Ir al contenido principal

Bonito lo de Mérida...




La Literatura es muy generosa conmigo, pues me propicia de vez en cuando viajes estupendos con los gastos pagados en hoteles magníficos y además con algunas pelillas para salvar el mes al uso.
Salí de Béjar ayer y estaba nevando. Mi coche lucía un blanco hermoso y el frío era intenso. A la altura de Hervás ya se había deshecho toda la nieve que acumulaba el auto y el termómetro exterior del coche marcaba 7º C. Hice de un tirón el recorrido hasta el Cruce de las Herrerías, donde me gusta hacer una parada siempre que hago este recorrido. Allí me tomé una Coke y me trajiné un bocata de lomo caliente, eché un ratito en revisar la prensa extremeña que había en barra [exactamente el ejemplar del día de “HOY”] y me descojoné al encontrarme en la sección de cultura con que me habían confundido con la escritora ultraconservadora Ángela Valvey [mantengo un maridaje extraño con Mérida y la Literatura, pues ya me sucedió allí hace tiempo otro hecho mínimo extraordinario con Alfonso Ussía, otro torrezno letrero de la derecha nacional]. Desde las Herrerías tiré hasta Mérida y me alojé en su Parador, donde tenía hecha la reserva por la Asociación de Escritores Extremeños [un local vetusto que en su día fue un convento de monjas]. Me acomodé y rápidamente me tiré a la calle para pasear la ciudad. Mérida es una ciudad hermosa, realmente hermosa, y le eché un par de horas para hacerme con algunas tomas fotográficas. Cuando me entró un poquitillo de gusita, entré en un local que se llama “100 Montaditos” [lo recomiendo encarecidamente] y me metí pal cuerpo unas delicias calientes a 1,30 euros la tirada, con una cervecita, que me dejaron estupendo y satisfecho.
Había quedado a las cuatro de la tarde con Antonio Gómez y llegué al lugar de la cita con un cuarto de hora de adelanto para poder tomarme un cafetillo relajado y a solas, que me hacía ilusión. Llegó Antonio y nos abrazamos fuerte –es un amigo al que quiero de verdad–, hablamos de todo lo divino y lo humano [hasta de cómo encontrar papel de arroz chino para el gran Alberto Hernández –me explicó Antonio que la clave pueden tenerla Antonio Damián y Jim Lorena en su web de libros objeto y libros de artista, donde dan información muy trabajada sobre diversos temas, entre ellos el papel (http://librodeartista.ning.com/groups)–, paseamos la ciudad juntos y nos acercamos a visitar el Museo Romano, toda una experiencia plástica e inolvidable –hice allí algunas fotos medio robadas.
Luego vino el encuentro con Pilar Nieves, grande en todo, hermosa, con esa sonrisa divina que yo recordaba nítida de nuestro primer encuentro en un curso de verano de El Escorial junto a Ada Salas... un amor de mujer en todos los sentidos... me entregó una pila de ejemplares del cuaderno editado para la ocasión con poemas de mi extraña cosecha y charlamos los tres, animados por unas cervecitas para acortar el tiempo de espera hasta la hora de mi intervención. Mientras esperábamos, unas manos femeninas me taparon los ojos con esa cosa infantil de ‘¿a que no aciertas quién soy?’... era Mercedes, que había viajado desde Cáceres junto a su santo, el amigo Antonio Merino, para asistir a mi puesta en escena... me hizo mucha ilusión y me sentí realmente querido por el hermoso detalle [gracias, amigos M y AM, conseguisteis que todo fuera para mí más especial]. También se nos unió Elías Moro, otro campeón en el arte de acoger.
Me presentó Orihuelita con un texto emotivo. Mi intervención en el salón de actos del Parador de Mérida fue entrañable, aunque no estaba yo en uno de mis mejores días, que todo hay que decirlo, pues en mi cabeza sonaban aún esas trompetas cabronas de Hacienda, lo que me hizo sentirme algo incómodo en algunos tramos de mi lectura [incómodo por mí, no por el público]. Al final me dio la impresión de que el personal se quedó satisfecho, lo que, unido a las múltiples muestras de cariño que recibí, me dejó relajadito del todo.
Fue entonces cuando llegó Marino González, que venía de Badajoz de presentar su nuevo libro... más abrazos y más risas [Marino es alma de fiesta siempre]... y nos pulimos unas cañitas junto a una gente maja amante de la Literatura, y cenamos conversando [me queda un buen recuerdo de un amigo mexicano con el que hablé un buen rato, de mi Leni Ortiz –qué tía más maja– y de las compañeras rechulis de Pilar], y pillamos un par de copazos de Havana 7 con cola y limón con risillas, y caí en la cama como transido, como un crío chico.
Por la mañanita me levanté temprano y disfruté de largo de la ducha paradora mientras veía el patio gustosito de las monjas y a una cigüeña en su nido a unos diez metros de mi ventana, desayuné zumito con café y un par de bollos suizos y me tiré a la calle bien abrigado para saber de la amanecida emeritense y comprarme un boli [que me dejé las plumas de pintar en mi estudio], hice algunas fotos y volví al Parador a eso de las diez y media para esperar a la profe que había quedado en pasar a recogerme para llevarme a la biblioteca Delgado Valhondo. Vino la profe y me llevó. Allí me presentó al director del complejo cultural, un tipo muy jovial, y a los profes de los distintos institutos que iban llegando poco a poco... y se llenó el salón de actos... y dos chiquitillas rechulis del IES Extremadura [Aurora y Claudia] leyeron una presentación hermosa que luego me regalaron... y hablé a los chicos de largo, y los noté enganchados, y me extendí en mi tiempo y seguían allí, callados y escuchando... una experiencia realmente hermosa para este viejo F con panteras en la nuca... se lo quiero agradecer a los chicos y a los profes, a todos, uno por uno... ¡Gracias por hacerme sentir importante!
Y volví a casa.
Justo cuando entraba por Cantagallo comenzó a nevar. Qué frío otra vez, coño.
Hosti... y se me había olvidado José María Cumbreño, que estuvo allí con sus chicos estupendos y apenas pudimos hablar [un abrazo para él].





















