Ir al contenido principal

Madrid me mata.



Madrid suelo digerirlo mal, pues necesito digestiones de varios días para enfocar mi paso por sus calles.
De la última visita, aún en fase tan rem como doliente –me desresaco mal con estos años cumplidos... sin cumplir demasiado–, se me ha quedado una cosina de mujeres como las ondinas de Klimt y otra de más mujeres como las Judit diversas del mismo pintorcete [como ves, amigo Celes, va aprovechando el librito EPA... ¡gracias!]... y a mí me hubiera gustado más que me hubiera quedado una cosa Danae [no es para morirse sin haber visto este óleo de la colección Graz que Klimt pintó entre 1907 y 1908... ¡una pasaaaadaaaa!, que diría el amigacho Pedro Cubino]...
La cosa es que estuve en el Madrid de Montera, como transido, caminando entre las rabizas forzadas [no sé si por farlopa o pico] a mostrarse a los ojos como meriendas.
Solo una me miró. Estaba en una esquinita sucia, con un short color menta que apenas le tapaba los ojales del cuerpo... y una blusa melón, tan transparente... que era un flou de aquella piel blanquísima. Su mirada era triste, tanto... que no pedía ni ayuda... me dieron ganas de tomarla en los brazos y arrastrarla hasta el coche para traerla a casa... debía tener algunos años menos que mi hija... ¡me cago en Dios...!
Y me quedé en el cruce de miradas, como un cobarde más, alucinado por toda aquella luz desperdiciada en manos de algún sátiro caliente... o de algún viajante de comercio con ardor uterino y desodorante en los sobacos.
Era aquella mirada la derrota segura, la sumisión más desquiciante y el más bello objeto de arte de un tiempo que va ya marcando el final de algo... y yo como un mierdoso diletante, buscándome ajeno a lo que pasa y, mientras, intentando arreglar una brizna de mundo en otra parte.
Madrid, esta vez, fue aquella muchacha muerta en una esquina, mirándome fijamente, pero sin pedir nada... gritando con la mirada un silencio cabrón que aún me está volviendo loco.
Hoy, ya en lo decadente de acá, solo, con los problemas tontos de la Hacienda de todos y las cuentas que no acaban de encontrar la absurda cuadratura de los círculos... me estoy sintiendo mal... muy mal... y es que no ayudé a esa chica, no la robé de allí... no me la traje a casa.
¿A qué sentirse salvado... a qué?




Comentarios

  1. Querido mío: no eres el rescatador, no te tortures, el mundo está mal y no lo vas a enderezar tú solo...
    ¡Ay!
    (He sustituido los BB por los ays, me definen más en estos días)

    ResponderEliminar
  2. ¿La muchacha de la que hablas está en el mismo plano de redención que Paco? Los padrinos no necesitan redención, redimen ellos a los demás cuando requieren la devolución de los favores y hay que cumplir con los acuerdos tácitos.

    ResponderEliminar
  3. No sé cómo he llegado aquí, pero aquí estoy y con permiso, de Vd. digo.
    Me ha gustado mucho su relato, o la foto de ese Madrid y esa mujer. Y no, rescatar siempre no se puede, pero desde luego que sentirse mal por ello dice algo de alguien. En fin.
    Pues eso, gracias, por mirar al menos. Y ver.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Por favor, no hables de mí... si acaso, hazlo de ti mismo...

Entradas populares de este blog

Al Canfrán a varear fideos...

Debe ser de cuando te mandaban “al Canfrán a varear fideos” o incluso de aquella mar salada de los ‘mecachis’... el caso es que siempre llevo puesto algo de casa [que es como decir algo de antes] en la jodida cabeza... y nado entre una pasión libidinosa por decir lo que me dé la gana y un quererme quedar en lo que era, que es lo que siempre ha sido... pero todo termina como un apresto en las caras, mientras el hombre de verdad dormita entre una sensación de miedo y otra de codicia... ¡brup!... lo siento, es el estómago que anda chungo... y tengo ideología, claro, muy marcada, y la jodida a veces no me deja ver bien, incluso consigue que me ofusque y me sienta perseguido... a veces hago listas de lo que no me gusta y de los que no me gustan... para qué, me digo luego, y las rompo... si al final todo quedará en lo plano y en lo negro, o en lo que sea, que al fin y al cabo será exactamente lo mismo... es por eso que hay días en los que me arrepiento de algunas cosas que he hecho, casi t

Los túneles perdidos del Palacio Ducal bejarano.

Torreón del Palacio Ducal con el hundimiento abajo. De chiquitillo, cuando salía de mis clases en el colegio Salesiano, perdía un buen ratito, antes de ir a mi casa, en los alrededores del Palacio Ducal bejarano. Entre los críos corrían mil historias de pasadizos subterráneos que daban salida de urgencia desde el palacio a distintos puntos de la ciudad y nos agrupábamos ante algunas oquedades de los muros que daban base a los torreones para fabular e incluso para ver cómo algún atrevido se metía uno o dos metros en aquella oscuridad tenebrosa y estrecha. Ayer, en mi curioso pasar y por esa metichería que siempre tenemos los que llevamos el prurito de la escritura, escuché durante el café de la mañana que se había producido un hundimiento al lado de uno de los torreones del Palacio Ducal y corrí a pillar mi cámara y me acerqué hasta el lugar. Allí, bajo el torreón en el que se ha instalado una cámara oscura hace un par de meses, había unas protecciones frugales que rodeaban un aguj