Dos conceptos que vibran en la misma cuerda son, por fuerza mayor, unidad inseparable, independientemente de que cada uno de los conceptos ocupe un extremo distinto y, por tanto, se consideren opuestos por valoración.
Yo no puedo igualar categóricamente mi máquina de encuadernar en estado de reposo con el amor que siento hacia la mujer que quiero, aunque adore a mi encuadernadora porque cumple una función que me propicia estabilidad, pero sí que sé considerar con valor de verdad que la disminución del dolor es placentera, tanto como que la pérdidad del placer es dolorosa. Es un juego muy similar al de la temperatura [frío/calor], en el que la variable en grados hacia arriba o hacia abajo nos propicia una sensación distinta y enfrentada, arbitrando reacciones absolutamente opuestas… pero no deja de ser temperatura.
Convocados el placer y el dolor en la misma línea de vibración, el juego consistiría básicamente en buscar un equilibrio en el que no fuera posible el exceso [ni el de placer ni el de dolor], igual que en el juego de la temperatura te pones ropa de abrigo si hace frío o buscas un lugar sombrío y fresco si hace calor.
Mucho se puede aprender, para intentar ese equilibrio, leyendo textos sobre el hedonismo, que arbitró como corriente filosófica Aristipo de Cirene [mil veces he escrito en este diario que soy un hedonista moderado, circunstancia por la que me niego a arriesgar buscando más placer donde pudiera encenderse una posibilidad de darme de narices con más dolor por contrapartida].
En el hedonismo moderno podemos encontrar dos modelos humanos preclaros que dan razón a que la cosa está extendida en grado sumo, son los ‘egoístas’, que guardan el placer para sí y no lo comparten, y los ‘altruistas’, que regalan placer con el fin preclaro de conseguir que éste se multiplique en ellos [a mí me interesa sobre todo el segundo modelo].
Mientras que a los ciclos de frío/calor los nombramos como ‘temperatura’, a los ciclos de placer/dolor podríamos nombrarlos como ‘sensibilidad’, siendo nuestra disposición y nuestra valoración sensible la que sirva de indicativo para manejar la línea de frontera entre ambas situaciones sensibles, de tal forma que los umbrales de dolor y placer sean distintos según el individuo, suponiendo, en muchos casos, que lo que para un individuo supone dolor, para otro supone placer, y viceversa.
También ha de valorarse que existen diversos tipos de dolor y placer, siendo fundamentalmente notorios el físico y el psicológico.
Un ejemplo para hacer gráfica mi postura de hedonista moderado:
Siendo padre de familia numerosa, con una pareja que me llena de afecto y con la que he compartido muchos años y demasiadas experiencias, puedo afirmar que vivo en un estado placentero con pequeños altibajos que me propician dolores mínimos y soslayables.
Si decidiera ser un hedonista en toda su magnitud y tuviera la oportunidad de encajar con una mujer bellísima dispuesta a los más impensables placeres de la carne y el espíritu, entraría en un proceso en el que tendría como futuro la ‘posibilidad’ de un placer extraordinario, pero esa ‘posibilidad’ acarrearía dolores tan definidos y ‘reales’ como la traición a mi pareja y el proceso de separación de mis hijos, eso sin contar con otros dolores menores de índole económica y material.
Mi calidad de hedonista moderado me indica que es mucho más práctico mantenerme en el placer de tono medio, que es absolutamente ‘real’ y tiene proyección de futuro, que ponerlo en riesgo por una ‘posibilidad’ que permanece fuera de mi control.
Por tanto, sí, el placer y el dolor son la misma cosa, convirtiéndose el uno en la deformación del otro con harta frecuencia.
El problema fundamental que suele presentarse cuando intentamos el control de la ‘sensibilidad’ es de índole biológico [o bioquímico], y a veces, por mucho que intentemos hacer valer la reflexión, puede la biología.
Cosas de la Naturaleza, que es jodidamente caprichosa.
