Ir al contenido principal

Que yo soy normal.


Creo que ya le he dado el clin a mi tercera novela... que conste que me ha costado un güevo y parte del otro acabar con ella.
Para celebrarlo con vosotros he decidido dejaros el primer capítulo, que ya salió publicado hace tiempo como un relato corto, justo cuando empezó a crecer como historia larguísima de un tiempo que conozco porque lo he vivido segundo a segundo.
Imagino que el formato escogido os resultará raro, pero es que yo soy rarito de verdad en esto de la prosa... a las pruebas de mis dos anteriores novelas me remito.
El sistema de escritura es el de chorro, con un narrador autodiegético que cuenta sin orden su vida con un vocabulario nada literario... y que quiere dejar el poso de toda una generación –la mía y la suya– desde su mirada lunática. También se intenta un ideario de calle en el que nunca faltarán los referentes temporales en múltiples facetas.
Junto a la narración principal, que se pretende de ritmo frenético, sin descansos de respiración, hay otra historia que va desarrollándose en enormes notas a pie de página, llamadas del texto hacia una historia en la que el autor se desnuda ante el protagonista del relato principal. Vamos... por ahí va el asunto.

A ver si os gusta...

QUE YO SOY NORMAL apítulo I]

Yo siempre había tenido ganas de una moto, ¡me cago en rus...!, una moto de aquéllas que llevaba Ángel Nieto, una de esas motos que tenían una inscripción en el depósito que decía: “ocho veces campeona del mundo”. Lo que hubiera hecho yo con una moto... pero mi padre decía que las motos eran muy peligrosas y, además, las cosas como son, yo era un cagón y seguro que no me habría hecho con el cacharro. Ya me imagino con un casco de esos de medio cráneo, con gafas de color naranja y a veinte por la carretera general. Mi padre, en el fondo, me hizo un favor, porque así no hice el ridículo delante de las chavalas; pero no tener la moto me marcó, porque esas cosas marcan cuando tienes dieciséis años; yo creo que lo de la moto tiene mucho que ver con esta habitación que ocupo desde hace tres meses en el psiquiátrico de Salamanca. Aunque aquí no se está mal, echo de menos algunas cosas de la calle, como torear a los coches en la Avenida de Mirat o vender tacos a duro en la Plaza Mayor; lo de los tacos me reportaba una pasta gansa. Cuando hacía sol, me iba al centro de la plaza y abordaba a los que pasaban por allí; oye, tío, te digo un taco si me das un duro; y la gente se portaba. Tenía buenos clientes. Algunos fijos me daban cinco duros, y yo… cabrónmaricónhijoputagilipollasbujarrón, unas risas y santas pascuas. Me sacaba mis buenas pesetas en la Plaza Mayor. Cómo me acuerdo de Paco Novelty, ése sí que era un tío majo, tenía abono y nunca fallaba en los pagos, me daba mil lúas todos los días uno del mes y yo dividía los doscientos tacos por horas, a las doce entraba en su cafetería, preguntaba por él y, cuando salía, le decía, yo qué sé... boboloscojones… luego volvía a la plaza y allí borraba de mi libreta el taco correspondiente, pues necesitaba un cierto orden, ya que llegué a tener hasta ciento veintiséis abonados, y eso lo echo bien de menos. Lo que más me fastidia es que, cuando se pierde el roce con los clientes, te olvidan, y levantar de nuevo el negocio cuesta un huevo; ésa es la pena que tengo, que como pase aquí mucho tiempo va a haber ruina. Cuando lo de la moto yo era un buen estudiante, bueno, regular, y además era un tío guapo; mis padres siempre me daban pasta y me compraban la ropa y los cacharros que quería... menos la moto de Ángel Nieto. Por entonces me gustaba una chica que se llamaba Lucía, pero yo a ella no le gustaba, aunque empezó a salir conmigo para darle celos a un tipo que sí tenía la moto ocho veces campeona del mundo. A Lucía yo la tenía en palmitas, le hacía regalos de vez en cuando y, siempre que salíamos juntos, yo pagaba las consumiciones, pero ella me maltrataba, siempre estaba enfadada conmigo y no había forma de bailar con ella un baile lento de los de la discoteca, porque en aquella época las discotecas alternaban media hora de lento con otra media de movido. Cuando lo del baile movido, baila que te baila, pero cuando lo del lento siempre le entraban ganas de mear o de tomar un San Francisco con granadina. Lucía siempre pedía cosas caras para beber. Sólo bailábamos lento cuando estaba cerca el de la moto, y yo vivía en la duda de querer que el tipo aquel estuviera cerca o no verle