Ir al contenido principal

Qué triste es que el escritor muera antes que el hombre...


Dijo el finado Miguel Delibes un día que el escritor muere antes que el hombre... y yo apunto un ‘si no tiene suerte’. Que tus potencias se extingan y lo sepas, que las veas venir y seas consciente de lo que eso supone, debe de ser muy duro... he dicho tantas veces que la vejez es fea...
En el entretanto [mientras viene llegando la muerte del escritor malo que soy], copularé cada noche con las conjugaciones instintivas, las abriré de piernas y las intentaré poseer con furia, pensaré en la necrópolis de letras que debo dejaros y no me vencerá el cansancio, pues tengo la lengua empecinada en batir la saliva... y el pulso no me tiembla ni una sola noche [hasta la fecha].
Deben crecer historias como látigos, poemas como dardos pequeños y feroces, aforismos con toda su carga de nata y metralla... yo lo necesito igualito que necesito el oxígeno o que alguien me sonría cada día... quiero acabar el mapa de mi isla sin acabarlo, descubriros los nódulos donde soy y perezco, enseñaros mis deudas, mis faltas, mis desvelos... creerme en otro mundo [uno que hago de letras y largos pensamientos] en el que todo sea propicio para que crezca un hombre entero [no enteco, como crecen ahora], con frente y con perfil, sin máscaras posibles y con dedos precisos para hacer lo que deba... quiero poder contarlo todo y que quede incompleto para que alguien un día continúe...
Quiero hablaros del rito de la cena caliente, de cada sentimiento y su dolor, de la llama que se apaga y de la que está a punto de ser encendida... quiero que veáis los pastos sobre los que camino a solas cuando me encierro, quiero que sepáis el tacto de la seda hecha horizonte, que halléis en mi forma de amar una ocasión nueva, en mi forma de odiar un nudo al que asiros, en mi imperfección cada triunfo vuestro... quiero enseñaros cómo pueden gozar los ojos con casi nada, cómo se alarga el tiempo hasta el infinito si pones buena tierra y todas tus ganas, cómo caminan solas las ninfas por las noches, a qué sabe una cerveza tomada junto a todos tus muertos... quiero explicaros cada una de las cosas de las que estoy convencido, mostraros mi idea de futuro... quiero que sufráis mi decepción y mi fracaso... y también este ansia brutal de levantarse y gritar... quiero que algún día entendáis que os quise tanto [aunque no osaseis mirarme a los ojos con vuestros ojos francos], que os eché de menos tantas veces, que os agradecí cada una de vuestras miradas [aunque algunas fueran torvas]...
Necesito horas, muchas horas, para explicaros todo... y debo hacerlo rápido, veloz... porque presiento cuervos graznando en mis heridas... presiento bocanadas y algún luto en los ojos...
Sé que estoy en el buen camino, que voy directo a no llegar a Íthaca jamás... y de ahí este diario que lleva ya bastantes años escribiéndose a golpes y a caricias... en él está todo lo que soy y lo que deseo, en el estáis cada uno de vosotros, con esa contabilidad diaria y justa de los ojos, en él están cada una de mis contradicciones... y las vuestras.
¿Sabéis?, el día que decidí empezar a escribir cada noche lo que me había deparado la jornada [me propuse que no fuera un diario descriptivo, ni poético, ni de exclusivo pensamiento... quería que lo englobase todo desde el azar de mis estados], ese mismo día, percibí netamente que esta forma de hacer es la verdadera escritura, la realmente necesaria... porque es como la vida, sin posibilidad alguna de guión, sin saber de un final o de un principio... supe que era la forma más completa de expresión que yo tenía [tengo] como ser humano, una forma de darse al otro y de reconocerse en él.
Cuando releo entradas de unos años atrás, apenas me reconozco en el hombre que era entonces, pero doy fe de mí, una fe pública y también una fe absolutamente privada [pues junto a cada frase escrita aparece siempre una frase que no emanó... y es recuperada de inmediato en ese azar hermoso del cerebro].
Sé que mi mejor legado [poco debo dejar, pues poco valgo] son estas palabras diarias [cuánto me hubiera gustado leer una diario de mi abuelo Felipe, de mi abuela Antonia, de mi madre, de mi padre, de mi amigo Juanito Montero (+) o de cualquiera de mis otros amigos]... y me imagino a mis hijos, ya mayores, penetrando en mis días, verificando lo que fui o lo que no supe ser, buscándose en mis palabras y encontrándose raros.
Qué triste es que el escritor muera antes que el hombre.

Comentarios

  1. Te equivocas amigo, tú hablas de ti mismo, es tu tema, yo no. Ojalá te vaya bien algún día.

    ResponderEliminar
  2. Un diario sin hipocresía y valiente es un legado escrito muy valioso para los que nos suceden y una aportación humana distinta a la experiencia personal,es triste que el escritor muera antes que el hombre.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Por favor, no hables de mí... si acaso, hazlo de ti mismo...

Entradas populares de este blog

Al Canfrán a varear fideos...

Debe ser de cuando te mandaban “al Canfrán a varear fideos” o incluso de aquella mar salada de los ‘mecachis’... el caso es que siempre llevo puesto algo de casa [que es como decir algo de antes] en la jodida cabeza... y nado entre una pasión libidinosa por decir lo que me dé la gana y un quererme quedar en lo que era, que es lo que siempre ha sido... pero todo termina como un apresto en las caras, mientras el hombre de verdad dormita entre una sensación de miedo y otra de codicia... ¡brup!... lo siento, es el estómago que anda chungo... y tengo ideología, claro, muy marcada, y la jodida a veces no me deja ver bien, incluso consigue que me ofusque y me sienta perseguido... a veces hago listas de lo que no me gusta y de los que no me gustan... para qué, me digo luego, y las rompo... si al final todo quedará en lo plano y en lo negro, o en lo que sea, que al fin y al cabo será exactamente lo mismo... es por eso que hay días en los que me arrepiento de algunas cosas que he hecho, casi t

Los túneles perdidos del Palacio Ducal bejarano.

Torreón del Palacio Ducal con el hundimiento abajo. De chiquitillo, cuando salía de mis clases en el colegio Salesiano, perdía un buen ratito, antes de ir a mi casa, en los alrededores del Palacio Ducal bejarano. Entre los críos corrían mil historias de pasadizos subterráneos que daban salida de urgencia desde el palacio a distintos puntos de la ciudad y nos agrupábamos ante algunas oquedades de los muros que daban base a los torreones para fabular e incluso para ver cómo algún atrevido se metía uno o dos metros en aquella oscuridad tenebrosa y estrecha. Ayer, en mi curioso pasar y por esa metichería que siempre tenemos los que llevamos el prurito de la escritura, escuché durante el café de la mañana que se había producido un hundimiento al lado de uno de los torreones del Palacio Ducal y corrí a pillar mi cámara y me acerqué hasta el lugar. Allí, bajo el torreón en el que se ha instalado una cámara oscura hace un par de meses, había unas protecciones frugales que rodeaban un aguj