(13:38 horas) ¡Cagüenlaputa!, me descojono. Hago mi lectura diaria de “El País digital” y me encuentro con el párrafo que sigue en un artículo de Campos Reina:
“Hace más de 20 años, me ganó para su causa la delicadeza de una cultura, de la que provienen también, en sus imágenes más impactantes y populares, las geishas, y los samuráis, y un arte poético, el del haiku, que ha calado hondo en nuestro país y, en concreto, asómbrense, entre jóvenes escolares andaluces, como los del colegio Clara Campoamor, de Lucena. Más de 90 de ellos, tras sentirlo como propio, hace dos años, incluso trasladaron sus composiciones a un libro, titulado Haikus del mal amor. Lo abría Luis Felipe Comendador, un estudiante de 2º de ESO, del curso 2003-2004, que cantaba la tragedia del 11 de marzo, en Madrid: ‘Pasó la muerte/ y no tuvo tus ojos./ Hay esperanza’.”
[http://www.elpais.com/articulo/andalucia/Japon/Andalucia/elpepuespand/20070601elpand_20/Tes]
Es para matar al periodistilla/escritozuelo de mierda por su zorolo manejo de datos.
Señor Campos Reina, yo soy ese Luis Felipe Comendador que usted pone como estudiante de 2º de ESO del curso 2003-2004, pero con 49 tacos cumplidos y varios poemarios publicados a mis espaldas, aunque posiblemente necesitado de la formación que me propiciaría ese curso. Sí, abro ese libro maravilloso que nació del empeño de Manuel Lara Cantizani, y lo hago con ese haiku que usted cita en homenaje par a Cesare Pavese y a las víctimas vivas del 11M.
Hasta en ‘El País’ cuecen habas pensando que son limones, coño.
Me jode un punto este lado oscuro del periodismo, un lado oscuro en el que ni los poetas malditos tenemos rematado el bachiller.
* He enviado un mail rogando rectificación a 'El País' con la sola curiosidad de saber si tendrá efecto.
(18:04 horas) Colocando en los anaqueles de mi estudio los libros acumulados sobre mi mesa, di sin querer con ‘El arte de amar’, de Publio Ovidio Nasón, un libro que me ha deparado magníficos momentos durante diferentes etapas de mi vida. Inmediatamente me puse a buscar diversos pasajes que mantengo nebulosos en la memoria, y, sobre todo, el pasaje del circo, donde Ovidio desentraña con soltura 2007 el arte de hacerse con los favores de una mujer. Lo leí y disfruté tanto como la primera vez que lo hice, hasta el punto de que copio en mi diario algunos párrafos de esta joya que viene a demostrarnos que ni el mundo ni el hombre han cambiado… cambia el decorado, nada más, aunque pasen los siglos:
“…No dejes tampoco de asistir a las carreras de los briosos corceles; el circo, donde se reúne público innumerable, ofrece grandes incentivos. Allí no te verás obligado a comunicar tus secretos con el lenguaje de los dedos, ni a espiar los gestos que descubran el oculto pensamiento de tu amada. Nadie te impedirá que te sientes junto a ella y que arrimes tu hombro al suyo todo lo posible; el corto espacio de que dispones te obliga forzosamente, y la ley del sitio te permite tocar a gusto su cuerpo codiciado. Luego buscas un pretexto cualquiera de conversación, y que tus primeras palabras traten de cosas generales. Con vivo interés pregúntale a quién pertenecen los caballos que van a correr, y sin vacilación toma el partido de aquel, sea el que fuere, que merezca su favor. Cuando se presenten las imágenes de marfil en la solemne procesión, aplaude con entusiasmo a la diosa Venus, tu soberana. Si por acaso el polvo se pega al vestido de la joven, apresúrate a quitárselo con los dedos, y aunque no le haya caído polvo ninguno, haz como que lo sacudes, y cualquier motivo te incite a mostrarte obsequioso. Si el manto le desciende hasta tocar el suelo, recógelo sin demora y quítale la tierra que lo mancha, que bien pronto recabarás el premio de tu servicio, pues con su consentimiento podrás deleitar los ojos al descubrir su torneada pierna. Además, observa si el que se sienta detrás de vosotros saca demasiado la rodilla y oprime su ebúrnea espalda. La menor distinción cautiva a un ánimo ligero. Fue útil a muchos colocar con presteza un cojín o agitar el aire con el abanico, y deslizar el escabel bajo unos pies delicados.
El circo brinda estas ocasiones al amor naciente, como la arena del foro que entristecen las contiendas legales. Allí descendió a pelear mil veces el hijo de Venus, y el que contemplaba las heridas de otro, resultó herido también; y mientras habla, toca la mano del adversario, apuesta por un combatiente, y, depositada la fianza, pregunta quién salió victorioso, solloza al sentir el dardo que se le clava en el pecho, y, simple espectador del combate, viene a ser una de sus víctimas…”.
