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Kukusai


Ahora me doy cuenta de que toda la vida he andado buscando una columna vertebral para cada una de mis palabras y, sin embargo, sólo he logrado que se apoyen en una columna de huesos viejos y ajenos que puede desmoronarse en cualquier momento. Joan Brossa y sus «poemes visuals» consiguieron una obra bien cordada. Como última opción podría dedicarme a robarle sus vértebras para hacerlas mías.

(11:07 horas) Cuando Descartes dice en sus «Meditaciones metafísicas» que Dios podría haber previsto que el hombre no se equivocase nunca, está sometiendo a duda su entendimiento y el valor de Dios. Cuando yo pienso en alto que Dios no existe, quiero elevar una certeza del campo de la especulación –donde no debiera haber estado nunca– al de las afirmaciones taxativas. Lo malo es que esta verdad alumbra el fracaso de casi toda la humanidad y, por tanto, resulta tan poco práctica que, como mucho, debe quedarse en verdad individual y privada.
Y con esa verdad se hace daño, se hiere... pero es una verdad que quizás sea necesaria como principio revolucionario exacto: partir de la negación de Dios para mover del revés a todo el traje social, dejar con el culo al aire a los creadores de un poder tan maligno como ficticio y volver a ordenar caminos y fronteras. Ahora llega el momento de pensar en cómo sustituir o con qué esa idea espiritual que tañe fuerte y adentro de cada hombre, cómo darle un sentido tan práctico y analgésico como el que emana la idea de Dios y cómo robarle su durísmo componente de poder y sometimiento... Quien sea capaz de ver esto y de darle forma filosófica universal, quien se capaz –aún más allá– de llevarlo al terreno de la práctica social y extenderlo como norma aceptada, tendrá el mejor futuro en sus manos –ojo el mejor futuro de todos, no el propio–. Sí, hay que diluir la idea de Dios y sus consecuentes como primera fase de crecimiento positivo y hacer que los aún creyentes –casi todos– trasladen su idea de que Dios es un ajeno espiritual a que Dios es cada uno de los otros, el grupo humano mismo, los seres vivos y las cosas: humanizar a Dios, animalizarlo y cosificarlo... y luego eliminarlo como la voz antigua para rehacerlo como una voz nueva y tangible, con existencia física y palpable.

La verdad es que cuando me meto en estos temas, siento una alta incapacidad expresiva, pues mis pensamientos fluyen muy bien ordenados, hasta el punto de que lo veo todo con claridad meridiana, pero las palabras apenas saben llegar a mi boca o a mis manos.
Será mejor ir dejando retazos, pequeños apuntes indefinidos, notas básicas sobre las que poder ir elaborando mejor toda mi idea al respecto.
Lo cierto es que estamos en un momento social terrible, con una masa absolutamente mediatizada, con una clase poderosa y llena de intereses que afectan negativamente al individuo y a sus relaciones con los demás y su entorno, con un reinado de idiotas que no han aprendido aún a conocer las verdaderas prioridades del mundo y de los que lo habitamos. Esclavos del dinero y creadores de unos valores que en sí mismo son terribles contravalores, estos líderes idiotas nos acomodan en el mito y la creencia para tenernos absolutamente doblegados y, eso sí, con caritas de felicidad y postura constante de estatismo. Alimentan en nosotros una ambición constante que nos debilita y nos hace sumisos... Dios y sus sicarios... sicarios de una nada tan poderosa que a ellos les proporciona todo.

(11:56 horas) PENSAMIENTO LOCAL Y PEQUEÑO
Sitúense los bejaranos en la Plaza de España, justo donde hace unos meses se ubicaba el conocido «Bar Sol». Justo en la trasera se realizó una dura expropiación argumentando un ensanche de vía para facilitar el acceso y el tráfico hacia/desde dicha plaza. Ya situados, verán que se ha realizado el derribo del antiguo edificio y que se procederá en breve a elevar uno nuevo.
PREGUNTAS
¿Se construirá en la misma línea vertical del edificio antiguo y, por tanto, no se llevará a cabo el retranqueo a la línea de la vía trasera para proporcionar un vomitorio generoso a la Plaza de España?, ¿se construirá en altura algún piso más que los marcados por la línea horizontal de edificaciones coolindantes?, ¿terminará algún representante local siendo propietario de alguna vivienda en esa edificación? Ahora, cambien el valor inquisitivo por el asertivo y sientan la diferencia que hay entre preguntar y sufrir el mal de la arbitrariedad.

(14:24 horas) Puede existir algo sin que me pregunte por qué existe, pero entonces no existe para mí más que de una forma superficial, ya que no indago en el conocimiento de su existencia ni pertenezco a su ámbito de existencia. Este planteamiento lo hago desde una base de realidad triste, de tal forma que lo que no me plantea preguntas pierde para mí su calidad de existencia y habita en un plano de desinterés. La tristeza radica en el hombre que admite la existencia de las cosas, los sucesos y los seres y no se para a preguntarse por ellos aunque sean de vital importancia en su curso vital y emocional. Ahí es donde atisbo a ver la animalidad del hombre, en darle valor de simplicidad al suceso por pereza de pensamiento. Esto nos trae a esta conducta social que padecemos, una conducta inducida por el consumo fácil y la comodidad de tomar criterios preelaborados para ahorrarnos el trasunto reflexivo.

(22:15 horas) En el umbral de su muerte, Iván Serguéievich Turguénev se preguntaba: «¿Qué clase de persona soy? Pueden hacerme la observación de que tan siquiera me pide nadie que lo explique: de acuerdo. Pero me estoy muriendo, por Dios que me muero de verdad y ante la inminencia de la muerte parece del todo justificado el deseo de saber qué clase de pájaro he sido.
...
... he sido un hombre del todo superfluo en este mundo... Es evidente que la naturaleza no contaba con mi aparición, de manera que me trató como a un huésped al que no se ha invitado y al que no se espera...». Francamente lúcida esta calavera que tanto se parece a mí en la cubierta de su «Diario de un hombre superfluo» y que tanto coincide con mi forma de ver el mundo y de verme en el mundo. Siempre como a desmano, desubicado en cada lugar y puesto justo donde otros debieran estar. Sin hacer asonadas ni dar gritos, sin abrigar esperanzas y sin poder mover ni un ápice de lo que me rodea.
Siempre me gustó el verbo «evitar» y lo supongo como mío, pues en la práctica, en mi práctica, es un verbo de uso diario en acción –no en vocabulario–: evitar enfrentarme con alguien, evitar una mirada, un encuentro, una conversación, una sonrisa, un acto, una responsabilidad. Sí, soy un hombre superfluo que se dedica a evitar todo cuanto le llega. ¿Y qué clase de persona soy? Aunque no me veo aún en ese finiquito Turguénev, sí puedo decir que me veo fácil, buena gente en general, con ganas de meter el dedo en mil ojos y haciéndolo con mucho tiento y en voz baja, vital a ratos y mortal a temporadas, aburrido de relación, rojo por tradición, incoherente y poco práctico, iluso, preencoprético y distante con quien me produce temor o indiferencia. Quizás hablaran mejor de mí mis amigos, pero sé que no me conocen como me conozco yo, que no llegarán jamás al fondo de mis máscaras.

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