Por no ser ninguna cosa, el hombre puede serlo todas... eso decía Pico della Mirandola en su ‘Oración acerca de la dignidad del hombre’, escrita en el sigo XV:
“Cuando Dios ha completado la creación del mundo, empieza a considerar la posibilidad de la creación del hombre, cuya función será meditar, admirar y amar la grandeza de la creación de Dios. Pero Dios no encontraba un modelo para hacer al hombre.
Por lo tanto se dirige al prospecto de criatura, y le dice:
No te he dado una forma, ni una función especifica, a ti, Adán. Por tal motivo, tú tendrás la forma y función que desees.
La naturaleza de las demás criaturas, la he dado de acuerdo a mi deseo. Pero tú no tendrás límites.
Tú definirás tus propias limitaciones, de acuerdo a tu libre albedrío.
Te colocaré en el centro del Universo, de manera que te sea más fácil dominar tus alrededores.
No te he hecho ni mortal ni inmortal. Ni de la Tierra, ni del Cielo.
De tal manera, que tú podrás transformarte a ti mismo, en lo que desees.
Podrás descender a la forma más baja de existencia, como si fueras una bestia. O podrás, en cambio, renacer más allá del juicio de tu propia alma, entre los más altos espíritus, aquellos que son divinos.”.
Podéis imaginar que el pobre Pico fue acusado de herejía, tachado nada menos que de cabalista y mago, además de soberbio y obstinado... y fue excomulgado, cómo no... fue un campeón este tipo que supo adelantarse varios siglos en la filosofía de la existencia, alumbrándola con ese ‘el hombre puede ser lo que quiera’... y todo esto viene porque hoy se celebra en Béjar la Octava del Corpus y me he encontrado con un altarcito justo a la entrada de la imprenta, una sorpresa tan rara como el haber leído hoy a Pico della Mirandola gracias a una anterior lectura de Eugenio Trías.
No somos nada, pero podemos ser todo o menos todavía.
Y fui al sepelio de Carlitos, claro.
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