nunca jamás. Con Lucía corté un día porque no me quería dar un beso. Nunca me dio un beso, pero vestía salir con ella. La verdad es que nunca he comprendido a las tías, y a Lucía menos que a ninguna. Después de lo de Lucía pasé unos días bastante chungos. Hace unos meses me la encontré en la Plaza Mayor y le dije que si me compraba un taco; se puso roja como un tomate y salió de allí por pies. No me dijo ni una palabra. Me podría haber comprado un taco por lo menos, en recuerdo de los viejos tiempos y en pago a los duros que yo me gasté en sanfranciscos y zumos “Vida”. Qué desagradecida. Estaba más gordita y tenía algo de papada, pero todavía estaba bien buena. Lo que me costaron aquellas carnes para no catarlas; si ya se lo digo yo siempre a Paco Novelty, los duros mejor gastados son los que inviertes con las putas, tú pagas y ellas responden siempre a tus necesidades, ¡qué coño!, no habría echado yo polvos con la pasta que me gasté con Lucía. Va a ser la hora de la pastilla, y hoy toca la monja, ¡vaya callo la monja!, pero después de tomarme la pastilla hasta me parece que está buena la monja. También me acuerdo ahora de otra novia que tuve; ésta me duró más que Lucía y, aunque pocos, algún revolcón nos dimos. Yo estaba ya en la Facultad de Farmacia haciendo como que estudiaba. Se llamaba Gabriela y era asturiana, aunque vivía en Plasencia. Salimos un par de años, hasta que la dejó embarazada un cantante de rock, yo creo que me quiso colocar a mí el embarazo, pero no piqué, la verdad es que, como mucho, nos habíamos metido mano mutuamente, sin llegar a más. Gabriela era buena chica, pero tenía unos prontos un poco chungos; cuando le daba el perrén me montaba un número en plena calle y me llamaba “pistojo” a voces. Yo nunca he sabido qué significaba “pistojo”, pero me da igual, algo malo seguro que era. Con Gabriela pasé buenos ratos... Chisss, que llega la monja. Ya me tomé la pastilla. Cuando me tomo la pastilla suelo tumbarme en la cama y mirar fijamente al cuartel de la Guardia Civil, que lo tengo frente a mi ventana, es un monstruo, a los que lo hicieron los tenían que tener aquí con muchas más razones que a mí; luego me mareo un poco y se me va la perola, pero no es una sensación desagradable, más bien al contrario, me quedo muy tranquilo. Con Gabriela iba mucho a un bar que se llamaba el “Plus Ultra”, allí nos tomábamos nuestras cañitas con tapa y nos magreábamos todo lo posible, alguna vez nos llamaron la atención, seguro que era por envidia. Lo bueno de Gabriela era que no le importaba que yo no tuviese la moto de Ángel Nieto, era una tía poco interesada, no como Lucía. A Gabriela le gustaban mucho mis ojos verdes y a mí me enloquecían sus pechos, que eran grandes; en el derecho tenía una manchita de nacimiento que era un poco más suave que el resto de su piel; a mí me encantaba tocar aquella manchita, me volvía loco. Con Gabriela lo dejé no sé por qué… ah, sí, porque la dejó embarazada un rockero, pero las cosas ya iban mal entre nosotros mucho tiempo antes. Todavía sueño algunas veces con sus pechos enormes y bien calibrados, y con la manchita aquella de color canela. Cuando era chico vivía con mi abuela y estudiaba en los Salesianos, mi abuela era viuda no reconocida y los curas de los Salesianos eran una especie de torturadores con sotana, mi abuela me compraba todos los sábados el “Jaimito”, el “Pumby” y el “TBO”; y los salesianos ensayaban conmigo la tortura de la regla golpeando en las yemas de los dedos, el estiramiento de patilla con tortazo sonoro al caer y el campanillazo seco en la coronilla. En los Salesianos tenía buenos amigos, pero mi abuela no tenía amigos porque nunca salía de casa. Cuando vivía con mi abuela teníamos un váter común para todos los vecinos -tres familias-, y las colas para cagar eran insufribles, sólo cuando cagaba el señor Mateo se disolvían las colas, no había quien entrase en el váter después de los alivios del señor Mateo. Mi abuela nunca me dejaba bajar al váter, pues me decía que me podía coger cualquier cosa; yo cagaba en un orinal desconchado de porcelana mientras leía los tebeos de la semana, luego me limpiaba el culo con papel “El Elefante” y mi abuela se encargaba de bajar mi recado al váter común; en los Salesianos sí había servicios, pero estaban medio al aire libre y, en invierno, daba repelús cagar allí. Las puertas de los servicios de los Salesianos eran cortas, estaban como a sesenta centímetros del suelo y, cuando alguien se