O este otro entresacado que no tiene desperdicio alguno:
“…Cuida que no vaya sin tu compañía a ostentar su belleza en el teatro; allí sus espaldas desnudas te ofrecerán un gustoso espectáculo; allí la contemplarás absorto de admiración y le comunicarás tus secretos pensamientos con los gestos y las miradas. Aplaude entusiasmado la danza del actor que representa a una doncella, y más todavía al que desempeña el papel del amante. Levántate si ella se levanta, vuelve a sentarte si se sienta, y no te pese desperdiciar el tiempo al tenor de sus antojos. Tampoco te detengas demasiado en rizarte el cabello con el hierro o en alisarte la piel con la piedra pómez; deja tan vanos aliños para los sacerdotes que aúllan sus cantos frigios en honor de la madre Cibeles. La negligencia constituye el mejor adorno del hombre. Teseo, que nunca se preocupó del peinado, supo conquistar a la hija de Minos; Fedra enloqueció por Hipólito, que no se distinguía en lo elegante, y Adonis, tan querido de Venus, sólo se recreaba en las selvas. Preséntate aseado, y que el ejercicio del campo de Marte solee tu cuerpo envuelto en una toga bien hecha y airosa. Sea tu habla suave, luzcan tus dientes su esmalte y no vaguen tus pies en el ancho calzado; que no se te ericen los pelos mal cortados, y tanto éstos como la barba entrégalos a una hábil mano. No lleves largas las uñas, que han de estar siempre limpias, ni menos asomen los pelos por las ventanas de tu nariz, ni te huela mal la boca, recordando el fétido olor del macho cabrío. Lo demás resérvalo a las muchachas que quieren agradar y para esos mozos que con horror de su sexo se entregan a un varón...”.
Definitivamente está todo escrito, con maestría y con alto estilo, por los padres Clásicos… si es que debieran ser de lectura obligatoria [con análisis incluido] en los colegios Marcial, Propercio, Horacio, Catulo, Ovidio…
Lo que nos perdemos por esta locura educativa llena de ‘Tecnología’, ‘Plástica’, ‘Música’ y hasta ‘Religión’, coño.
Yo no puedo igualar categóricamente mi máquina de encuadernar en estado de reposo con el amor que siento hacia la mujer que quiero, aunque adore a mi encuadernadora porque cumple una función que me propicia estabilidad, pero sí que sé considerar con valor de verdad que la disminución del dolor es placentera, tanto como que la pérdidad del placer es dolorosa. Es un juego muy similar al de la temperatura [frío/calor], en el que la variable en grados hacia arriba o hacia abajo nos propicia una sensación distinta y enfrentada, arbitrando reacciones absolutamente opuestas… pero no deja de ser temperatura.
Convocados el placer y el dolor en la misma línea de vibración, el juego consistiría básicamente en buscar un equilibrio en el que no fuera posible el exceso [ni el de placer ni el de dolor], igual que en el juego de la temperatura te pones ropa de abrigo si hace frío o buscas un lugar sombrío y fresco si hace calor.
Mucho se puede aprender, para intentar ese equilibrio, leyendo textos sobre el hedonismo, que arbitró como corriente filosófica Aristipo de Cirene [mil veces he escrito en este diario que soy un hedonista moderado, circunstancia por la que me niego a arriesgar buscando más placer donde pudiera encenderse una posibilidad de darme de narices con más dolor por contrapartida].
En el hedonismo moderno podemos encontrar dos modelos humanos preclaros que dan razón a que la cosa está extendida en grado sumo, son los ‘egoístas’, que guardan el placer para sí y no lo comparten, y los ‘altruistas’, que regalan placer con el fin preclaro de conseguir que éste se multiplique en ellos [a mí me interesa sobre todo el segundo modelo].
Mientras que a los ciclos de frío/calor los nombramos como ‘temperatura’, a los ciclos de placer/dolor podríamos nombrarlos como ‘sensibilidad’, siendo nuestra disposición y nuestra valoración sensible la que sirva de indicativo para manejar la línea de frontera entre ambas situaciones sensibles, de tal forma que los umbrales de dolor y placer sean distintos según el individuo, suponiendo, en muchos casos, que lo que para un individuo supone dolor, para otro supone placer, y viceversa.
