Ir al contenido principal

Outi Alanne


La lógica arbitra casi todos mis actos, y por eso mismo la lógica aparece en mis poemas, pero siempre con un componente de sorpresa –que no es ilógico jamás, por cierto, aunque parezca inimaginable–. El problema fundamental que encuentro con demasiada frecuencia es que el instrumento de tortura que es la lengua –vamos a llamarlo mejor «el idioma»– llena de irregularidades el objeto de palabras que conformo. Por ello a veces parezco tan estúpido en mi poesía, porque el idioma no me es propicio para generar las figuras lógicas de mi cabeza, de mi realidad y de mis ensoñaciones. Pudiera decir que vivo la poesía con intensidad, que alumbro el poema con satisfacción personal y que lo estropeo en el acto físico de la palabra. Por ello siempre pienso que he de formarme como filósofo, que he de esforzarme en conocer los artificios del hombre y los artefactos de su cabeza social y científica.
Conocer el idioma es poder desentrañar un buen porcentaje de los jeroglíficos que sólo están claros en la nebulosa del pensamiento, y acotarlos, apresarlos con saña para luego lanzarlos a los oídos y a los ojos de los otros.
¿De qué me sirve el sentimiento –de los sentidos, coño– si sólo se queda en el plano de las sensaciones y no sabe llegar a mostrarse con perfecto detalle sobre una mano o sobre una mesa?
Describir sin contar con el conocimiento previo de un «objeto» o de una «vivencia» que sirvan como señal inconfudible y relacionable es fracasar siempre, pues el hombre, de natural, no sabe aprehender si no ha tenido antes materiales que le lleven a relacionar y a no confundir.
Busco y no sé dónde buscar... pero busco, joder, busco cada puñetero minuto del día.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Al Canfrán a varear fideos...

Debe ser de cuando te mandaban “al Canfrán a varear fideos” o incluso de aquella mar salada de los ‘mecachis’... el caso es que siempre llevo puesto algo de casa [que es como decir algo de antes] en la jodida cabeza... y nado entre una pasión libidinosa por decir lo que me dé la gana y un quererme quedar en lo que era, que es lo que siempre ha sido... pero todo termina como un apresto en las caras, mientras el hombre de verdad dormita entre una sensación de miedo y otra de codicia... ¡brup!... lo siento, es el estómago que anda chungo... y tengo ideología, claro, muy marcada, y la jodida a veces no me deja ver bien, incluso consigue que me ofusque y me sienta perseguido... a veces hago listas de lo que no me gusta y de los que no me gustan... para qué, me digo luego, y las rompo... si al final todo quedará en lo plano y en lo negro, o en lo que sea, que al fin y al cabo será exactamente lo mismo... es por eso que hay días en los que me arrepiento de algunas cosas que he hecho, casi t

Los túneles perdidos del Palacio Ducal bejarano.

Torreón del Palacio Ducal con el hundimiento abajo. De chiquitillo, cuando salía de mis clases en el colegio Salesiano, perdía un buen ratito, antes de ir a mi casa, en los alrededores del Palacio Ducal bejarano. Entre los críos corrían mil historias de pasadizos subterráneos que daban salida de urgencia desde el palacio a distintos puntos de la ciudad y nos agrupábamos ante algunas oquedades de los muros que daban base a los torreones para fabular e incluso para ver cómo algún atrevido se metía uno o dos metros en aquella oscuridad tenebrosa y estrecha. Ayer, en mi curioso pasar y por esa metichería que siempre tenemos los que llevamos el prurito de la escritura, escuché durante el café de la mañana que se había producido un hundimiento al lado de uno de los torreones del Palacio Ducal y corrí a pillar mi cámara y me acerqué hasta el lugar. Allí, bajo el torreón en el que se ha instalado una cámara oscura hace un par de meses, había unas protecciones frugales que rodeaban un aguj