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Crac-catacrac...





Seamos sinceros, se cascan los segundos como nueces y oímos sin inquietarnos cada crac-catacrac y sabemos que el político tal no puede vivir como vive de una puta pensión y que encima es un cachocarne, un incapaz que no está formado para nada, que ni sirve para ser hijo de barbero o mantenidita... pero le ponemos a voto partido en el derecho a hacer con lo de todos... y todo se le vuelve plata y todo se le hace juntarse con otros de su medida y talla... así es la sociedad del ocaso, la última sociedad imposible dirigida por tórtolos a los que les huele el carnero a nido ajeno... crac-catacrac... la Gran Puta [y cito a Conrad Aiken] es orfebre y garrula, dicta los intereses que se queda y presta a los intereses que le salen de su coño opresivo, y sus efebos son lampiños, leporinos de nalga y no saben de piedad ni de problemas de otros... la Gran Puta [y sigo citando a Conrad Aiken, por si alguno se queja de que el término es poco literario] alimenta a sus memos herniados con migajas y se queda con todo mientras los viola a oscuras, bajo sus tendederos de billetes, sobre los mostradores y tras los cajeros automáticos... sabe de vinos viejos y afrutados, come manjares nubios y se deleita entre tetas novicias que el Estado le paga en esa bulla de dinero puesto para que nada se mueva un ápice, para que nada grite o cuente o quite... crac-catacrac... la puerca sin pestañas ni párpados [y mantengo la cita de Conrad Aiken, por si alguno se quisiera quejar en este punto de que me estoy tirando al barro] es quizás la peor criatura de todo este llorar... pues todo lo hace público a su antojo, juega al sesgo, arruina, pudre, mata a palabras y a imágenes, niega lo que no le produce beneficio mientras hace sus números de porno sucio sin que se entere Ágata [la pobre, perdida en sus colores y sus lavas]... crac-catacrac... y el resto es puro desván, y allí estamos nosotros, los hombres digeridos, sin saber ya llorar, porque hasta esa flexión nos han robado, como desamparados con los ojos abiertos [ya casi muertos todos], como descomponiéndonos despacio en el vacío eterno que nos han construido.
En ese camposanto del altillo aún hay alguien que quiere prestarle nueva voz a las palabras, alguien que dice a tientas que hay que empezar a usar los términos correctos con cada uno, que no hay vocabulario que no sea permitido si define... así el ladrón es ladrón y no político, el banquero es un hijo de puta y no un banquero, el massmediano es justamente el cerdo y no el periodistazo que presume... y nos llega la sal hasta la boca... decidlo en alto, fuerte, y sentiréis que aclaran las mucosas y el temor se evapora y empieza a despertarse algo en vosotros: “ladrón... cerdo... hijo de puta...”... y aparece la magia que amanece ese ‘algo está cambiando’ necesario para que todo comience a empezar de nuevo y de otra forma... notaréis como un trote aunque no quede pan en la despensa, veréis que las gaviotas ya no vuelan tan alto ni tan altas, sabréis que tienen huesos y que crujen, que comen en el fango peces muertos, que matan en los juncos a otras aves y que sus alas son como tijeras de podar, que huelen mal porque vienen de lo podre e inmundo... crac-catacrac... no esperemos más, coño, empecemos a llamar a cada uno por su nombre, en alto, fuerte, que hay tumbas para todos y no sería bonito que ocupasen las suyas sin que sepan a voces qué pensamos de ellos... dejemos de magullarnos las rodillas y de mantener doblado el espinazo, que hay que podar el césped para que crezca fuerte, que hay que poder volver a mirar al mar a los ojos con la cabeza alta, que las gaviotas son carroñeras y crueles y ambiciosas [sigo citando a Conrad Aiken], y esperan quitarnos de la boca cada pescado nuevo.

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Y unas imágenes de hace un ratito de mi ciudad congelada...

















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Sentencias del Ninja Savonarola [© lfcomendador]:

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