También ha de valorarse que existen diversos tipos de dolor y placer, siendo fundamentalmente notorios el físico y el psicológico.
Un ejemplo para hacer gráfica mi postura de hedonista moderado:
Siendo padre de familia numerosa, con una pareja que me llena de afecto y con la que he compartido muchos años y demasiadas experiencias, puedo afirmar que vivo en un estado placentero con pequeños altibajos que me propician dolores mínimos y soslayables.
Si decidiera ser un hedonista en toda su magnitud y tuviera la oportunidad de encajar con una mujer bellísima dispuesta a los más impensables placeres de la carne y el espíritu, entraría en un proceso en el que tendría como futuro la ‘posibilidad’ de un placer extraordinario, pero esa ‘posibilidad’ acarrearía dolores tan definidos y ‘reales’ como la traición a mi pareja y el proceso de separación de mis hijos, eso sin contar con otros dolores menores de índole económica y material.
Mi calidad de hedonista moderado me indica que es mucho más práctico mantenerme en el placer de tono medio, que es absolutamente ‘real’ y tiene proyección de futuro, que ponerlo en riesgo por una ‘posibilidad’ que permanece fuera de mi control.
Por tanto, sí, el placer y el dolor son la misma cosa, convirtiéndose el uno en la deformación del otro con harta frecuencia.
El problema fundamental que suele presentarse cuando intentamos el control de la ‘sensibilidad’ es de índole biológico [o bioquímico], y a veces, por mucho que intentemos hacer valer la reflexión, puede la biología.
Cosas de la Naturaleza, que es jodidamente caprichosa.
(13:38 horas) ¡Cagüenlaputa!, me descojono. Hago mi lectura diaria de “El País digital” y me encuentro con el párrafo que sigue en un artículo de Campos Reina:
“Hace más de 20 años, me ganó para su causa la delicadeza de una cultura, de la que provienen también, en sus imágenes más impactantes y populares, las geishas, y los samuráis, y un arte poético, el del haiku, que ha calado hondo en nuestro país y, en concreto, asómbrense, entre jóvenes escolares andaluces, como los del colegio Clara Campoamor, de Lucena. Más de 90 de ellos, tras sentirlo como propio, hace dos años, incluso trasladaron sus composiciones a un libro, titulado Haikus del mal amor. Lo abría Luis Felipe Comendador, un estudiante de 2º de ESO, del curso 2003-2004, que cantaba la tragedia del 11 de marzo, en Madrid: ‘Pasó la muerte/ y no tuvo tus ojos./ Hay esperanza’.”
[http://www.elpais.com/articulo/andalucia/Japon/Andalucia/elpepuespand/20070601elpand_20/Tes]
Es para matar al periodistilla/escritozuelo de mierda por su zorolo manejo de datos.
Señor Campos Reina, yo soy ese Luis Felipe Comendador que usted pone como estudiante de 2º de ESO del curso 2003-2004, pero con 49 tacos cumplidos y varios poemarios publicados a mis espaldas, aunque posiblemente necesitado de la formación que me propiciaría ese curso. Sí, abro ese libro maravilloso que nació del empeño de Manuel Lara Cantizani, y lo hago con ese haiku que usted cita en homenaje par a Cesare Pavese y a las víctimas vivas del 11M.
Hasta en ‘El País’ cuecen habas pensando que son limones, coño.
Me jode un punto este lado oscuro del periodismo, un lado oscuro en el que ni los poetas malditos tenemos rematado el bachiller.
* He enviado un mail rogando rectificación a 'El País' con la sola curiosidad de saber si tendrá efecto.
