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Ransetsu


Llegan a mis manos nuevos libros por el arte de magia del correo, y me quiero detener en uno de ellos especialmente, el libro de un solitario de Antequera con las ideas fijas y poco prácticas que yo también tengo algunos días. Agustín Porras se llama el mozo, enconado en la edición de ruina siempre, amante fiel de la literatura buena –no de la literatura práctica– y nombre con apellidos de aquel estupendo proyecto llamado «Poesía, por ejemplo» o del más cercano –y muerto– papel de redenciones «Primera piedra». Agustín Porras, el coleguita al que no veo hace siglos, me ha enviado su libro, su primer libro, después de un millón de años... y me alegro tanto, que le guardo un abrazo fuertote, uno de esos de celebración a lo grande. El libro –«Ojalá» se titula– es de Huerga y Fierro editores y da fino en el tono de un poeta bien entrenado que por fin soñó que se entregaba a la muerte, que perjura silencios y se queja de retórica o que bellamente susurra que «no hay mejor poema que haberos conocido». Merece la pena gastarse unos dólares y beber este acíbar que se vuelve dulce en la garganta.
Ah, y me acuso de haber pecado de silencio, pero no sólo con Agustín, sino con todos y cada uno de mis amigos, y que me apetece deciros que no hay penitencia posible para mi falta, pero sí excusas graves –y también pequeñas–, pues hacerse un mundo distinto cuesta una creación y mil olvidos, y yo ando en ello hace ya unos cuantos años.

Y luego un «Ya cada día es más noche», de Enrique Badosa, editado con lujo de recursos ajenos por la Fundación Jorge Guillén que dirige el colega Antonio Piedra. Y todo por «un silencio de libros cerrados» para que yo consiga decir que no está mal el lance, Badosa, nada mal.
(22:09 horas) Anoto a esta hora que acabo de abrir un sobre con un prometedor poemario de Mamen Somar, poeta nueva y perdida –y hasta quizás perdularia– a la que pienso leer con entusiasmo y dedicación. Me cae muy bien esta chica y me encanta la fuerza y el miedo de la gente que empieza. Estudiaré edición.

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