La mano que escribió está aprendiendo a borrar, y no resulta fácil para quien siempre fue el hambre incontenida… nacen y mueren hombres cada día, y hay aún quien dice “no es verdad”, y yo sigo en mi norte, en que la vida es esto y esto y esto, incluso la debilidad o los golpes duros, incluso la espuma dejada por las olas de algunas palabras… esto y esto y esto…. eso es la vida y solo eso.
También están, como muertos, las paredes de alguna habitación y los muebles tendidos como viejos pinnípedos, mirándome… todo el espacio es habitación, alcoba, comedor y puertas… aunque haya un mar por medio y mil tormentas… todo es habitación que encierra y ahoga y agota… y no importa que mueran las flores del jardín en el jarrón o que llegue otro invierno, no importa que la toalla cuelgue como un sauce llorón en el perchero blanco del baño, no importa estar desnudo… porque no hay exterior y el pelo puede cortarse mañana mismo en la peluquería de enfrente…
Estoy aprendiendo a borrar todo lo escrito, porque tal vez es mentira, porque siempre al final hay un par de horas de mejoría… y luego llega la muerte, sideral, cognitiva, lúcida, como las flores recién cortadas… muertos en el jarrón con agua limpia, muertos que nos traducen y nos hablan de lo que no habrá de venir ya nunca… muertos en esta habitación enorme con sus mares y océanos, con sus injurias ciertas, con su engaño de muertos como artesanos de la nada… he aquí un punto de partida, una huella desde la que empezar de nuevo a balbucear y a ser el exento de todo…
Soy un pájaro anillado y alguien sigue mi vuelo desde el filo… pero me creo autónomo y solo soy una fracción mortal, ese ser inconexo que vive en el transporte de su cuerpo… hago mis propios rasgos y quiero indefinirme, ser lo elaborado del momento de después, ser la opción que marca las direcciones a tomar… pero sigo anillado y, sin quererlo, completo el ciclo bien trazado de las migraciones.
Voy de un extremo a otro y nunca sé si estoy llegando.
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