(18:04 horas) Colocando en los anaqueles de mi estudio los libros acumulados sobre mi mesa, di sin querer con ‘El arte de amar’, de Publio Ovidio Nasón, un libro que me ha deparado magníficos momentos durante diferentes etapas de mi vida. Inmediatamente me puse a buscar diversos pasajes que mantengo nebulosos en la memoria, y, sobre todo, el pasaje del circo, donde Ovidio desentraña con soltura 2007 el arte de hacerse con los favores de una mujer. Lo leí y disfruté tanto como la primera vez que lo hice, hasta el punto de que copio en mi diario algunos párrafos de esta joya que viene a demostrarnos que ni el mundo ni el hombre han cambiado… cambia el decorado, nada más, aunque pasen los siglos:
“…No dejes tampoco de asistir a las carreras de los briosos corceles; el circo, donde se reúne público innumerable, ofrece grandes incentivos. Allí no te verás obligado a comunicar tus secretos con el lenguaje de los dedos, ni a espiar los gestos que descubran el oculto pensamiento de tu amada. Nadie te impedirá que te sientes junto a ella y que arrimes tu hombro al suyo todo lo posible; el corto espacio de que dispones te obliga forzosamente, y la ley del sitio te permite tocar a gusto su cuerpo codiciado. Luego buscas un pretexto cualquiera de conversación, y que tus primeras palabras traten de cosas generales. Con vivo interés pregúntale a quién pertenecen los caballos que van a correr, y sin vacilación toma el partido de aquel, sea el que fuere, que merezca su favor. Cuando se presenten las imágenes de marfil en la solemne procesión, aplaude con entusiasmo a la diosa Venus, tu soberana. Si por acaso el polvo se pega al vestido de la joven, apresúrate a quitárselo con los dedos, y aunque no le haya caído polvo ninguno, haz como que lo sacudes, y cualquier motivo te incite a mostrarte obsequioso. Si el manto le desciende hasta tocar el suelo, recógelo sin demora y quítale la tierra que lo mancha, que bien pronto recabarás el premio de tu servicio, pues con su consentimiento podrás deleitar los ojos al descubrir su torneada pierna. Además, observa si el que se sienta detrás de vosotros saca demasiado la rodilla y oprime su ebúrnea espalda. La menor distinción cautiva a un ánimo ligero. Fue útil a muchos colocar con presteza un cojín o agitar el aire con el abanico, y deslizar el escabel bajo unos pies delicados.
El circo brinda estas ocasiones al amor naciente, como la arena del foro que entristecen las contiendas legales. Allí descendió a pelear mil veces el hijo de Venus, y el que contemplaba las heridas de otro, resultó herido también; y mientras habla, toca la mano del adversario, apuesta por un combatiente, y, depositada la fianza, pregunta quién salió victorioso, solloza al sentir el dardo que se le clava en el pecho, y, simple espectador del combate, viene a ser una de sus víctimas…”.
O este otro entresacado que no tiene desperdicio alguno:
“…Cuida que no vaya sin tu compañía a ostentar su belleza en el teatro; allí sus espaldas desnudas te ofrecerán un gustoso espectáculo; allí la contemplarás absorto de admiración y le comunicarás tus secretos pensamientos con los gestos y las miradas. Aplaude entusiasmado la danza del actor que representa a una doncella, y más todavía al que desempeña el papel del amante. Levántate si ella se levanta, vuelve a sentarte si se sienta, y no te pese desperdiciar el tiempo al tenor de sus antojos. Tampoco te detengas demasiado en rizarte el cabello con el hierro o en alisarte la piel con la piedra pómez; deja tan vanos aliños para los sacerdotes que aúllan sus cantos frigios en honor de la madre Cibeles. La negligencia constituye el mejor adorno del hombre. Teseo, que nunca se preocupó del peinado, supo conquistar a la hija de Minos; Fedra enloqueció por Hipólito, que no se distinguía en lo elegante, y Adonis, tan querido de Venus, sólo se recreaba en las selvas. Preséntate aseado, y que el ejercicio del campo de Marte solee tu cuerpo envuelto en una toga bien hecha y airosa. Sea tu habla suave, luzcan tus dientes su esmalte y no vaguen tus pies en el ancho calzado; que no se te ericen los pelos mal cortados, y tanto éstos como la barba entrégalos a una hábil mano. No lleves largas las uñas, que han de estar siempre limpias, ni menos asomen los pelos por las ventanas de tu nariz, ni te huela mal la boca, recordando el fétido olor del macho cabrío. Lo demás resérvalo a las muchachas que quieren agradar y para esos mozos que con horror de su sexo se entregan a un varón...”.
Definitivamente está todo escrito, con maestría y con alto estilo, por los padres Clásicos… si es que debieran ser de lectura obligatoria [con análisis incluido] en los colegios Marcial, Propercio, Horacio, Catulo, Ovidio…
Lo que nos perdemos por esta locura educativa llena de ‘Tecnología’, ‘Plástica’, ‘Música’ y hasta ‘Religión’, coño.
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