Ir al contenido principal

Nada que no venga. Nada que no se marche...




Nada que no venga. Nada que no se marche... así descubrí una noche la poesía de Odysseus Elytis mientras se me oxidaban los ojos con el suave oleaje de aquella novia que esperaba un barco en la roca más mojada... y me metí sin más en esa estética de mascarón poético llena de caracolas y de vientos etesios, de estambres de deseo y de hombres sin ningún destino... recuerdo que escribí entonces algunas notas en mi cuaderno, unas notas que no encuentro, pero que andan difuminadas en mi memoria... sé que disfruté aquella primera lectura y también sé que en los días siguientes esbocé algunos intentos de poemas que quedaron perdidos junto a aquellas notas... hoy he vuelto a sus versos (tengo entre mis manos ‘Orientaciones’ en una edición de 1996 con traducción del amigo Ramón Irigoyen) como en busca de la transparencia a través de este hermético y suave surrealista... y me quedo mirando en sus ventanas.

Y me pregunto por qué ardo en la poesía con la que está cayendo, por qué vivo en ella si todo son jaculatorias llenas de babas y puñales de números, decisiones desmedidas e inmediatas rupturas sin poner en valor lo que se ha sido y lo que se ha hecho... si todo es hacia un fin trágico o fría y directamente como un fin trágico... por qué me empeño en la lectura, por qué me empeño en el poema si todo es puro prosaísmo, yo continuo y posesivo singular por donde se mire... por qué intento un verso si a nadie le interesa más que su absurda prima de riesgo personal, su casa con sus cosas, su tener, su acumular... por qué, si ni siquiera un sentimiento íntimo, verdaderamente íntimo e íntimamente verdadero es borrado sin más con un no dolorosamente monosílabo... aún tengo dudas, y eso parece que me salva, que me impele a leer poemas viejos y a garabatear palabras como un ciego de lo que está pasando, de lo que me está pasando, de lo que nos está pasando.
Y así pasan los días, sin nadie que tome parte de mi riesgo y lo comparta, sin unos ojos capaces de aguantarme la mirada y comprender, solo comprender, sin pedir otra cosa que ese justo intercambio en las pupilas... en fin... casi todos mis amigos verdaderos son ahora silencio, como yo, un silencio trágico y hondo, casi todas las personas por las que siento algo están enterradas en sí mismas, pero no ensimismadas... todo sabe a desierto, huele a desierto, todo parece vestido de fracaso y de esquina oscura donde derramar alguna lágrima, todo es este sinluz, esta ventana a lo negro, este ‘estás solo’ tan desabrigado... por eso quizás me agarro aún a la poesía... no para entender, sino para beberme este tiempo extraño con la nariz tapada.

Nada que no venga. Nada que no se marche.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Al Canfrán a varear fideos...

Debe ser de cuando te mandaban “al Canfrán a varear fideos” o incluso de aquella mar salada de los ‘mecachis’... el caso es que siempre llevo puesto algo de casa [que es como decir algo de antes] en la jodida cabeza... y nado entre una pasión libidinosa por decir lo que me dé la gana y un quererme quedar en lo que era, que es lo que siempre ha sido... pero todo termina como un apresto en las caras, mientras el hombre de verdad dormita entre una sensación de miedo y otra de codicia... ¡brup!... lo siento, es el estómago que anda chungo... y tengo ideología, claro, muy marcada, y la jodida a veces no me deja ver bien, incluso consigue que me ofusque y me sienta perseguido... a veces hago listas de lo que no me gusta y de los que no me gustan... para qué, me digo luego, y las rompo... si al final todo quedará en lo plano y en lo negro, o en lo que sea, que al fin y al cabo será exactamente lo mismo... es por eso que hay días en los que me arrepiento de algunas cosas que he hecho, casi t

Los túneles perdidos del Palacio Ducal bejarano.

Torreón del Palacio Ducal con el hundimiento abajo. De chiquitillo, cuando salía de mis clases en el colegio Salesiano, perdía un buen ratito, antes de ir a mi casa, en los alrededores del Palacio Ducal bejarano. Entre los críos corrían mil historias de pasadizos subterráneos que daban salida de urgencia desde el palacio a distintos puntos de la ciudad y nos agrupábamos ante algunas oquedades de los muros que daban base a los torreones para fabular e incluso para ver cómo algún atrevido se metía uno o dos metros en aquella oscuridad tenebrosa y estrecha. Ayer, en mi curioso pasar y por esa metichería que siempre tenemos los que llevamos el prurito de la escritura, escuché durante el café de la mañana que se había producido un hundimiento al lado de uno de los torreones del Palacio Ducal y corrí a pillar mi cámara y me acerqué hasta el lugar. Allí, bajo el torreón en el que se ha instalado una cámara oscura hace un par de meses, había unas protecciones frugales que rodeaban un aguj