Comentarios

  1. Buenas noches, L.F.C.:

    ¡Tengo que ir a Mérida!. ¡Qué estupendas fotografías, todas!.
    Te leo siempre. Me alegro que te fuese estupendo, pero es lógico entre gente que ama la poesía.

    Saludos. Gelu

    P.D.: Siempre que nieva, me gusta canturrear la canción de Adamo: "Tombe la neige".

    ResponderEliminar
  2. Fue realmente hermosa la lectura en el Parador; hermosa e íntima. Allí volví a encontrarme con la frescura de los poemas de la primera etapa de este poetazo, que llegan, todavía más,desde su voz rota y cálida. Nos dio a conocer, igualmente, algunos poemas de su última obra "Dientes de leche", para terminar, a petición de alguno de los asistentes con la lectura de varios pensamientos de su "No pasa nada si a mí no me pasa nada". No cuenta el amigo Luis Felipe que había allí un grupo de estudiantes, con su profesora de literatura, que tenían pendiente un examen para los próximos días sobre su obra literaria. Así nos los dijo la profe. Casi nada. Lo dicho: que fue un acto muy hermoso.

    ResponderEliminar
  3. Bonito relato de un viaje poético.
    Un saludo.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Por favor, no hables de mí... si acaso, hazlo de ti mismo...

Entradas populares de este blog

Al Canfrán a varear fideos...

Debe ser de cuando te mandaban “al Canfrán a varear fideos” o incluso de aquella mar salada de los ‘mecachis’... el caso es que siempre llevo puesto algo de casa [que es como decir algo de antes] en la jodida cabeza... y nado entre una pasión libidinosa por decir lo que me dé la gana y un quererme quedar en lo que era, que es lo que siempre ha sido... pero todo termina como un apresto en las caras, mientras el hombre de verdad dormita entre una sensación de miedo y otra de codicia... ¡brup!... lo siento, es el estómago que anda chungo... y tengo ideología, claro, muy marcada, y la jodida a veces no me deja ver bien, incluso consigue que me ofusque y me sienta perseguido... a veces hago listas de lo que no me gusta y de los que no me gustan... para qué, me digo luego, y las rompo... si al final todo quedará en lo plano y en lo negro, o en lo que sea, que al fin y al cabo será exactamente lo mismo... es por eso que hay días en los que me arrepiento de algunas cosas que he hecho, casi t

Los túneles perdidos del Palacio Ducal bejarano.

Torreón del Palacio Ducal con el hundimiento abajo. De chiquitillo, cuando salía de mis clases en el colegio Salesiano, perdía un buen ratito, antes de ir a mi casa, en los alrededores del Palacio Ducal bejarano. Entre los críos corrían mil historias de pasadizos subterráneos que daban salida de urgencia desde el palacio a distintos puntos de la ciudad y nos agrupábamos ante algunas oquedades de los muros que daban base a los torreones para fabular e incluso para ver cómo algún atrevido se metía uno o dos metros en aquella oscuridad tenebrosa y estrecha. Ayer, en mi curioso pasar y por esa metichería que siempre tenemos los que llevamos el prurito de la escritura, escuché durante el café de la mañana que se había producido un hundimiento al lado de uno de los torreones del Palacio Ducal y corrí a pillar mi cámara y me acerqué hasta el lugar. Allí, bajo el torreón en el que se ha instalado una cámara oscura hace un par de meses, había unas protecciones frugales que rodeaban un aguj