metía a cagar, los niños nos tumbábamos a cuatro o cinco metros para verle los pies al actor esporádico, nos lo pasábamos bomba. Ya se me está pasando el mareo, creo que voy a levantarme un poco. Cuando suspendí Botánica por tercera vez, decidí dedicarme a la literatura, yo antes había escrito mucho y había leído más, me había devorado a Julio Verne, a Emilio Salgari, a Dickens, me había leído todas las aventuras de “Los cinco” y las de “Guillermo”, había leído cuatro veces el “Siddharta” de Hermman Hesse y todas las historias de Lobsang Rampa. También había leído “Rinconete y Cortadillo”, “La vida del Buscón llamado Pablos”, “Crónicas de un Sochantre”, “El Quijote” -por pura obligación-, “El Lazarillo de Tormes” y “Los Cipreses creen en Dios” de Gironella. Tenía toda la colección de libros de Martín Vigil -sólo leí entero “La vida sale al encuentro”-, y las emocionantes aventuras de Luky Star y La trilogía “La Fundación” de Asimov, “El pequeño príncipe” de Saint Exupery y algunos otros libros que ahora no recuerdo. Las cosas que yo escribía eran por lo general gilipolleces, pero disfrutaba de lo lindo escribiendo. Cuando me publicaban algo en la revista del instituto me entraba una seguridad interior especial, y eso se me notaba en la cara, me sentía importante, por eso, cuando suspendí tres veces Botánica me tomé muy en serio lo de escribir, más como terapia de autoafirmación que como necesidad creativa. Lo que empezó como un posible remedio a mi fracaso universitario, terminó siendo una obsesión constante durante muchos años; me presenté a varios concursos y los gané, colaboraba en multitud de revistas y periódicos y llegué a tener cierta influencia en los medios literarios y periodísticos. Mi lenguaje era claro, conciso y directo… eso a la gente le gustaba. Terminé de poeta, triste gracia, y de ahí me vino esta vena romántica que me lleva a hacer el imbécil por la calle y a intentar suicidarme cuando me da el agrión, pero no le hago daño a nadie. Lo de torear a los coches en la Avenida de Mirat sé que es un poco raro, pero más raro es robarle el dinero a la gente desde la tapadera de un banco, y a esos ladrones no les dan estas pastillas mareantes de color naranja, lo suyo es “stres” y lo mío locura, ellos tienen dinero y yo no. Yo siempre he disfrutado con el peligro y con los toros, pero como me dan pavor los cuernos, pues ya tuve bastante con los que me puso Gabriela, prefiero torear a los coches. Yo los recibía en la entrada norte de la Avenida de Mirat a la porta gayola, los conductores se pegaban unos sustos de muerte y yo triunfaba siempre de salida, luego unas verónicas, unas gaoneras y unos pases de pecho, y me iba tan fresco para casa. Nunca entré a matar, porque no estoy loco, eso que quede claro, pero como la locura es un acuerdo entre facultativos, oficialmente estoy loco; la verdad es que no sé cuál es la clase de locura que me asignan, tiene un nombre muy raro, pero no deja de ser locura. Eso sí, si yo estoy loco, ellos están gilipollas. Lucía era guapa, yo fardaba mucho cuando salía con ella a pasear. A mí siempre me han gustado las mujeres guapas y eso no creo que sea ningún síntoma de locura, y me siguen gustando. Yo sueño todos los días con mujeres guapas, aunque sé que la belleza es muy relativa, y una mujer que para mí es el no va más de la belleza, para otro puede ser un coco; en lo primero que me fijo es en la cara, después van, por orden, las tetas y el culo, tampoco es que tenga un canon, porque soy muy permisivo en una banda bastante ancha, pero el caso es que me gustan a rabiar la mujeres guapas. Mi abuela me quería mucho y todos los domingos me hacía flan de huevo o natillas con “santillí”, que así llamaba ella a la clara batida a punto de nieve con azúcar, cuando me hacía natillas siempre remataba con una galleta maría flotando que se ponía blandita y estaba riquísima, mi abuela tenía en casa una tinaja para el agua fresca. Cuando sueño con mujeres mojo la cama, no sé si es que me meo de gusto o es otra cosa, aquí es muy difícil masturbarse, pues el personal entra sin llamar y te pueden pillar con la pilila en la mano, y entonces se te ha caído el pelo, te dan una cápsula roja que te deja más gilipollas de lo normal. A mí me gusta leer, y Paco Novelty me manda libros de vez en cuando, pero no viene a verme, con los libros me manda notas diciéndome que la Plaza Mayor está como vacía sin mi presencia, yo se lo agradezco mucho. Lucía siempre llevaba la espalda