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Cosas que pasan por leer a Hugo Izarra en un día de calor sofocante.


El calor me mata y parece que eso es bueno para demasiada gente, y saber de esa circunstancia le da un poquito más de valor a esta jodida muerte menor que llevo entre sudores y andar cansino... que estos días vivo como tiradito y mochuelo... que me quedo anonadado en cualquier rinconcito, mirando a la nada como si en ella hubiera algo desde lo que crecer y pillar frío... y así alzo el vuelo... así vuelvo la vista y veo el cenital malestar de todo esto... y sueño...

Hago mis cálculos trigonométricos, que el cielo es algo cabrón y hay que triangularlo, y juego a perecer como un ganso cazado o a volar simplemente, como un graznido y su eco... las balsas están llenas de medusas que no aceptan calibre y los ríos se arterian a medida que subo... es todo pequeñito si giras por las térmicas y sientes que el azul se te atraganta. Ya en una altitud celosa y adecuada, tomo velocidad y apunto nítido hacia donde quiero ir... pero no sé... o sí...
Y una niebla me puede, una niebla como de borrachos tardíos que se nutre de luces de farolas y aromas mortecinos... y de allí la voz, una voz de naranjo o de escalera, que no lo tengo claro... “no te niegues, no, que el camino es de cantos rodados y cansa, pero es el camino... no ves que todo muere y se elimina, que todo acaba por pasar para ser de otra forma o incluso para ser lo mismo... ‘de niños nos lanzábamos como bestias a la máquina de refrescos’ –se oía al fondo–... yo conozco a un tipo que no conozco y escribe poemas con forma de banderines...

La vida de algunos
es como un
telediario.

Las
malas
noticias
se suceden,
una tras otra,
continuamente.

Mi
Vida es
un poco así
también, supongo.

Supongo
que
sí.

... y quizás conozca el Norte o el Este del Noroeste... y algún viento siroco o terral capaz de mover con energía sus poemas... porque al final siempre hay un luto que tragarse, un luto entre moscas y orines, pero nunca entre lágrimas...”.

Y me dejo querer por la marea para buscarme libidinoso, que es lo que queda –aunque jamás lo que toca–... trincha el muslo justo al lado del racimo, donde la esquina blanda, y llévalo a la boca como un tragasables... y trágalo sin más... trágalo y babea como un crío... y di... mío, mío, es mío... luego, piensa en la muerte, piénsala como un ‘¿era esto?’... y compárala con la vida, la que te han puesto ahí para tomarla quieras o no... esa vida que es esto, esto y esto... ni más ni menos que como la muerte, pero una sola vez, una puta sola vez, sin señales antes y sin posibilidad en cualquier luego... caigo... caigo libre y pesado, como una hoja llena de garabatos o como un cuadro brut de Matt pintado en dos minutos... caigo como en espiral y vuelvo al cuerpo lleno de calor, saciado... vuelvo al cuerpo para sentir nostalgia y hasta quizás un poquito de amor sin ganas... y todo sigue igual en lo absoluto, el cigarro apagado, la bandeja de dulces de sepelio, el vino tapado y ácido, la silla en el centro de la habitación echándome de menos -¿recuerdas, Hugo?-, el abrigo en la percha, como un muerto –¿recuerdas, Rosa?... ah, que ya no recuerdas, coño, que te has muerto–, el sombrero sobre la mesa, como un cráneo, los zapatos uno detrás de otro, echando el paso... y una escarpia negra junto al florero... y aún sin pagar el alquiler... y también sin ser el muerto.

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