Hay una libertad disparatada que se entiende por sus usuarios como meta conseguida, cuando la libertad siempre fue el camino, como Ítaca, y no una situación estática. En esa libertad disparatada se asientan los tipos de la comunicación global, del capitalismo feroz o del poder político… Su idea ‘liberal’ de la cosa supone que para conservarla y defenderla es preciso normalizar ciertas situaciones ‘menores’ [según ellos] de sometimiento forzado y forzoso que propicien el bienestar artificial de muchos en detrimento de unos pocos. Su mundo libre es de valor consumista y de contrastes tintados de sonora injusticia, su acto más libre es la competencia [ganar, vencer, derrotar…] y su pasión más ardorosa es convencer a la masa de que se siente cómoda en esa situación y que no luche ni se subleve por conseguir la verdadera libertad, esa que va unida sin medias tintas a la justicia.
Salir de su trampa es prácticamente imposible desde los actuales parámetros sociales, y debe ser labor de los intelectuales hacer saltar una pequeña chispa de compromiso que propicie una revolución contra estos señores empingorotados del poder omnímodo. Ahí tienen ustedes una causa por la que crear, reflexionar, idear y dar el máximo de sus dotadas inteligencias para sentir que han pasado por la vida con un pequeño atisbo de dignidad… dije ‘prácticamente imposible’, que no imposible.
Torres más altas cayeron a lo largo de la Historia y siempre fue gracias a hombres que fueron capaces de mover a las masas a base de entusiasmo y palabras medidas [nunca comedidas].
Ya lo dijo el no violento Mahatma Gandhi: “La causa de la libertad se convierte en una burla si el precio a pagar es la destrucción de quienes deberían disfrutarla”… justo lo que ahora sucede mientras nos adormecen con historias de niños perdidos, concursos de modelos, partidos de fútbol, juegos de Nintendo, y hasta esta jodida y tangible trampa virtual de internet.
Escribir sin sentir la necesidad de denunciar lo que sucede es absolutamente inmoral… y hacer lo contrario quizás sea perder el tiempo.
Aunque todavía hay clases.
(22:01 horas) Padecí durante todo el día a un cliente complicado y ahora lo estoy pagando con un generoso dolor de riñones. Y lo peor es que en una de las salidas a por tabaco me crucé con A. Riñones, que me saludó sonriente y me dijo de pasada: ‘No te había visto, Felipe, ¿qué tal?’. No le contesté porque la situación era de paso y primaba esa cortesía de dos personas educadas que se cruzan y se saludan, pero me quedé con las ganas de decirle que se quitase el cinismo de encima cuando me viera, que aún recuerdo las graves palabras sobre mi persona de su portavoz femenina pepera en una radio local [imagino que si ella me difamó como portavoz, sería también en su nombre, que para eso es el jefe local de esa centuria… en caso contrario, le pido disculpas al edil opositor y le acepto con naturalidad el saludo]. En fin, tonterías de pueblo chico.
Ya cenadín, me quedé pillado un ratito releyendo ‘Definición de savia’, del inefable Aníbal Núñez, del que tengo trabado un libro a mitad de edición en mis talleres por esas cosas de que a un tipo con representación le resultamos molestos yo y los autores de ese trabajo hermosísimo con inéditos de Aníbal…
Utilizaré versos del poeta que acabo de leer y que vienen al caso: “El nombre de aquello que destruyes / lo menos que debieras saber; y lo bastante / para no destruirlo…”
Con su pan se lo coma.
Y yo, como siempre, haciendo amigos.
Salir de su trampa es prácticamente imposible desde los actuales parámetros sociales, y debe ser labor de los intelectuales hacer saltar una pequeña chispa de compromiso que propicie una revolución contra estos señores empingorotados del poder omnímodo. Ahí tienen ustedes una causa por la que crear, reflexionar, idear y dar el máximo de sus dotadas inteligencias para sentir que han pasado por la vida con un pequeño atisbo de dignidad… dije ‘prácticamente imposible’, que no imposible.
Torres más altas cayeron a lo largo de la Historia y siempre fue gracias a hombres que fueron capaces de mover a las masas a base de entusiasmo y palabras medidas [nunca comedidas].
Ya lo dijo el no violento Mahatma Gandhi: “La causa de la libertad se convierte en una burla si el precio a pagar es la destrucción de quienes deberían disfrutarla”… justo lo que ahora sucede mientras nos adormecen con historias de niños perdidos, concursos de modelos, partidos de fútbol, juegos de Nintendo, y hasta esta jodida y tangible trampa virtual de internet.
Escribir sin sentir la necesidad de denunciar lo que sucede es absolutamente inmoral… y hacer lo contrario quizás sea perder el tiempo.
Aunque todavía hay clases.
(22:01 horas) Padecí durante todo el día a un cliente complicado y ahora lo estoy pagando con un generoso dolor de riñones. Y lo peor es que en una de las salidas a por tabaco me crucé con A. Riñones, que me saludó sonriente y me dijo de pasada: ‘No te había visto, Felipe, ¿qué tal?’. No le contesté porque la situación era de paso y primaba esa cortesía de dos personas educadas que se cruzan y se saludan, pero me quedé con las ganas de decirle que se quitase el cinismo de encima cuando me viera, que aún recuerdo las graves palabras sobre mi persona de su portavoz femenina pepera en una radio local [imagino que si ella me difamó como portavoz, sería también en su nombre, que para eso es el jefe local de esa centuria… en caso contrario, le pido disculpas al edil opositor y le acepto con naturalidad el saludo]. En fin, tonterías de pueblo chico.
Ya cenadín, me quedé pillado un ratito releyendo ‘Definición de savia’, del inefable Aníbal Núñez, del que tengo trabado un libro a mitad de edición en mis talleres por esas cosas de que a un tipo con representación le resultamos molestos yo y los autores de ese trabajo hermosísimo con inéditos de Aníbal…
Utilizaré versos del poeta que acabo de leer y que vienen al caso: “El nombre de aquello que destruyes / lo menos que debieras saber; y lo bastante / para no destruirlo…”
Con su pan se lo coma.
Y yo, como siempre, haciendo amigos.
De FUMADORAS |
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