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Tarde de lluvia...




Atado como un perro atado a estos muros de piedra, a estas paredes de estuco, a estas putas máquinas que son como pistones en mi cabeza, a esta forma de hacer tan desastrada, a este micromundo insonorizado hacia afuera...
Hoy llovió. Fueron cinco minutos. Yo me tiré a la calle para intentar beberme esos goterones escasos... y me dejé mojar por ellos... fue entonces cuando vi las paredes de piedra de mi imprenta desde afuera y pensé en su murmullo de posesión maldita, en ese ‘son mías’ cabrón que me amordaza y que me tiene herido... me dije: ‘¿por qué me aferro a esto, si ya conozco el fin mezquino que lo lleva?’...
Una mujer entró entonces y tuve que detener mi ducha y atenderla... ‘Sí, dígame’... ‘Verá, yo llevo mucho tiempo queriendo regalarle a mi hijo un puzzle del escudo del Real Madrid, pero no encuentro, y se me ha ocurrido que ustedes, que son imprenta, pueden hacerme uno’... ‘claro que podemos hacerlo, pero el problema es el precio. Habría que hacer un troquel del tamaño que usted quiera, que imagino que va a ponérsele entre doscientos y trescientos euros, más luego la impresión y el troquelado, que para una sola pieza habrá que sumarle otros ciento y pico’... ‘¡Uff!, qué exageración, imposible’... ‘tiene otra opción, yo le hago dos impresiones digitales del escudo –una de ellas con la trama de puzzle como guía de corte y usted hace el corte manual con una tijera... eso le saldría por tres euros’... ‘fantástico, hágamelo’. Lo hice.
Ya no llovía cuando la señora se fue sonriente con su escudo/puzzle, pero salí de nuevo a la calle para bañarme en el  divino olor a lluvia de este septiembre... no llevaba  dos minutos en la calle, cuando llegó un tipo con un aparato expositor desplegable... ‘Buenas tardes. Mire, que este aparato que les compré se me ha desbaratado y no sé cómo montarlo de nuevo’... lo miré y enseguida me di cuenta de que no era uno de los que nosotros comercializamos... ‘¿No lo ha comprado aquí, verdad?, el mecanismo es distinto al de los nuestros’... enrojeció y asintió a mí pregunta. Tomé el bicharraco y me tiré más de media hora colocando cada pieza en su sitio, hasta que estuvo de nuevo en condiciones. Se lo entregué al tipo, me dio las gracias y salió de naja sin siquiera preguntar qué se debía... y terminó mi tarde arrojando un resultado en caja de tres miserables euros... tres miserables euros por el tiempo de un tipo que escribe poemas de vez en cuando, que dibuja con ganas, que lee mucho, que intenta dejar el mundo de una manera distinta a cómo lo recibió... ¡tres miserables euros!... y todo con las luces de la empresa encendidas, los ordenadores en marcha, las impresoras conectadas a la red interna y sin poder disfrutar como un niño de esa lluvia nueva y reparadora... ¡tres jodidos y miserables euros!
Lo peor de todo, lo peor, es que el noventa por ciento de los pequeños negocios españoles están ahora en este tono cabrón.
¿Aguantaremos?

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