muy recta, era una maniática de las espaldas rectas, a veces pensaba si se habría tragado un palo, ahora le sigo dando vueltas al asunto, yo no sé por qué a Lucía le preocupaba tanto el asunto de la espalda, porque lo de la moto, vale, pero la espalda... nunca la vi en bañador, y bien que me hubiera gustado, a ella no le gustaba bañarse, o por lo menos no le gustaba bañarse en público. A Gabriela tampoco la vi nunca en bañador, como salíamos durante el curso y en el verano estábamos separados, nunca tuve esa oportunidad. Yo siempre he tenido mala suerte con esto de ver a mis chicas en bañador. Recuerdo ahora que cuando salía con Lucía urdía estrategias complicadísimas para meterle mano, los planes los hacía por la noche, pero nunca llegó a salir bien ninguno, yo creo que de aquellos polvos -nunca peor dicho- vienen estos lodos. ¿Por qué mi primera experiencia amorosa tuvo que ser tan difícil?, sería mejor que Lucía no hubiera existido nunca o que se la hubiera trajinado al primer envite el de la moto de Ángel Nieto; quizás así, desencantada, me la habría trajinado yo también y, ahora, lo mismo, era un tío de esos con un trabajo guay, mi coche de lujo y mi chalecito adosado; pero lo de torear coches no lo cambio yo por nada, qué coño. Desde luego… la vida son cuatro puñalás y un par de respiros, naces y te mueres y lo demás son tonterías, siempre he pensado mucho en estas cosas de la vida y de la muerte, yo qué sé, a mí me parece que ante estos dos estados de la materia hay que tomar una pose de sensible tranquilidad, porque la vida es una putada, pero para todos, ¿eh?, que aunque algunos piensen que porque tienen cosas y más cosas y dinero y más dinero viven mejor, eso es una auténtica mentira, coño, el que vive mejor es el que aprovecha su tiempo con intensidad en lo que le gusta, que te gusta follar, pues a follar, que te gusta hacer barquitos de papel, pues a hacer barquitos de papel, que te gusta torear coches, pues a torear coches, como hago yo; y la muerte, pues nada, que es otra putada, me río yo de los que dicen cuando uno se muere que descansó, qué cojones, los que descansan son los que están a su alrededor, Lucía sí que descansó cuando se liberó de mí, y también la pobre Gabriela, porque yo era un pelma de los que no hay, las llamaba, las esperaba en el portal, las traía y las llevaba a casa, no vivía si no me deshacía con ellas en atenciones, un auténtico gilipollas, eso es lo que he sido siempre, y no un loco… pues no hay locos en el mundo… yo conozco a un enterrador que siembra tomates y lechugas en una zona apartada del cementerio -y creo que obtiene cosechas sabrosísimas-, a un bombero que le roba sus pertenencias a los accidentados mientras hace labores de salvamento, a un funcionario que mete virus por las noches en su ordenador del ayuntamiento para no trabajar a la mañana siguiente, a un cobrador que roba la tela que cobra y luego sus jefes le tienen que avalar los préstamos para devolver el dinero, a un tendero que se pasa todo el día en la puerta de su negocio diciendo hola, adiós, adiós, hola, qué tal, hola, que vaya bien, adiós, adiós... a una suicida frustrada que ya se ha tirado seis veces desde la ventana de su habitación, que está en el primer piso del edificio en el que vive; a un tipo que tiene toda su moto pintada de negro y en el depósito ha pegado una cruz de esas que se ponen en los ataúdes, a un paisano que se pasa todo el día contando el dinero que tiene y haciendo libros de cuentas para conocer al dedillo todos sus gastos e ingresos, a un cura que juega al mus y al julepe y hace trampas, a un profesor de instituto que le enseña unas cosas a sus alumnos y a sus hijos las contrarias, a una psicóloga matrimonial que está a punto de separarse de su marido porque no le aguanta y no sabe cómo llevar la situación hasta donde ella quiere... mi abuela me decía siempre que nunca me casase, y yo le he hecho caso, y también me decía que en la vida hiciese sólo lo que me gustase, y eso he hecho, bueno, no, a Lucía no fui capaz de echarle un polvo, ni tampoco a Gabriela, y bien que me apetecía, digo, y bien que me apetecía. Mi primera historia sexual fue con una tal Nena, que estaba más delgada que el cable de una plancha, era una de esas fiestas de San Juan Bosco, yo ya era antiguo alumno de los Salesianos, hubo baile, uno de esos bailes que organizan los curas, ya sabes, pajaritos por aquí, pajaritos por allá, y la tal Nena se enrolló conmigo, me arrastró hasta