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Hazte a la par que el beso...


Hazte a la par que el beso o en el agua o recostada sobre el verde recién regado… siéntete desnuda en el arroyo y flota como las pupilas cansadas por la tarde, cuando las meriendas y las sombras de napa… rózame tartamuda y luego hazte madeja sobre mi tórax como queriendo ser lámpara o luciérnaga…
En los nidos de mármol las mujeres desnudas amamantan silentes a los faunos y yo siento su sombra de colimbos sobre la espalda espesa… muere la tarde y aún no he aprendido a sentir lástima de mí… y me tumbo sobre la tarde entera, que está muerta como una mujer cansada…
Los dedos guardan siempre desmesura para engancharse húmedos a los rincones blandos… recorren las aristas y las rayitas lúbricas, se adhieren a las matas de piel que se despiertan… y todo es apacible, como los mangos verdes en un frutero o las últimas gotas de semen que presumen un ritmo de muerte en la fuente del glande…
Oí llover, pero no supe dónde, y aquel rumor sabía a crótalo y especias… también olí la lluvia, como los ungulados en la sabana seca, y me trabé como un geranio nuevo en ese olor de tallos y estructuras.
Hazte a la par que el olor de la lluvia, musa, mujer entera y con los ojos vueltos… hazte en mí como si fueras a los pastos nuevos con tu camisa abierta desabotonada, blanca… hazte de nuevo en mí las palabras precisas y los caballos, hazte redonda e inflama el galope tendido del ritmo que preciso… que mis pobres palabras vuelvan a ser legumbres y el hartazgo, que vuelvan a ser muslos o el esquisto… hazte para lo incierto nuevamente, para todo lo grávido y lo lento… drágame con tu siempre para que vuelva al riesgo de ensayarte en esa eucaristía de papeles en blanco.
Quiero escribir, mi musa, pero aún nada me indica el gesto de tus huellas.

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