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Elmer Diktonius

Ya no tolero la ingenuidad –de un adulto– de ninguna manera en el esquema de nadie, pues ella lleva con herida a que a uno lo sojuzguen y lo sometan. De ella se valen los políticos predadores, los «listos», los arbitrarios y los que carecen de escrúpulos. La ingenuidad es culpable en gran manera de la opresión de los pueblos y de las constantes barbaridades que nos pasan por encima, por dentro y por debajo cada uno de los días de nuestra vida.
Un pueblo con un alto índice de ciudadanos ingenuos está abocado a la dictadura y a la masacre.
También me jode mucho ese marbete que se les pone a los jóvenes de que son ingenuos... ¡¡No!!, la juventud no es ingenua por naturaleza... es ingrata, contiene un mundo hermosamente abstracto y enreda en una gasa mojada de inexperiencia, pero no es ingenua. Ellos contienen la potencia de generar cambios en los modelos sociales y personales, y lo que llamamos ingenuidad, casi siempre es dejadez y sentido de extrañamiento... y de un joven no se abusa igual que de un ingenuo. Los jóvenes son presa de una violencia personal constante que les hace ser diferentes, no indiferentes, como se nos indica en los pomposos estudios de la mierda mediática que nos envenena.

(22:56 horas) Asisto estos días asombrado al espectáculo soez de la prensa ultraconservadora y títere de una extrema derecha que me eriza el vello. ¿Cómo un país democrático y teóricamente avanzado puede permitir que minen sus estructuras tipos deparavados y profundamente inmorales como Pedro J. Ramírez o el repugnante vocero de la Conferencia Episcopal en su cadena de radio COPE –escribir su nombre ya me produce náusea–?, ¿Cómo una religión que mantiene concordato con el Estado español, apañándose sus buenos euros sin currárselos como los demás ciudadanos, puede tener la desvergüenza de mantener a la inmoralidad hecha carne como la voz de su santa y caritativa garganta?
En toda mi vida, y ya voy para los cincuenta –lo que quiere decir que he vivido el tardofranquismo con sus lindezas Girón de Velasco, con sus fragadas, con sus muertos a balazos y con CEDADE y los Guerrilleros de Cristo Rey amenazando con sus puños de acero en la mismita plaza de Salamanca...– no había escuchado tantas barbaridades juntas y tan seguidas, ni había visto una maniobra tan baja para producir una involución.
Confío en que los ciudadanos españoles no se dejen llevar por esa inmoralidad infinita y terminen –terminemos– poniendo a esos ofidios de la infamia donde les corresponde, en el justo cieno.

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