un jardín cercano al colegio, me sentó en un banco de madera, se sentó encima de mí y empezó a culear como una loca, a mí me hacía daño aquel reboce y se lo dije, Nena, que me haces daño, y se enfadó, no veas cómo se puso, me llamó bebé, me llamó crío, me llamó nenita, me llamó marica de playa -que por entonces eso se decía mucho-, me llamó meón... pero lo de “pistojo” que me llamaba Gabriela nunca he sabido qué significaba, algo malo, seguro; Lucía sólo me llamaba estúpido, que eres un estúpido, pero eso entonces no me importaba, porque yo creía que ser un estúpido era mucho mejor que ser un gilipollas, que era lo que le llamaba al guapito de la moto de Ángel Nieto cuando le veía con alguna chica. Ahora me doy cuenta de que hubiera sido mucho mejor ser un gilipollas, más adelante, cuando vendía tacos en la Plaza Mayor de Salamanca, ya hubo más de uno y de una que me llamó gilipollas, y yo siempre me acordaba de Lucía y me decía a mí mismo, algo has adelantado, chaval. Para las señoritas me tuve que inventar una serie de tacos menos gruesos que los que les vendía a los varones; a ellas, cuando las veía finas y solteras, les vendía tacos como carachichi, chochotierno, teticola, incluso a algunas, a las que les notaba cierto toque infantil, les decía los clásicos escatológicos cacaculopedopís. A mí me iba muy bien con lo de los tacos, no sé si te lo he dicho, tenía hasta socios por meses, Paco Novelty era el mejor, Lucía no, Lucía salió corriendo un día que le quise vender un taco y se puso muy colorada, a Gabriela no la he vuelto a ver, ella seguro que me compraría un montón de tacos, porque Gabriela era más sana que Lucía, menos afectada, Lucía era como bobaloscojones y Gabriela era una buena chica; lástima que se la trajinara aquel rockero, que luego creo que se murió enseguida, yo de pequeño era un poco patoso, bueno, bastante, pero los padres salesianos se empeñaron en que practicase el baloncesto, porque para eso tenía estatura, me había llegado el estirón, como decía mi abuela, mucho antes que a los otros chavales, y me pegaba unas palizas temerosas, corre, tira, saca, mete, corre, corre, defiende, suelta ya la bola... vamos, que terminó gustándome a mí eso del baloncesto; lo malo es que entonces era un deporte de mariquitas, pero a mí, a la vez que me empezó a gustar, se me empezó a quitar el complejo de mariquita, además tampoco tenía yo muy claro ni lo que era un mariquita ni lo que era un hombre hecho y derecho; lo mejor del baloncesto fue que practicándolo hice muchos y muy buenos amigos, coño, y además pasaban cosas increíbles, como que un día uno se tragó una mosca en una entrada a canasta y le tuvieron que hacer la respiración artificial, o que otro se tiró un pedo de los olorosos en una lucha bajo el tablero y allí no quedó ni el árbitro principal... cosas de esas, bobadas. Ya se está haciendo de noche y pronto va a venir sor Angustias de la Cruz Gamada a apagar la luz y a poner orden, esto sí que no me gusta nada, es lo que menos me gusta, no tener yo la decisión sobre el interruptor es lo peor de este centro, eso y que no me dejen ir a vender tacos a la Plaza Mayor. Lo del interruptor no me digas que no es una putada, tanta democracia, tanta libertad y tanta hostia, y a mí no me dejan decidir la hora de encender o apagar la luz, y es que la vida la pueblan pequeñas metas como esta, yo ahora lucho a muerte por obtener ese derecho que me asiste, otros luchan para que el fondo de garantía salarial les cubra el despido, otros pelean por los derechos humanos, otros por el aborto libre, otros por la puta libertad... la libertad, eso sí que es una mentira del carajo, que se lo pregunten a Lucía o a Gabriela, o mismamente a mi abuela... puta libertad hecha de cadenas; cuando el hijo se libera de los padres, busca la libertad de poder hacer lo que quiera con una pareja que le atará más todavía que sus padres, y luego tendrán hijos a los que les coartarán la libertad a lo bestia y no les comprarán la moto ocho veces campeona del mundo, la de Ángel Nieto, la que a mí me ha gustado siempre. ¡Qué moto! Ya oigo los pasos de la monja, sera tía puta, ya me va a apagar la luz. Cuando yo era chico me tenía que dormir con la luz del flexo de mi habitación encendida, era un flexo de esos de aluminio con una bombilla azul y con un muelle niquelado; era un flexo tan bonito… ya no he vuelto a ver flexos como aquél, ahora hacen cosas de diseño, dicen, que parecen más estatuillas horteras de