Ir al contenido principal

El mundo es un pañuelo...


Hoy, mientras tomaba mi cafetín en PdT, se acercó hasta donde yo estaba uno de los notarios de Béjar [creo que se llama Andrés, aunque no estoy seguro, pues tengo muy mala memoria para los nombres], un tipo encantador y entrañable, para despedirse de mí porque se traslada a Coria por su trabajo. Me sorprendió al contarme que ha sido coleguilla de José María Cumbreño desde muy temprana edad, ese poeta extraordinario y amigo estupendo que tanto afecto me da. El mundo es un pañuelo… y eso me gusta mucho.
•••
¿Te acuerdas, viejo F, del arco iris cayendo entre la niebla en el Valle de las Huertas? Eran días tan diferentes a la realidad… días como encallados en la memoria a los que el tiempo ha puesto su parte de sueño. Tú aún no eras el glaciar en que te has convertido con los años y tenías esperanza en todo lo desconocido, hasta en la gente. Entonces la frente era casi testuz para atacar al mundo que no te gustaba [hoy es cofre secreto en el que guardas vientres esperando a que el declive te lleve al fondo]. Caminabas entre las piedras como si lo hicieses sobre el mármol y el mundo estaba ahí para que fuera tuyo. Bien recuerdas a veces que tu padre te lo dijo con el gesto torcido mientras comíais juntos en la casa de la Travesía de San Nicolás: “te harán daño, porque el hombre en su naturaleza está diseñado para hacer daño al hombre”… pero jamás le hiciste caso, te reías y cambiabas de tema. Eran días de bollos suizos con azucarón, viejo, y los pocos enigmas que te planteabas tenían que ver con el origen del Universo o con el túnel por el que llegar a arreglar el mundo de un plumazo utópico.
Aquel arco iris lo fotografiaste con tu Werlisa Color y pensaste que era tu obra magna… lo mirabas embobado, sentado en el suelo del balcón largo, y te sentías ufano por haber captado aquella imagen tan llena de perfección, tan fuera de ti que era como algo encontrado.
Hoy el baile es otro, viejo, y las semillas que debían germinar ya lo hicieron.
Bebe mientras el agua colme los charcos, pero no rectifiques, que ya no es tiempo.

Comentarios

  1. Hola señor Comendador, me he permitido la libertad de colgar un poema suyo en mi blog. Ha sido tarea dificil escoger, la verdad, pues los que no van acordes con el destemple que me acompaña cada otoño, lo están con mi desprecio hacia los despreciables.

    Todo lo contrario que usted y el sr. Cumbreño, a quienes admiro por diferentes razones.

    Gracias por este espacio y mucha suerte

    ResponderEliminar
  2. es terrible olvidar y esperar, tan sólo eso.

    bicos,

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Por favor, no hables de mí... si acaso, hazlo de ti mismo...

Entradas populares de este blog

Al Canfrán a varear fideos...

Debe ser de cuando te mandaban “al Canfrán a varear fideos” o incluso de aquella mar salada de los ‘mecachis’... el caso es que siempre llevo puesto algo de casa [que es como decir algo de antes] en la jodida cabeza... y nado entre una pasión libidinosa por decir lo que me dé la gana y un quererme quedar en lo que era, que es lo que siempre ha sido... pero todo termina como un apresto en las caras, mientras el hombre de verdad dormita entre una sensación de miedo y otra de codicia... ¡brup!... lo siento, es el estómago que anda chungo... y tengo ideología, claro, muy marcada, y la jodida a veces no me deja ver bien, incluso consigue que me ofusque y me sienta perseguido... a veces hago listas de lo que no me gusta y de los que no me gustan... para qué, me digo luego, y las rompo... si al final todo quedará en lo plano y en lo negro, o en lo que sea, que al fin y al cabo será exactamente lo mismo... es por eso que hay días en los que me arrepiento de algunas cosas que he hecho, casi t

Los túneles perdidos del Palacio Ducal bejarano.

Torreón del Palacio Ducal con el hundimiento abajo. De chiquitillo, cuando salía de mis clases en el colegio Salesiano, perdía un buen ratito, antes de ir a mi casa, en los alrededores del Palacio Ducal bejarano. Entre los críos corrían mil historias de pasadizos subterráneos que daban salida de urgencia desde el palacio a distintos puntos de la ciudad y nos agrupábamos ante algunas oquedades de los muros que daban base a los torreones para fabular e incluso para ver cómo algún atrevido se metía uno o dos metros en aquella oscuridad tenebrosa y estrecha. Ayer, en mi curioso pasar y por esa metichería que siempre tenemos los que llevamos el prurito de la escritura, escuché durante el café de la mañana que se había producido un hundimiento al lado de uno de los torreones del Palacio Ducal y corrí a pillar mi cámara y me acerqué hasta el lugar. Allí, bajo el torreón en el que se ha instalado una cámara oscura hace un par de meses, había unas protecciones frugales que rodeaban un aguj