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Quiero un día.

Un día sin hacer nada, ¡hum!. Levantarme de la cama justo cuando me apetezca y salir al mundo sin peinar, un baño caliente con aromas escuchando el ‘Viatge a Ítaca’ de Lluis Llach y media hora para mirarme el cuerpo ante el espejo y sentir cómo la piel va recogiendo sus meandros, una hora desayunando en albornoz sintiendo el cuerpo desnudo por dentro [leche fresquita con Nestquik y unas magdalenas de aceite de oliva]… Y luego vestirme despacio con mis calzoncillos de Lucky Luke, con mi camiseta blanca de tirantes [justito realismo italiano de los cincuenta con cierto revenimiento 2000], con mis calcetines montañeros, con los pantalones negros de pana vieja, con la camisa verde seco, con la chaqueta grandona gris marengo… y limpiar con grasa de caballo mis botas de andar antes de calzármelas.
Un jodido día sin hacer nada… solo quiero uno.
Un día para ver tres veces ‘2046’, de Wong Kar Wai, y buscarle el latido al comienzo de mis muslos, para sentir en silencio cómo se me blanquea el cabello, para centrarme en el comezón de mi rodilla derecha [un comezón postbalocestístico que a veces me hace cojear], para repatingarme en el sofá negro con los ojos cerrados y con mis brazos cruzados bajo la cabeza, para andar descalzo por la casa y sentir frío.
Solamente uno, coño.



(15:10 horas) Obsesionado por la cosita del día sin hacer nada, pillo de mi biblioteca uno de los libros de arte que más me llenan, precisamente porque hace tres años me llevó a iniciar mi diario gráfico como un frenesí. La artista es la dadaísta alemana Hannah Höch, que hacía locuras con recortes de papel prensa, unas locuras maravillosas que se convertían en collages de auténtico valor artístico [muy recomendable ver sus dibujos y conocer su historia para mujeres que buscan una nueva ‘mujer’ hacia el futuro].
Hannah fue toda una adelantada a su tiempo y me está dejando una tarde hermosísima, para guardar entre sedas y algodones.
(18:30 horas) A veces me sirve mucho pensar en la pintura [que me tomo como un juego personal que me lleva a sentirme mejor] para intentar centrarme en mi forma de ser poética. Me pregunto entonces que si yo fuera un creador plástico en qué estética trabajaría… y enseguida me doy cuenta de mi absoluta dispersión, ya que no atino a centrarme en una estética concreta. Quiero probarlo todo, intentar cualquier tipo de presentación… y, por más que lo peleo, soy absolutamente incapaz de tomar un formato estético como el que más me agrada.
Así las cosas, paso de dibujos apenas esbozados a manchas muy contrastadas, de un realismo rápido al borde más cencano a Otto Grosz, del collage repintado al retrato de manchas…
Entonces me percato de que en lo poético me sucede exactamente igual, con la única consideración de que en este palo siempre, absolutamente siempre, hablo de lo mismo, lo que quizás le aporte un puntito de unidad a la historia. Y acabo conformándome por imposible, quedándome a vivir y a morir en mi tono.
¿Esto es el compendio de mi fracaso? No lo sé, pero me pone algo nerviorso pensar que puede serlo… mi falta de concreción, mi absoluta falta de orden, mi dispersión…


HACIA MI MEDIO SIGLO (IV)
[Relectura de Diario de un Savonarola]

26 de octubre de 2004

Hace unos días murió un tipo de vida triste con el que me cruzaba frecuentemente por la calle y me pedía un cigarro o unas monedas. Debía tener más o menos mi edad. Y hoy, no sé por qué, lo he echado de menos al ir a comprar tabaco. Nada más. Lo he echado de menos, yo, que tengo mi vida estanca, cerrada por muros personales, que cada día limito más mi contacto con la gente, que apenas percibo otra sensanción que no sea la que he previsto con anterioridad. La verdad es que me he sorprendido con esta rara sensación de falta de alguien que sólo supuso para mí alguna mirada hosca o un indeterminado y tonto cruce de palabras.
Quizás el sentimiento de la muerte esté empezando a trabar en mí argumentos distintos a los que hasta ahora eran comunes, esos argumentos que he explotado sin mucha vergüenza en mis poemas –«...como un perro que pasa por un campo de minas... como un perro que pasa y no vuelves a verle»–. La muerte como anécdota, sin tristeza por medio, sin lágrimas, sin sensación urgente de descenso... Y Julio Espinosa preocupado por el lugar en que ubicar su foto en la edición de su nuevo libro, y el tipo de la O.P. del Banco Popular llamándome a casa para que recoja un par de tarjetas de crédito/débito que ponen valor a mi deseo, y mi hijo Guillermo dudando entre el «golosinero» de Batman o el Ciclonic blanco, y yo intentando sustituir mi «Chester» por un «Excite» que pone la lengua gorda pero que cuesta un euro menos. Atar y desatar o viceversa. El sí y el no en un para nada.
Tumbarse quizás sea lo más decente, tumbarse y destapar el cuerpo con las manos para sentir el frío que es y que soy.
Por cierto, ¿tumbarse viene de tumba?



De FUMADORAS

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