Chillida que flexos. Lo de Chillida es la pera, ¿eh?, la pera es lo de Chillida y lo de Tapies, joder... Yo también pinté durante unos años, y no lo hacía nada mal, empecé con lo figurativo, pasé por una fase puntillista y acabé en puro abstracto, que hay que reconocer que es lo más fácil, unas rayas, unos toques de color, unos gestos espasmódicos y ya está, miras el cuadro de todas las formas posibles y le sacas un significado que se te ocurra, marco y la polla; qué bobada esto del arte, arte era el cuerpo de Lucía o el perfecto minimalismo de la mancha color canela que tenía en el pecho Gabriela, y arte era la forma de vender de mi padre y de sacarnos adelante a todos los de la familia, arte eran el flan y las natillas de mi abuela, arte era mi forma de cagar en el orinal de porcelana, me acuerdo ahora que cuando yo cagaba en casa de mi abuela, en el orinal de porcelana, mi abuela avisaba a una vecina que se llamaba Julita y que padecía de estreñimiento crónico; Julita subía corriendo las escaleras de madera y se sentaba a hablar con mi abuela de sus cosas rente a mí, y me miraba con una envidia que nunca he vuelto a ver en mi vida; Julita terminó emigrando, no sé si por necesidades económicas o porque le venía bien a su estreñimiento. Los estreñidos tienen un gesto especial en la cara, no sé, es un rictus forzado, y también tienen muy mala uva, yo creo que Lucía era estreñida, porque tenía muy mala uva, por lo menos era estreñida conmigo, que por otra parte no sé si eso es físicamente posible. Yo nunca he estado estreñido, y eso tendría que ser un buen síntoma de salud mental, pero aquí eso no lo valoran, dicen que los locos nos cagamos encima, pero yo eso nunca lo he hecho, aunque alguna vez se me ha pasado por la cabeza sólo para que me duche una enfermera que está buenísima y que se llama Conchi, que se lo pregunten al Manolito Rilé, uno que está en la tercera planta, ése se caga a diario siempre que tiene turno la Conchi, pero se caga porque él quiere, no por la locura que le han diagnosticado, no se lo pasa bien ni nada el Manolito Rilé. Los artistas plásticos sí que son estreñidos, si no fuera por esa circunstancia no harían las bobadas que hacen. La música también me ha gustado siempre mucho, recuerdo que hace unos años tocaba la flauta dulce y una “filarmónica Honner”, todo lo que tocaba era de oído, que lo tengo bien bueno, tocaba mucho esa canción que dice “yo nací bajo su luz fugaz...”, y la del “yanqui you”; a la flauta sonaba mejor esa que dice “desde el puente de Aranda se tiró se tiró, se tiró el tío Juanillo, pero no se mató...”; tocaba de cojones, qué bien tocaba, pero un día me aburrí y le regalé la flauta a un sobrino y la “filarmónica Honner” a un colega con el que me tomaba vinos en “La Latina”, que era un bar muy marchoso y muy enrollaíto que estaba por la zona de la universidad. Los músicos no son estreñidos, ni mucho menos; a mí me hubiera gustado ser músico, pero nunca se lo planteé a mi padre, después de lo de la moto de Ángel Nieto ya dejé de pedirle cosas a mi padre. Los músicos beben mucho y a mí nunca me ha gustado el alcohol, eso hubiera sido una pega de las gordas si me hubiera decantado por la música, pero nunca lo hice. Los que sí son estreñidos son los políticos, pero lo son porque no dan nada, ni su propia mierda, que les den bien por el culo; Lucía podría haber sido perfectamente un buen político, me jugaría cualquier cosa a que era estreñida. Cuando toreaba en la Avenida de Mirat, siempre, siempre, me entraba cagalera, me iba las patas abajo, pero no era del miedo, era de la emoción y del gusto que me producía torear a los coches. A mí nunca me han gustado los tíos, creo que en ese aspecto tampoco me pueden decir que esté loco, no como el Gabri y el Tolete, unos que ocupan dos o tres habitaciones después de la mía, los tienen juntos y están todo el día mariconeando, como se entere la monja le da un tabardillo, pero ellos son bien felices con sus mariconadas, qué le vamos a hacer, si son felices... pues alegría, también hay mucho maricón escribiendo en las mejores revistas y cantando como los ángeles y haciendo política, y no pasa nada de nada, qué va a pasar; pero a mí nadie me da por el culo, no, no, a mí que no se atreva ningún tío a tocarme con intenciones espesas, aunque lo mismo si lo pruebo me gusta, y qué pasa, eh, qué pasa si me gusta, pues nada, qué va a pasar; pero no creo que me guste, yo qué sé... que me voy a dormir, que tengo sueño.

