Hoy me dijo Agustín Hernández, el padre de mi amigo Alberto, que el mundo es de los que corren riesgos y se la juegan a todo o nada, y me lo decía con cierta sonrisa pícara entrenada en los naipes jubilados que ponen paz donde arden los finales.
Me fijé en que sus ojos y su mirada son exactamente iguales que los de Alberto, unos ojos y una mirada que encierran pasión por las cosas y una inteligencia fuera de toda duda.
“De los que corren riesgos, Felipe… Todo lo que he conseguido en mi vida lo he hecho a base de arriesgar lo que tenía y lo que no tenía… y eso llena la vida…”. Le pregunté que qué quería tomar y me contestó: “Gracias, sólo he venido a jugarme el café, como todos los días”.
Y, claro, es que la vida es un juego… Era un juego cuando salía del cine de los Salesianos con aquel síndrome Maciste, cuando me la jugaba a estudiar sólo cinco temas de los diez que entraban en el examen de ciencias, cuando ponía énfasis en los roces con la chica de flequillo Jane Birkin, cuando sólo vocalizaba en las horas de coro jugándome una hostia sin consagrar de don Sabino… Era un juego cuando inteté los primeros escarceos en el sexo, cuando escribí mi primer poema, cuando grité entusiasmado que Franco era un fascista en el faro de Ribadesella, cuando suspendí por cuarta vez Botánica con el profesor Casaseca, cuando me enfrenté a un sargento en el cuartel de Menacho y me arrestó a punta de pistola, cuando vi ‘Delicias turcas’ en el Taramona [gracias, amigo Norio, por poner exacto lugar a esa ocasión irremplazable], cuando perdí el conocimiento durante cinco horas después de un partido de basket… Todo fue un juego en Tanzania [un juego en el que recuperé mis particulares minas del rey Salomón], un juego llamar imbécil con un megáfono a una concejala de cultura salmantina desde el mismo centro de la plaza Churriguera, un juego publicar mi primer poemario [y los que le siguieron], un juego este amor que me llega hasta hoy y me espera en casa, un juego ver nacer a cada uno de mis hijos [asomar sus cabecitas para ser sólo suyos a la par que dejaban de ser míos], un juego llevar a mi primer amigo muerto en el ascensor de la residencia Rodríguez Risueño, un juego todo el justo deseo que me dura hasta este exacto instante… Fue un juego armar un negocio y destruirlo, ser representante político de mi pueblo y arrepentirme de ello, no arder cuando la oportunidad se puso en mi mano, decir lo justo que quise decir, gestar y matar a mi ‘Béjar Información’, comer con Pepe Hierro un cocido madrileño para celebrar su Cervantes, beber con un Claudio acabado, leer mis poemas junto a Ángel González… Es un juego esta vida que llevo de tabaco y absurdas maquetaciones, esa cosa bancaria del te doy mientras te quito, la casa y sus dobleces, la absurda supervivencia de Magdalena, el fervor de Ángel, la sonrisa triste de Malick, el descerebrado sobrevivir de mi Felipe chico…
La vida es un eterno y corto suspiro, y uno se extiende o se merma en la medida de los riesgos que decida correr.
Yo bebo los vientos por vivir y por ver cómo viven los que me rodean, y me río de lo importante porque me tomo muy en serio todo lo despreciable.
…. Ah!, y también tengo una lluvia con Isabel Huete y su García Smith, una lluvia tranquila e intensa a la vez, una de esas interminables en las que los hombres se ponen verdes, una lluvia Macondo en la que ser aunque medie distancia.
Riesgo y lluvia y riesgo…
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