Ir al contenido principal

'¡Vamo, vamo, vamo...!'

Cenamos en familia tan divinamente, y mira que no me gustan un pelo estos fastos y sus excesos. Este año, de nuevo, nos acompañaron Youssoph y Malick, que tuvieron el hermoso detalle de regalarnos una paterita plateada llena de mazapanes junto a un par de botellitas para concelebrar.
Con ellos, imaginé que la fiesta era otra y me crecieron las sonrisas.
A Malick no le había vuelto a ver desde que comenzó a trabajar en Aldeanueva del Camino, y le encontré estupendo, algo más delgado, pero estupendo. Me contó algunos detalles de su trabajo y medimos juntos los problemas de su casa, que no tiene calefacción y la tele solo le pilla ‘La Sexta’ porque no tiene antena [lo solucionaremos en breve], circunstancia que ata un poquito su constante soledad allí, pues aún no ha tenido tiempo de hacer colegas [dice: ‘curro de ocho a ocho, Felipe’]. En todo caso, le encontré muy feliz e ilusionado, lo que a mí también me hace feliz.
Youssouph anda aún esperando que se concrete el final de sus papeles, y le veo nerviosete porque no ve llegar el momento [hace unos días llamamos juntos para interesarnos por ellos, y nos encontramos con que la oficina de inmigración está cambiando su ubicación de la comisaría de policía a la Subdelegación de Gobierno de Salamanca, por lo que todo está detenido y los expedientes empaquetados hasta después de estas fiestas]. Él sigue con su sonrisa eterna y sus enormes ganas de hacer, estudiar y trabajar… desde esa disposición, terminará teniendo lo que quiera.
La noche también sirvió para abrazar a todos mis sobrinos [exceptuando a Juan Ignacio y a Miguel Ángel, que no andan ahora por esta tierra]. Todos están muy mayores ya, lo que hace que yo me sienta más mayor aún, pero se los ve magníficos, lanzados a la vida con ganas. También hubo abrazos para mis cuñados/as [este año los vi a todos… purita y rara magia], y también los encontré mayores de cojones, algo más vencidos y silenciosos [yo no paré de hablar en toda la cena, que sigo siendo el ‘voceras’ familiar]. Magdalena desapareció justo en los entrantes y Ángel lo hizo en los postres, ambos a la deriva de una noche que no tiene ya contenido alguno.
A la una y media llevé a mis negritos hasta su casa y nos acompañó mi Felipín… y para fin de fiesta no se me ocurrió otra cosa que hacer juntos un pequeño rallye por Béjar antes de dejarlos en su aposento, una especie de ensayito de lo que será nuestro viaje común a su África. Youssouph estaba encantado haciendo de copiloto… ‘Vamo, vamo, vamo… que esa curva e mu buena’ y Malick apretaba sus pies y ponía una sonrisa forzada encantadora mientras decía bajito… ‘cuidado, cuidado que esa curva es mala, Youssouph’. Nos reímos un ratito con el frenazo final y el consecuente cabezadzo… y Malick respiró aliviado.
Una suerte haber encontrado a estos tipos.
(18:48 horas) Siempre engolfado en buscar una expresión para mi pensamiento y siempre tirando con balas de fogueo. Y todo termina en un juego de correspondencias entre la idea y su expresión que desemboca en otra cosa distinta. Una locura, amigos.
En todo caso, noto que me voy separando poco a poco de las cosas y de los hombres, y eso me hace percibir que no estoy en un camino del todo equivocado. Me singularizo y crezco, a pesar de que lo haga por caminos incorrectos.
En todo caso… ¿qué es lo correcto?
Sí, lo correcto sé que es singularizarme sin buscar la mirada del otro, singularizarme sintiendo que tal estado es tan efímero como yo mismo y que no le debe interesar a nadie [ni puta falta que hace], singularizarme para adelgazar mi ego y no para hacerlo grueso y visible, singularizarme para hacer desaparecer la palabra ‘orgullo’ de mi diccionario, singularizarme para descubrir la adulación, singularizarme para descubrirme fingiendo, singularizarme sin vanidad, singularizarme para pasar a la siguiente capa que vive bajo la superficie… esa capa en la que los estímulos no llegan del exterior, sino que proceden de lo profundo.
No sé, coño.
(23:11 horas) No hay coyotes aquí, pero sí paramecios y complicados virus. Es selva al fin y al cabo donde se pone un pie, una mano o los ojos.
Ayer, en una boutade navideña, me comí un libro malo y hoy trepanan ardores mis vísceras de trapo. Podría haberme comido ‘El oficio de vivir’, pero está encuadernado en tapa dura y, además, es mi libro favorito… siempre la puñetera manía de conservar lo bueno y gastar lo malo, y siempre los arrepentimientos posteriores. Hoy regurgito versos malos y eructo metáforas nefastas.
En fin… es parte de mi miseria.

De FUMADORAS

Comentarios

  1. le deseo todo un año de unavezportodas

    http://home-and-garden.webshots.com/album/555138081vwDybv

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Por favor, no hables de mí... si acaso, hazlo de ti mismo...

Entradas populares de este blog

Al Canfrán a varear fideos...

Debe ser de cuando te mandaban “al Canfrán a varear fideos” o incluso de aquella mar salada de los ‘mecachis’... el caso es que siempre llevo puesto algo de casa [que es como decir algo de antes] en la jodida cabeza... y nado entre una pasión libidinosa por decir lo que me dé la gana y un quererme quedar en lo que era, que es lo que siempre ha sido... pero todo termina como un apresto en las caras, mientras el hombre de verdad dormita entre una sensación de miedo y otra de codicia... ¡brup!... lo siento, es el estómago que anda chungo... y tengo ideología, claro, muy marcada, y la jodida a veces no me deja ver bien, incluso consigue que me ofusque y me sienta perseguido... a veces hago listas de lo que no me gusta y de los que no me gustan... para qué, me digo luego, y las rompo... si al final todo quedará en lo plano y en lo negro, o en lo que sea, que al fin y al cabo será exactamente lo mismo... es por eso que hay días en los que me arrepiento de algunas cosas que he hecho, casi t

Los túneles perdidos del Palacio Ducal bejarano.

Torreón del Palacio Ducal con el hundimiento abajo. De chiquitillo, cuando salía de mis clases en el colegio Salesiano, perdía un buen ratito, antes de ir a mi casa, en los alrededores del Palacio Ducal bejarano. Entre los críos corrían mil historias de pasadizos subterráneos que daban salida de urgencia desde el palacio a distintos puntos de la ciudad y nos agrupábamos ante algunas oquedades de los muros que daban base a los torreones para fabular e incluso para ver cómo algún atrevido se metía uno o dos metros en aquella oscuridad tenebrosa y estrecha. Ayer, en mi curioso pasar y por esa metichería que siempre tenemos los que llevamos el prurito de la escritura, escuché durante el café de la mañana que se había producido un hundimiento al lado de uno de los torreones del Palacio Ducal y corrí a pillar mi cámara y me acerqué hasta el lugar. Allí, bajo el torreón en el que se ha instalado una cámara oscura hace un par de meses, había unas protecciones frugales que rodeaban un aguj