Habrá que acercarse a Toledo a comprar una espada y ponerle nombre para estar preparados cuando llegue la próxima cruzada benedicta –yo, por mi parte, haré una cruzadita nihilista, algo así como todos contra todos–. Ayer, mientras comíamos, Antonio me comentó que el colega Bene tiene razón por esta vez en sus palabras, aunque sólo le faltó decir un «y nosotros también» para dejarlo todo en su sitio; y yo estoy totalmente de acuerdo con Antonio, pues tanto el islamismo como el catolicismo están asentados en el temor y la sangre, y ninguno puede reprochar al otro nada que tenga que ver con estos conceptos... Sí, pueden discutir sobre quién ha matado más en el curso de la historia –yo creo que los católicos se llevan la palma–, pero nada más.
También, ayer, asistí a una entrevista realizada con muy buen criterio en La 2 de TVE a un jesuita fundador de la teología de la liberación, Jon Sobrino, y me gustaron algunas de las cosas que dijo. Puso el hombrito énfasis en que mientras el Vaticano ensalzaba los valores de caridad elevando a los altares a Teresa de Calcuta, era absolutamente reticente a reconocer los valores de justicia en mártires como Ignacio Ellacuría, asesinado por defenderlos –incluso los recrimina–. También estuvo fino cuando espetó que el marxismo tiene las mismas bases y los mismos fines que el cristianismo y que las dos propuesta de organización social y sus fines pueden convivir perefectamente, sin roce alguno, imbricadas para una evolución positiva.
Yo escuchaba boquiabierto y encantado al sacerdote reclamando que había que trabajar por la justicia, que los países ricos deben ayudar a los paísese pobres para equilibrar la balanza y que deben hacerlo en claves de humanismo, sin reclamar beneficios a sus dádivas ni modular a su antojo las costumbres y la forma de vida de esas gentes. Estaba encantado porque he razonado muchas horas y he escrito metros de palabras sobre ese tema y en esa misma clave.
Lo único que me jodió un poquito fue la excusa evangélica que el tipo utilizaba de vez en cuando para apoyar sus argumentos. Si hubiera dicho lo que dijo olvidándose de pronunciar el nombre de Jesús, todo hubiera estado mucho mejor centrado.
En todo caso, me gusta encontrar de vez en cuando testimonios como este, porque me aportan un poquito de esperanza.
Espero que en el otro bando, en el islámico, también existan tipos con esa misma mirada. Fiaré en ello y esperaré a que lleguen a tomar las zonas de clase de sus sectas para que puedan «imponer» ese mensaje a los locos fieles que no piensan.
(12:49 horas) Leo a Eugenio Montale en una edición magnífica de Fabio Morábito y me asombro, me asombro y me duelo de no saber llegar ni a un 10% de su magia... ni a un 5%... Y digo esto haciendo un descanso en la página 722, donde posa un poema que lleva por título «Big bang o altro», ni peor ni mejor que los ya leídos, simplemente genial: «Mi pare strano che l’universo / sia nato da un’esplosione, / mi pare strano che si tratti invence / del formicolìo di una stagnazione. // Ancora più incredibile che sia uscito / dalla bacchetta magica / di un dio che abbia caratteri / spaventosamente antropomorfici. // Ma come si può pensare che tale macchinazione / sia posta a carico di chi sarà vivente, / ladro e assassino fin che vi vuole ma / sempre innocente?» (me parece extraño que el universo / haya surgido de una explosión, / como me extraña que se trate en cambio / del hormigueo nacido de un estancamiento. // Más increíble que sea fruto / de la varita mágica / de un dios con caracteres / monstruosamente atropomórficos. // ¿Cómo se puede creer que tal maquinación / se endilgue a quien será viviente, / ratero y asesino todo lo que quieran / pero inocente al fin y al cabo?).
Decir como Montale, un tipo enfermizo e introvertido que sintió en toda su vida que no servía para nada... ¡Qué gozo leerlo!, qué envidia.
(17:49 horas) Tengo esta tarde una sensación de gente sola que se cruza conmigo, y me vienen a la cabeza unos versos de José Luis Morante que son exactamente mi sensación de ahora. Los busco en su «Largo recocorrido» y los leo lentamente para encontrar de nuevo ese ritmo endiablado que el colega refugia sus poemas, la encabalgada música y el sentido común que nos aúna: «Murmullos incesantes depositan / triviales comentarios sobre un móvil. / Las pupilas disimulan tediosas, / leyendo fraudulentas biografías. / Lerdas sombras ocupan las aceras. / Se hace tarde y soplan vientos fríos. / Una lejana risa se repliega / en la circunferencia del cansancio; / mientras, evoca un viaje parecido / y asiente circunspecta a los mensajes / reiterados con música de fondo. / Camufla un cigarrillo el desconcierto / de quienes no adquirieron el billete. / La expresión triste de los rezagados / atenaza el adiós del que se queda. / Y sin embargo ocurre lo de siempre / en el amplio vestíbulo en penumbra. / Antiguas convenciones se repiten / con sobria precisión de cirujano, / como si un domador sin repertorio / descubriera por vocación intacta / la urdimbre rutinaria y misteriosa / de los trenes de largo recorrido / que parten azarosos al encuentro / de míticos destinos en las vías.».
José Luis trabaja siempre en un tono especial que yo comparto, jugándoselo todo a doble o doble, pues la nada ya está para gozarla o sufrirla, para ser de ella o para estar en ella. Confieso que con cierta frecuencia acudo a sus poemas para buscar en ellos sensaciones comunes, rabia o láudano... y todo en la solidez poética que aseguran sus versos siempre. En ellos estoy siempre, porque nuestras vivencias son comunes, porque somos del mismo tiempo, el mismo espacio y la misma sensibilidad... Cuando no sé acotar un poema, José Luis me da las claves para hacerlo... aunque él no lo sabe.
Y reescribo por enésima vez el poema que da comienzo a mi nuevo poemario terminado, que se titulará «Hammarcord». Este poema de inicio llevará por título «Amanece en Rimini» y la última versión es como sigue: «De las uñas mordidas o de lo que amé / cuando los días no sabían acabar / porque eran luz y ocaso y a la inversa, // me quedó como un batir de párpados, / un pestañeo sepia o blanco y negro / que me hace y deshace, / que me rima hacia adentro / en justa consonante. // El mar que no vi entonces / era una piel ajena / llamando a lo interior como una química, / ahora paz / antes guerras mínimas tan grandes, / tan sin derrota, / tan despiadadamente dulces. // Yo y vosotros / no fuimos, / apenas somos / todo y nada. // Sábanas blancas frías / para un calor común / tan compartido / como el pan o los golpes, // como el pan / o / los golpes.». Es una voz común y ajena a la vez que me grita por dentro y no sé concretarla con las palabras justas.
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