Ir al contenido principal

Tu silla será de otro.

Leo la entrada que bajo el título de ‘Notas’ hizo Antonio Gutiérrez Turrión en su Blog el día 20 de diciembre [http://antoniogt.blogspot.com/2007/12/notas.html] y no puedo por menos que felicitarle emocionado por dar en un clavo jodidamente puñetero. Me quedo con su final y lo suscribo letra por letra:

“A veces en esto soy tan radical que pienso que habría que prohibir dar clase a quien no tenga hijos que hayan pasado por esas etapas; como me gustaría que fueran psicólogos de familia solo los que tuvieran su casa sosegada. Qué cosas...”.

Yo no lo sabría expresar mejor ni con tanto valor [pues el comentario viene desde dentro, desde quien conoce los entresijos de la enseñanza porque vive de ella y vive con ella, desde quien convive a diario con esos/as pequeños sátrapas del submundo enseñatrice].
Ponte de mi parte un ‘progresa adecuadamente’, amigo Antonio.
En fin, que no quiero hacerme mala sangre con las diosas solteritas del arte finisecular… ¿para qué?, si no voy a arreglar nada.

* © Fotografía de Daniel Mordzinski

•••
Cuando llegue el momento de la rúbrica, alguien te esperará en la esquina con un cuchillo afilado y pasarán por tu cabeza los días felices como la mena que has de dejar. Entonces la escoria se concretará en tu cuerpo alborotado sobre los adoquines, en una posición grotesca y quieta… luego todo será la mujer desnuda peinándose en un cuarto con ventana a un patio gris y oscuro, el candor de una risa extranjera, el pañuelo con el que se dice adiós en las estaciones, la mano posada en el centro, los amantes en la habitación de al lado, el beso que traía el ardor, la mirada perfecta lanzada a otros ojos, el paisaje de Arusha después del aguacero, el portal donde todo se hizo humedad, la casa vieja cayéndose poco a poco, los libros en otras manos, un desnudo a contraluz, el espejo sin mirada posible, el París que no viste, la seda de dos vientres propiciando su alquimia, el pudor en un marco, los hábitos en el armario sin nada que ponerse, el método con su viruela de soledad, la culpa en su peana de madera de boj, las cartas marcadas en su cajón de siempre, un racimo de piel en un florero, el más allá sin agua, ese rastro en la nieve que te lleva hasta casa, los andenes sin guirnaldas posibles, la esponja que rozaba tu cuerpo puesta a orear…
El jinete vencido te alzará hasta la grupa de su caballo y un relincho marcará ese camino final hasta la otra mitad. Lo pasado será un zumbido entonces, y el recuerdo se irá borrando como un algo doméstico que se ahoga en costumbre.
Al fin no existirás, pues no habrá desconcierto en los que te vivieron.
Tu silla será de otro.

(16:43 horas) Decía Antonin Artaud que ‘si no hubieran aparecido los médicos, no existirían los enfermos’. Sabia reflexión que me lleva a esa cosa de la justificación de la existencia que tantos males le ha traído al hombre… existo como rol humano, luego tengo que justificar mi existencia incluso cuando no fuese preciso que lo hiciera. En este apartado están tanto los chamanes como los ‘maestros’ [a esos a los que se refería Antonio G. Turrión en la entrada de su blog]. Y a ello siempre va unido un absurdo principio de autoridad. ¿Acaso no sé yo más de mi dolor físico y espiritual que el más reputado galeno titulado? ¿Acaso no soy yo el que debe decidir siempre lo que le conviene a mi individualidad, porque soy el que la goza y el que la sufre? ¿Acaso no llega el conocimiento a mí sólo si yo me dispongo a que llegue? ¿Acaso puede alguien decirme objetivamente lo que es verdad y lo que no lo es para mi individualidad?… La idea de los roles humanos es en sí misma un fracaso de lesa humanidad, porque desde ellos se generaliza en los diagnosticos y se aliena para los resultados. El médico actúa y somete, el ‘maestro’ se adapta y somete, el juez se somete y somete… y el individuo que los sufre es incapaz de entender que solo lo hacen con la jodida intención de perpetuarse en su rol, de ganar sus grasosos eurillos mensuales destruyento el tejido vivo para sustituirlo por un tejido adormecido y mortecino.
Antonin sufrió en sus carnes aquellas jodidas terapias de electroshock a las que le sometían los alienados doctores. El sufrimiento que le causaron procedía de su necesidad de seguir siendo los chamanes de la tribu, procedía de que la singularidad de Antonin iba contra su statu de galenos y contra la norma generalizada de un hombre al uso de las imposiciones de la socidad.
No somos nada… pero ellos son menos aún… mucho menos.

SAVONAROLA DE PAPEL
[Experimento realizado con cartulina sobrante de felicitaciones navideñas]
































De FUMADORAS

Comentarios

  1. Madre de alumno (iracunda)- ¡Cómo se nota que ud. no tiene hijos!

    Profesor poeta - Señora, esa es una información de la que ni yo mismo dispongo.

    'Feliz Navidad!

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Por favor, no hables de mí... si acaso, hazlo de ti mismo...

Entradas populares de este blog

Al Canfrán a varear fideos...

Debe ser de cuando te mandaban “al Canfrán a varear fideos” o incluso de aquella mar salada de los ‘mecachis’... el caso es que siempre llevo puesto algo de casa [que es como decir algo de antes] en la jodida cabeza... y nado entre una pasión libidinosa por decir lo que me dé la gana y un quererme quedar en lo que era, que es lo que siempre ha sido... pero todo termina como un apresto en las caras, mientras el hombre de verdad dormita entre una sensación de miedo y otra de codicia... ¡brup!... lo siento, es el estómago que anda chungo... y tengo ideología, claro, muy marcada, y la jodida a veces no me deja ver bien, incluso consigue que me ofusque y me sienta perseguido... a veces hago listas de lo que no me gusta y de los que no me gustan... para qué, me digo luego, y las rompo... si al final todo quedará en lo plano y en lo negro, o en lo que sea, que al fin y al cabo será exactamente lo mismo... es por eso que hay días en los que me arrepiento de algunas cosas que he hecho, casi t

Los túneles perdidos del Palacio Ducal bejarano.

Torreón del Palacio Ducal con el hundimiento abajo. De chiquitillo, cuando salía de mis clases en el colegio Salesiano, perdía un buen ratito, antes de ir a mi casa, en los alrededores del Palacio Ducal bejarano. Entre los críos corrían mil historias de pasadizos subterráneos que daban salida de urgencia desde el palacio a distintos puntos de la ciudad y nos agrupábamos ante algunas oquedades de los muros que daban base a los torreones para fabular e incluso para ver cómo algún atrevido se metía uno o dos metros en aquella oscuridad tenebrosa y estrecha. Ayer, en mi curioso pasar y por esa metichería que siempre tenemos los que llevamos el prurito de la escritura, escuché durante el café de la mañana que se había producido un hundimiento al lado de uno de los torreones del Palacio Ducal y corrí a pillar mi cámara y me acerqué hasta el lugar. Allí, bajo el torreón en el que se ha instalado una cámara oscura hace un par de meses, había unas protecciones frugales que rodeaban un aguj