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Me miro en el espejo y veo a otro.


Leo, no sin admiración perpleja, que la ciudad de Béjar se sitúa con el número 346 en el listado de ciudades con mayor capacidad de autofinanciación de nuestro país [estudio realizado por la Universidad de Málaga sobre 7.500 ciudades de España]. Luego pienso: ¿Eso qué supone? Pues que se ha perdido la propiedad de servicios públicos deficitarios, cediéndola a la empresa privada y ganando con ello en tesorería. Habría que ver si eso es bueno para el ciudadano en lo que le afecta en calidad de servicio y aportación económica propia. Tengo claro, por ejemplo, que el agua ha subido por los cielos en Béjar [carga pública sobre los hombros del ciudadano para el beneficio de la empresa privada y, cómo no, para abundar en esa autofinanciación] y me gustaría conocer con detalle el funcionamiento de cada una de las privatizaciones realizadas por el gobierno municipal... Vamos, que la pregunta del millón sería: ¿Estamos mejor los ciudadanos con la situación de autofinanciación creada en la ciudad? No tengo ni puta idea, pero estaría bien que alguien nos hiciera este análisis con datos.

(12:01 horas) Existe una hermosa tragedia que tiene que ver con la duda y la certeza, con la verdad de la duda y con el error de la certeza. El hombre que ama intensamente debe ser campo trillado a una duda que duele, y el hombre que ama con certeza se equivoca decididamente en esa dirección. Sucede lo mismo con la creación, la misma tragedia de error y dolor. Y no tiene que apartarse el gozo de taL circunstancia, y por ello es una tragedia hermosa, ¿verdad, amigo Alberto? –hablo hoy contigo y para ti porque necesito un interlocutor atento en mi soledad; perdona que te use, amigo–. No saber que lo que se crea con intensidad y desasosiego es exactamente descubrimiento o magia [duda, siempre duda] o asertar firmemente que lo es [certeza/error] hasta caer en la cuenta de todas las carencias que contiene, que contenemos... y luego hundirse. Sí, una hermosa tragedia, Alberto, en la que crecemos y vamos anotando cada arruga de vejez en nuestros rostros.
De ese celo, que es la duda, nos acaba siempre amaneciendo el paso siguiente, un paso exacto al anterior que nos lleva a avanzar tímidamente... pero a avanzar. De aquella seguridad, que es la certeza, nos llega la niebla gris que nos hace perder el norte y, acaso, dar pasos atrás o caer a un precipicio sin vuelta.
En todo caso, Alberto, debemos preguntarnos qué ganamos y qué perdemos, qué dejamos en el camino y qué nos llevamos puesto sobre los hombros en este viaje desde la nada hacia la nada. Quizás lo importante sea el camino y no los pasos ni quien los perpetra, dejar la trocha limpia para el siguiente que quiera pasar por ella o detenerse.
Respiro y me pregunto cómo he de amar lo que soy, Alberto, cómo he de darme/mostrarme al mundo si aún me siento inocente y, por tanto, absolutamente vulnerable. No te pido respuestas, amigo, tan solo hablo suponiéndote ahí porque necesito el muro que recoja esta voz que no sabe hacia dónde caer ni cómo hacerlo, y tú eres hoy el muro perfecto –lo has sido siempre– sobre el que lamentarse sin más por no saber crecer con la máscara puesta todo el día.
Quiero dudar, amigo, y me llegan certezas... Lo llevo chungo.
(13:40 horas) Recibo mail Escobar de mi Manolito Moya asilvestrado como un dondiego de noche entre los castaños finiseculares de la Sierra de Aracena. Escribe como una máquina porque es lo que quiere y desea y le gusta y le apetece y basta. Y yo le envidio por esta tartamudez literaria que ya se ha hecho endémica en mi mano y porque respira hondo y claro, mientras el aire que a mí me llega es superficial y lleno de un humo raro que me pone un puntito parilítico de desatar. Va a sacar más islas en Pre-textos mi Manolo y eso me gusta, porque las islas Moya son un cielo en el agua por el que nadar sin siquiera haber aprendido los mecanismos de flotación. Suerte, hermano, y mucho tiempo igual al ya pasado.
(16:57 horas) ¿Por qué lo que ahora conozco no pudo estar en mí cuando tenía diecisiete años? Me habría convertido en autista apagando algunas zonas de mi cerebro de forma irremediable. Ah!, saber decidir qué neuronas son las indicadas cuando el cerebro arde y se pelea contra sí, y dar un golpe de estado haciendo morir todo lo te lleve a la banalidad, una revolución en condiciones para llegar al coito de la idea y quedarse ahí, sin más, disfrutando ese orgasmo en la cabeza. Saber que sufrir no es de recibo si no está el conocimiento como fin, que es absurdo apretar el cuerpo y el espíritu al abrazo del dolor sin consecuencias brillantes. ¿Qué conclusión puedo sacar? ¡¡¡Hedonismo!!!, vulgar y gozoso hedonismo como norma y norte, pasar de la ictericia diaria y ridícula que te pone amarillo de bilis. Ante el problema pequeño basta un «todo pasará», y lo mismo ante el grande. Sonrisas consecuentes e incluso carcajadas contra el que vive en esos nudos ridículos del interés. Mofa.

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