Comentarios

  1. Me alegro de que hayas dejado de renegar de la prosa porque eres un narrador extraordinario.
    Un abrazo, Felipín.

    ResponderEliminar
  2. Magnífica locura.(Veo que la pastilla naranja,logra su objetivo).Que el resto de capítulos,tarden poco en saltar del manicomio al papel.

    ResponderEliminar
  3. UUUUUUUAAAAAAAAAUUUUUUUUUUUUUUUUU... esto sí que es una sorpresa y gorda, bien gorda... te lo tenías muy pero que muy calladito... me alegro un montón, voy a leerte un rato. Luego vuelvo.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Por favor, no hables de mí... si acaso, hazlo de ti mismo...

Entradas populares de este blog

Al Canfrán a varear fideos...

Debe ser de cuando te mandaban “al Canfrán a varear fideos” o incluso de aquella mar salada de los ‘mecachis’... el caso es que siempre llevo puesto algo de casa [que es como decir algo de antes] en la jodida cabeza... y nado entre una pasión libidinosa por decir lo que me dé la gana y un quererme quedar en lo que era, que es lo que siempre ha sido... pero todo termina como un apresto en las caras, mientras el hombre de verdad dormita entre una sensación de miedo y otra de codicia... ¡brup!... lo siento, es el estómago que anda chungo... y tengo ideología, claro, muy marcada, y la jodida a veces no me deja ver bien, incluso consigue que me ofusque y me sienta perseguido... a veces hago listas de lo que no me gusta y de los que no me gustan... para qué, me digo luego, y las rompo... si al final todo quedará en lo plano y en lo negro, o en lo que sea, que al fin y al cabo será exactamente lo mismo... es por eso que hay días en los que me arrepiento de algunas cosas que he hecho, casi t

Los túneles perdidos del Palacio Ducal bejarano.

Torreón del Palacio Ducal con el hundimiento abajo. De chiquitillo, cuando salía de mis clases en el colegio Salesiano, perdía un buen ratito, antes de ir a mi casa, en los alrededores del Palacio Ducal bejarano. Entre los críos corrían mil historias de pasadizos subterráneos que daban salida de urgencia desde el palacio a distintos puntos de la ciudad y nos agrupábamos ante algunas oquedades de los muros que daban base a los torreones para fabular e incluso para ver cómo algún atrevido se metía uno o dos metros en aquella oscuridad tenebrosa y estrecha. Ayer, en mi curioso pasar y por esa metichería que siempre tenemos los que llevamos el prurito de la escritura, escuché durante el café de la mañana que se había producido un hundimiento al lado de uno de los torreones del Palacio Ducal y corrí a pillar mi cámara y me acerqué hasta el lugar. Allí, bajo el torreón en el que se ha instalado una cámara oscura hace un par de meses, había unas protecciones frugales que rodeaban un aguj