universo sin estrellas” y que no tiene nada que ver con la canción que todos conocemos.
(17:31 horas) Es tan importante el idioma [‘propiedad privada’ es el significado original del término griego], que además de servir para nombrar, y por tanto para dar existencia a las cosas que nos rodean, sirve para tener consciencia del mundo, para comunicar nuestros sentimientos y recibir los de los demás, para conservar la historia pequeña y la grande, como potencia creadora en campos tan magníficos como el arte o la poesía, para armar la evolución social en base a uso [el del idioma] filosófico, para edificar nuestro pensamiento complejo, para rememorar y hacer revivir lugares y gentes en mentes que no las conocieron, para amar y odiar, para agredir y perdonar… Si nos detenemos a analizarlo, nos percataremos de que pensamos en nuestro idioma, de que sentimos con él, de que amamos en él y por él, de que somos en función de sus limitaciones y de sus caminos por hollar.
También el idioma nos aporta cierta trama de automatismo que nos hace en cierta forma el carácter a los que lo compartimos en uso y costumbre, y eso es realmente peligroso, pues se pierde el valor neto de la palabra y su idea, adormeciendo y hurtando la grave potencialidad expresiva y significativa que posee.
Es jodido caer en la red de lo automático [esa historia de repetir frases, actos, hechos… sin saber por qué lo hacemos, habiendo olvidado la necesidad original que los planteó]. Ese automatismo es muy bien aprovechado por los medios de masas, por los gobiernos poderosos y por las empresas globales como pauta hacia la alienación de los grupos humanos y de los individuos… por ello es preciso que empecemos por ser muy cuidadosos con lo que decimos y con la forma en que lo decimos… a la vez que exigir encarecidamente a quien nos habla o a quien nos ofrece un discurso grupal, que sea absolutamente meticuloso con el idioma, de tal forma que todos y cada uno de los receptores sean/seamos capaces de procesar con garantía tanto lo preclaro como las trampas buscadas o ya instaladas en el proceso automático.
Para lograr tal utopía [juego con imposibles, pues cualquier utopía lo es], es preciso que la formación de nuestros hijos vaya dirigida con empeño y vigor hacia ese conocimiento del idioma y sus usos, que lo demás debe ser fruto de la propia curiosidad [o de la ajena], y dejarse de esas zarandajas modernas de tecnologías, música, plástica y educación física [otra cosa sería armar esas materias en función del mejor aprendizaje del idioma, sin exigir contenidos, pero exigiendo ‘expresión’ y conocimiento exacto de vocabulario específico].
De FUMADORAS

Comentarios

  1. Qué recomendable Sarduy. Relectura que me recuerdas: De dónde son los cantantes.

    ResponderEliminar
  2. He terminado mi condena atado a los presupuestos y tengo tiempo.
    Uno de mis libros de cabecera es "BIG BANG" de Severo Sarduy en la colección de CUADERNOS INTIMOS en Tusquets del año 1974.
    Lo recomiendo, sobre todo si te va la música.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Por favor, no hables de mí... si acaso, hazlo de ti mismo...

Entradas populares de este blog

Al Canfrán a varear fideos...

Debe ser de cuando te mandaban “al Canfrán a varear fideos” o incluso de aquella mar salada de los ‘mecachis’... el caso es que siempre llevo puesto algo de casa [que es como decir algo de antes] en la jodida cabeza... y nado entre una pasión libidinosa por decir lo que me dé la gana y un quererme quedar en lo que era, que es lo que siempre ha sido... pero todo termina como un apresto en las caras, mientras el hombre de verdad dormita entre una sensación de miedo y otra de codicia... ¡brup!... lo siento, es el estómago que anda chungo... y tengo ideología, claro, muy marcada, y la jodida a veces no me deja ver bien, incluso consigue que me ofusque y me sienta perseguido... a veces hago listas de lo que no me gusta y de los que no me gustan... para qué, me digo luego, y las rompo... si al final todo quedará en lo plano y en lo negro, o en lo que sea, que al fin y al cabo será exactamente lo mismo... es por eso que hay días en los que me arrepiento de algunas cosas que he hecho, casi t

Los túneles perdidos del Palacio Ducal bejarano.

Torreón del Palacio Ducal con el hundimiento abajo. De chiquitillo, cuando salía de mis clases en el colegio Salesiano, perdía un buen ratito, antes de ir a mi casa, en los alrededores del Palacio Ducal bejarano. Entre los críos corrían mil historias de pasadizos subterráneos que daban salida de urgencia desde el palacio a distintos puntos de la ciudad y nos agrupábamos ante algunas oquedades de los muros que daban base a los torreones para fabular e incluso para ver cómo algún atrevido se metía uno o dos metros en aquella oscuridad tenebrosa y estrecha. Ayer, en mi curioso pasar y por esa metichería que siempre tenemos los que llevamos el prurito de la escritura, escuché durante el café de la mañana que se había producido un hundimiento al lado de uno de los torreones del Palacio Ducal y corrí a pillar mi cámara y me acerqué hasta el lugar. Allí, bajo el torreón en el que se ha instalado una cámara oscura hace un par de meses, había unas protecciones frugales que rodeaban un aguj